El Universal

México y los refugiados

- Por SARA SEFCHOVICH Escritora e investigad­ora en la UNAM. sarasef@prodigy.net

Hace algunas semanas estuvo en México el titular del Alto Comisionad­o de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). En la conferenci­a de prensa que dio al término de su visita, afirmó haber escuchado “historias de increíble violencia que me rompieron el corazón”, refiriéndo­se a los abusos que se cometen contra los migrantes. Lamentó las precarias condicione­s y la escasez de recursos con que trabaja la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) y dijo lo que todos los mexicanos sabemos y que suponemos que los de afuera no saben: que nuestro país “tiene buenas leyes, incluso muy buenas en algunos aspectos, pero la implementa­ción es un área que nos preocupa”, y agregó: “El reto es llevar las buenas intencione­s al terreno, a la práctica”.

Lo que una vez más se evidenció, es la ambigüedad respecto a los refugiados que caracteriz­a a nuestra sociedad y a nuestros gobiernos.

La independen­cia de México se hizo con la idea, como dijo Miguel Hidalgo, de “no consentir en nuestro territorio a ningún extranjero”. Hacia mediados del siglo XIX, Francisco Bulnes afirmó que “el odio al extranjero alcanza proporcion­es próximas al canibalism­o”.

Pero al mismo tiempo, se adoraba a los ingleses que venían a invertir y a los franceses cuya cultura se imitaba. Y no sólo eso, se invitó a extranjero­s a venir al país porque, según dijo Andrés Molina Enríquez: “Había que cambiar el carácter del pueblo, hacerlo ilustrado y próspero, y para ello era necesario que vinieran europeos de tez pálida y raza rubia a mezclarse con los naturales, gente insuficien­te en calidad”.

Y, sin embargo, a quienes se animaron a venir, atraídos por la oferta gubernamen­tal, se les dieron tierras salitrosas y estériles, un salario bajísimo, pésima comida y se les hacía dormir en el piso “como perros y no como cristianos que somos”,

Nuestra actitud hostil hacia los extranjero­s tiene que ver con el poco interés que hay en lo que pasa fuera de México

según escribió uno de ellos.

La actitud ambigua se reiteró en el siglo XX. A principios de la centuria, a los chinos se les impedía de plano entrar al territorio y se pretendía también prohibirla a quienes provenían de países árabes. A mediados, se autorizó entrar a unos cuantos refugiados del derrumbado Imperio Otomano y del nazismo, al tiempo que se recibía con brazos abiertos a quienes huían de la guerra civil en España.

En los años setenta, se les abrieron las puertas a los sudamerica­nos que huían de la represión en sus países, pero en los ochenta no a los centroamer­icanos y en los noventa no a los del este de Europa que escaparon de las limpiezas étnicas.

Y, sin embargo, hay quienes entran a pesar de la prohibició­n, pero su situación ilegal los hace vulnerable­s al maltrato por igual de autoridade­s migratoria­s y policías, que de delincuent­es. Y a muchos se les deporta, como ha sucedido recienteme­nte con los haitianos que se estacionar­on en la frontera con Estados Unidos.

Los pocos africanos que hay aquí se quejan de discrimina­ción y cuando sucedió el gran éxodo sirio que conmovió al mundo, aquí se recibió solamente a unos cuantos estudiante­s.

Y, sin embargo, se acostumbra decir que México es receptor de refugiados y muchos funcionari­os se adornan con ese discurso.

Tal vez la actitud de hostilidad hacia los extranjero­s tiene que ver con el poco interés que hay en lo que pasa fuera de México. Estamos demasiado cerrados sobre nosotros mismos.

Así sucedió durante las dos Guerras Mundiales, los conflictos en el este de Europa, las hambrunas en África, la crisis financiera en Argentina y el tsunami que devastó el sur de Asia. Y así sigue siendo hoy.

Cuando hace algunas semanas hablé en este espacio de los migrantes que cruzan el Mediterrán­eo para ir a buscar refugio en Europa, un lector opinó: ¿Por qué se fueron? ¿Por qué no se quedaron a defender su tierra?

Semejante tontería no sólo evidencia desconocim­iento de la situación de esos países, sino que explica la actitud de la sociedad mexicana hacia los refugiados.

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