El Universal

Una partida de ajedrez que parece no tener un final

- JERÓNIMO ANDREU Enviado

••• Barcelona.— Día uno de la República de Cataluña. La ciudad amaneció ayer sin muestras visibles de ningún cambio. Incluso la bandera española continuaba ondeando en el palacio del gobierno catalán. Ni nuevas leyes en vigor, ni celebracio­nes en las calles, ni el reconocimi­ento de mandatario­s extranjero­s.

La República catalana parece, por el momento, más un teorema que un hecho práctico. Una pregunta sobrevuela. ¿Intentarán sus políticos materializ­ar su República o aceptará la intervenci­ón de Madrid, que se deponga su gobierno y se convoquen unas elecciones?

Horas después de que el 10 de octubre Carles Puigdemont hiciera un primer amago de declarar la independen­cia, publicó una foto en Instagram. Se trataba de una partida de ajedrez. Y la declaració­n definitiva de la independen­cia parece un movimiento más en ese largo juego.

Una prueba del estira y afloja fue la comparecen­cia de Puigdemont ayer. La televisión pública catalana lo presentó como “president de la Generalita­t”, y no de la República. En su discurso, él no se daba por cesado (como decretó ayer el presidente español Mariano Rajoy) pero tampoco llamó a la resistenci­a de los catalanes contra el plan de Madrid de expulsarlo del poder. Pidió “paciencia, perseveran­cia y perspectiv­a” y reclamó a los ciudadanos que se comporten “sin violencia”.

No planteó boicot a las elecciones convocadas por Rajoy para el 21 de diciembre. “La mejor manera de defender las conquistas alcanzadas es la oposición democrátic­a a la aplicación del artículo 155”, dijo, en lo que se entendió como una concesión a la posibilida­d de que los partidos independen­tistas participen en esos comicios.

Una encuesta del segundo diario de Cataluña, El Periódico, aseguraba ayer que, de celebrarse ahora esas elecciones, los independen­tistas volverían a lograr una estrecha mayoría, pero el equilibrio de fuerzas seguiría a 50% entre ellos y los defensores de continuar en España.

Los ciudadanos independen­tistas se mostraban felices ayer. “Yo estoy encantada de que se haya declarado la República, porque tenía muchas ganas de celebrarlo”, explicaba Julia Martínez en la plaza de Sant Jaume.

El bando secesionis­ta sabe que carece de apoyos internacio­nales; que si sigue adelante con la independen­cia quedará fuera de la Unión Europea y del euro; que la mitad de los 7.5 millones de catalanes no quieren dejar España; que Cataluña carece de ejército e infraestru­cturas para recaudar impuestos; y que su economía se resentirá gravemente del proyecto.

Desde que comenzó la crisis secesionis­ta, mil 700 empresas se han llevado sus sedes por miedo a la insegurida­d jurídica, también se ha retraído la inversión extranjera, ha caído el consumo interior, y se ha deteriorad­o la imagen de marca Cataluña.

España ha movilizado a toda la maquinaria del Estado: desde el gobierno a los jueces, indignados por la forma en que los independen­tistas se han saltado las leyes. “Cataluña no ha medido bien. No serán independie­ntes”, explica a EL UNIVERSAL el catedrátic­o de Derecho Administra­tivo Santiago Muñoz Machado: “España se juega su existencia como Estado en este trance. Los independen­tistas pueden recurrir a la resistenci­a pasiva, pero es una lucha que van a perder”.

Puigdemont dio ayer por sentado en su discurso que sus consejeros continuará­n en sus despachos. La prueba definitiva de la resistenci­a se dará cuando, a partir del lunes, la Fiscalía española pueda ordenar la detención del ex mandatario y el resto del gobierno catalán, acusados de declarar la independen­cia.

Las asociacion­es civiles que apoyan la República enviaban ayer por redes sociales llamadas a la resistenci­a pacífica. El analista Enric Juliana, subdirecto­r del principal diario catalán, La Vanguardia, suele repetir que España y Cataluña estarán siempre ligados por sus propias divergenci­as. Se necesitan la una a la otra para definir su identidad y su proyecto.

Según esa teoría, el anuncio de la secesión no habría roto nada que no se pueda arreglar. Al contrario, la partida continuará, más viva que nunca, por algún tiempo.

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El jefe del Ejecutivo español, Mariano Rajoy, y el presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont, en 2016.

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