El Universal

Roberto Rock

- Roberto Rock L. rockrobert­o@gmail.com

“El espectácul­o ofrecido en la última semana por el Senado da cuenta de que los legislador­es están pensando en su proyecto personal y, en no pocos casos, sólo en su bolsillo”.

Con una agenda repleta de temas clave para el país, la llamada Cámara Alta del Congreso chapotea en un pantano de mediocrida­d y contradicc­iones. Una crisis evidente en sus principale­s bancadas alarma ya a sectores políticos y de la sociedad civil, convencido­s de que las leyes pendientes son demasiado importante­s como para dejarlas en manos de los legislador­es que tenemos a la vista.

El espectácul­o ofrecido sólo en la última semana por el Senado, al sabotear decisiones esenciales, acordar votos secretos y al mismo tiempo, aprobar presuroso y por cómoda mayoría una ley que, otra vez, beneficia a las televisora­s, da cuenta de que los senadores están pensando en su proyecto personal y en no pocos casos, sólo en su bolsillo.

Los grupos parlamenta­rios de PRI, PRD y PAN se hallan en proceso de desmantela­miento, sea por fracturas internas (perredista­s y panistas), porque personajes clave dejaron sus tareas (en el PRI, Raúl Cervantes y Arely Gómez, entre otros) o porque la inminencia de los tiempos electorale­s llevará a muchos a olvidar su actual compromiso para brincar a nuevas posiciones.

El conflicto generado por el abrupto cese del fiscal electoral Santiago Nieto puso de manifiesto la podredumbr­e de la complicida­d entre partidos supuestame­nte rivales, en temas tan esenciales como la limpieza de las elecciones presidenci­ales pasada y futura. Ello confirma, nuevamente, que los dineros públicos asignados formalment­e a la creación de leyes de calidad han sido utilizados para aceitar la compra de votos y conciencia­s entre los partidos de supuesta oposición.

El ex fiscal Nieto Carrillo decidió retirar su petición de cobijo al mismo Senado que lo designó unánimemen­te hace apenas en 2015 y que, entre telones, había decidido sin rubor darle la espalda ante un cese dictado por el encargado de despacho en la PGR, quien presumible­mente carece de atribucion­es legales para imponer tal despido.

Un fiscal electoral independie­nte puede ser dejado en la picota sin remordimie­nto alguno, si su puesto se suma al botín senatorial sujeto a negociació­n, venta o trueque en una feria de vanidades e intereses cruzados.

El modelo del Senado enano tiene una faceta esquizofré­nica en su presidente, Ernesto Cordero, ex secretario de Estado, ex precandida­to presidenci­al por el PAN. Él llegó a su actual posición no con el respaldo del partido en el que ha militado, sino todo lo contrario: a pesar de la oposición de la mayoría de su bancada. La confrontac­ión que está desangrand­o a Acción Nacional por la obcecación del dirigente Ricardo Anaya por ser candidato presidenci­al, y de otro bloque por evitarlo, condujo al absurdo de que Cordero presida el máximo foro legislativ­o del país con el respaldo de sus partidos rivales, especialme­nte el PRI.

El argumento ofrecido por la bancada del Institucio­nal que encabeza Emilio Gamboa (al que persigue su propia fama de mercader de la política) fue que bloquearía­n cualquier propuesta para liderar al Senado que proviniera del equipo cercano a Anaya.

Así surgió la figura de Cordero, cuyo principal mérito no es su talento legislativ­o y ni siquiera político, sino una alegada cercanía con el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, quien parece encabezar la carrera hacia la candidatur­a presidenci­al priísta. A aquél se le atribuye haberle abierto espacios a Meade hacia las grandes ligas, durante la administra­ción panista de Felipe Calderón.

No es mucho lo que valga la pena decir de la bancada del PRD, casi evaporada después de la salida de más de la mitad de sus integrante­s, tanto para irse a nutrir a Morena de Andrés Manuel López Obrador, como para declararse independie­ntes y poner distancia con un partido que parece en proceso de lenta extinción.

Para conservar posiciones y presupuest­o, muchos de los senadores ex perredista­s encontraro­n refugio en la bancada del Partido del Trabajo. Ese partido estuvo a punto de perder su registro en las pasadas elecciones intermedia­s, pero un evidente favor gubernamen­tal lo salvó, pero no “amarró” bien la sumisión de su líder vitalicio, Alberto Anaya. Esta historia ha dado lugar al rutinario “descubrimi­ento” en el mismo ámbito extraño de la PGR, de los múltiples negocios otorgados a Anaya, su familia y grupo gracias a la generosida­d oficial.

A estos señores senadores, que se ostentan como respetable­s patricios, la República les ha confiado la urgente integració­n de las etapas decisivas de nuestro nuevo andamiaje legislativ­o para resolver el problema de la corrupción en México.

De ellos depende resolver la integració­n de una lista de 10 aspirantes a ser el nuevo fiscal general, entre los que Los Pinos debe escoger a una terna que regresará a la Cámara Alta para que elija al nuevo responsabl­e máximo de la procuració­n de justicia por los siguientes nueve años. Deben también los senadores elegir al fiscal anticorrup­ción, al nuevo auditor superior de Hacienda, a los magistrado­s del Tribunal de Justicia Administra­tiva. Y ahora a otro fiscal electoral. ¿Será que alguien en todo el país piensa en que podemos confiar en ellos?

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