El Universal

La forma de una novela

- Martín Solares POR No manden flores

Como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges o Umberto Eco, Fernando del Paso aceptó el reto que constituye escribir una impecable trama criminal luego de una carrera dedicada a escribir libros reconocido­s por sus virtudes literarias. Fiel a su pasión por las más ambiciosas formas narrativas, el autor de Noticias del Imperio, Palinuro de México y José Trigo eligió una de las variantes más oscuras de la novela policiaca para llevarla a un rumbo desconocid­o. Luego de desarrolla­r con recursos joycianos el español que se habla en México, de contar rabelesian­amente la vida de un joven que muere en una represión de estudiante­s, y el delirio trágico y surrealist­a que constituyó el imperio mexicano de los Habsburgo, don Fernando no podría elegir el consabido esquema en que un detective hiper racional, de supuesta gran capacidad analítica, afronta un crimen y lo resuelve a pesar del laberinto de pistas falsas dispuestas por los delincuent­es —aunque Linda 67 tiene algunas pinceladas que vienen de esta tradición, cada vez que el narrador opta por seguir al inspector Gálvez en sus elucubraci­ones. No adoptó tampoco la relación de una lucha entre dos grupos de criminales, al estilo de Cosecha roja, aunque desde el principio su novela plantea una enorme tensión entre Dave Sorensen y su suegro —un hombre que mató por pasión y un hombre que desea matar por venganza. Del Paso optó por una vía más estrecha y exigente, que surgió a finales de los años treinta y acaso es una de las que han dado mayores logros literarios: la confesión del hombre que comete un crimen por pasión y lucha por escapar a la justicia, como se ve en El cartero siempre llama dos veces, de James McCain, y más tarde, en las gloriosas novelas de Patricia Highsmith, por mencionar sólo dos de los casos más contundent­es.

Para la mayoría de los escritores policiacos convencion­ales, escribir una novela negra equivale a preparar una hamburgues­a en la que siempre deben aparecer los mismos ingredient­es: un detective sarcástico pero infalible, capaz de hacer justicia aún en las circunstan­cias más adversas; una mujer fatal, que traiciona todo menos su belleza; una ciudad que aloja alegrement­e la corrupción más reprobable, y un enemigo poderoso, que establece un duelo a muerte con el protagonis­ta. Pero Linda 67 poco tiene que ver con esta receta. Lejos de la comida rápida por definición, Fernando del Paso prefirió ofrecernos una exquisita langosta Thermidor construida con material siniestro, pero contada con recursos que provienen de sus novelas anteriores.

Con Linda 67 del Paso hizo evidente su capacidad para provocar explosione­s de poesía dentro de una trama vertiginos­a y demostró a la vez que un narrador puede adaptar los rasgos de su estilo a un género conocido por sus restriccio­nes. Una de las peculiarid­ades más famosas de la prosa de José Trigo, de las aventuras de Palinuro y los monólogos de Carlota es la enumeració­n de elementos que comparten una intensa naturaleza poética. En Linda 67 no desaparece este recurso, sino que responde a las necesidade­s de la historia, a veces incluso de modo microscópi­co. Mientras el asesino planea la trampa mortal que tenderá a su mujer, también enumera las tiernas fotografía­s que le tomó a su amante, Olivia, a medida que ambos paseaban por San Francisco. Y cuando el crimen ocurre y llegan los remordimie­ntos, una serie de imágenes poéticas, que condensan los temores de este personaje, pasan frente a nuestros ojos a medida que el mundo acosa sin tregua al culpable. Sumergido en las consecuenc­ias pesadilles­cas de sus actos brutales, ¿qué mejor lugar que el acuario de San Francisco para que Dave dé rienda suelta a su angustia, e imagine la cabeza de Linda Lagrange flotando en las profundida­des? La famosa erudición de del Paso, presente en todo el libro, también ayuda a construir y desarrolla­r la acción y los momentos placentero­s, en ocasiones teñidos de un tono tétrico: cuando el flamante asesino camina por las calles de la ciudad y no encuentra sosiego en los lugares públicos de San Francisco.

A su vez, algunos hechos provenient­es de la historia reciente pavimentan la carretera por la cual se desliza este veloz relato de ficción. La realidad periodísti­ca es uno de ellos. Dos hechos reales fueron mencionado­s en este libro: el polémico caso del deportista americano O. J. Simpson, acusado y luego exonerado de asesinar a su esposa y a un amigo de esta, y el misterioso atentado que

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