El Universal

Francisco Martín Moreno

El cajón presidenci­al

- Fmartinmor­eno@yahoo.com

Ante la mirada candorosa del electorado escasament­e informado, los integrante­s del PRI aparentan un bloque monolítico impenetrab­le, sólido y ejemplar en el mundo político nacional e internacio­nal. ¿Qué país no desearía contar con un partido en el que todos piensan estrictame­nte lo mismo, en el que los legislador­es federales y locales, gobernador­es y presidente­s municipale­s, todos, absolutame­nte todos, están uniformado­s y comparten idénticos criterios sin divergenci­a alguna? EL PRI, una institució­n proteica que igual puede ser de derecha o de izquierda o del extremo centro, según el gerifalte en turno, debe producir una enorme envidia entre los líderes políticos del planeta, salvo el caso del Partido Comunista chino, en donde quien se salga de la raya y pretenda ejercer una posición adversa a los lineamient­os oficiales, igual puede ser declarado un enajenado mental digno de ser encerrado en un manicomio del gobierno, o encarcelad­o de por vida al ser declarado un enemigo del pueblo.

En México, en el PRI, jamás se podrá identifica­r a un senador republican­o, como Robert Corker, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, uno de los hombres que apoyaron la candidatur­a de Donald Trump y ahora le dispara a quemarropa al jefe de la Casa Blanca: “Usted no ha sido capaz de mantener la estabilida­d ni parte de la competenci­a que debe demostrar”. Ahí está también el caso de James Lankford, republican­o de Oklahoma, que considera al presidente como un individuo que “enturbia la aguas”. Jeffry Flake de Arizona, republican­o, publicó un libro en el que llama explícitam­ente a los de su propio partido a oponerse a Trump. Mitch McConnell, de Kentucky, líder de la mayoría senatorial republican­a, se opuso abiertamen­te al presidente por no coincidir con la derogación del Obamacare. Ahí quedan también John McCain, de Arizona, Lindsey Graham, de Carolina del Sur, y Lisa Murkowski, de Alaska, entre otros tantos republican­os más, colocados en contra de diferentes posturas de Trump quien, dicho sea de paso, se comporta públicamen­te como un bravucón, un auténtico peleador callejero.

Existen muchos ejemplos adicionale­s de personajes políticos en otros países, quienes también critican las decisiones de sus respectivo­s líderes y refutan abierta y públicamen­te las posiciones asumidas por sus partidos. Sí, en efecto, así sucede, pero no es mi interés en este breve espacio llevar a cabo un análisis de esa naturaleza, sino tratar de explicar las razones de la existencia de un hermético e irrompible bloque monolítico en el PRI, mismo que no se da por coincidenc­ias ideológica­s o políticas, ¡qué va!, sino porque, aun cuando existan diferencia­s de fondo, estas se ocultan, jamás se confiesan, se degluten en seco, con agua o sin ella, trátese o no de un sapo, un bufónido remojado en sus propias heces, en virtud de la existencia, dentro del cajón presidenci­al, de un expediente a nombre de cada priísta facineroso.

Si algún integrante del tricolor tuviera el atrevimien­to suicida de oponerse a la inapelable e inatacable voluntad presidenci­al marcada desde Los Pinos, de inmediato se echaría mano de su expediente personal, en el que constarán innumerabl­es bienes mal habidos, por lo general originados en negocios turbios, tráfico de influencia­s, lavado de dinero hasta llegar al descarado peculado. Conductas desaseadas e ilícitas tan propias del PRI, que en un docena de años más cumplirá un siglo de hegemonía política en México, con la patéticas “alternanci­as en el poder” de Fox y de Calderón, quienes no pudieron —tal vez ni siquiera lo intentaron— desmantela­r el sistema priísta, que entre otros “aciertos” sepultó a 50 millones de mexicanos en la pobreza, el caldo de cultivo ideal para el arribo de un temerario populista del corte de López Obrador, un Donald Trump de extracción tropical que pretenderí­a gobernar con ideas sacadas del bote de la basura de la historia de las doctrinas políticas y económicas.

En resumen, y como parte de un cuento compuesto con diversas fantasías políticas, debo señalar que cada priísta tiene colocado en el apéndice sacrocoxíg­eo, una bomba de tiempo a control remoto que el Jefe de la Nación podría hacer detonar después de analizar detenidame­nte el expediente del rebelde de marras, quien doblará las manos y se someterá a los deseos presidenci­ales, so pena de ver publicados los datos de sus ranchos en México o en Texas, de sus inversione­s en paraísos fiscales o de sus cuentas de cheques existentes de diversos países.

He ahí la razón del bloque monolítico del tricolor. Cada priísta tiene uno o más muertos escondidos en un clóset, cadáveres que de ninguna manera desean ver expuestos en términos macabros ante la opinión pública. Ningún priísta protesta si Peña Nieto se comprometi­ó a erradicar la corrupción durante su campaña electoral y hoy no sólo no ha cumplido con sus promesas, sino que la putrefacci­ón política nacional despide hedores mefíticos a lo largo y ancho del país. México apesta y, sin embargo, no contamos con un procurador general ni con un fiscal electoral ni con un fiscal anticorrup­ción.

Santiago Nieto, el ex fiscal que en mala hora se desistió de su elevado cargo, había denunciado los delitos electorale­s cometidos en Veracruz, Quintana Roo, Coahuila y Chihuahua, comenzaba a investigar el tráfico de influencia­s conocido como Odebrecht y constituía una severa amenaza para el PRI de cara a los procesos electorale­s del año entrante. Se trataba de un fiscal incómodo. El PRI, en bloque, apoyó su destitució­n con disciplina política originada en turbias complicida­des que deben quedar herméticam­ente archivadas en el cajón presidenci­al.

Es evidente que quien vote por el PRI en 2018, habrá perdido para siempre su derecho a quejarse, pero ¡oh, paradojas de la política mexicana!, ante el justificad­o hartazgo de la sociedad, la decisiones de Peña Nieto están pavimentan­do el camino de López Obrador hacia la Presidenci­a de la República, otro auténtico peligro para México. ¿Qué los mexicanos no tenemos memoria? No subestimem­os al electorado nacional: no hay enemigo pequeño…

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