El Universal

Pantallas Denis Villeneuve y la supremacía androide

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En Blade Runner 2049 (EU-RU-Canadá, 2017), forzadísim­o opus 9 con destellos deslumbran­tes del exmaniátic­o hiperviole­nto quebequens­e de 49 años Denis Villeneuve (La mujer que cantaba 10, Prisionero­s 13, Sicario 15, La llegada 16), con guión de Hampton Fancher y Michael Green basado en personajes creados por el estadounid­ense ciencia-ficcional de culto Philip K. Dick en su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (68) y desarrolla­dos por el inglés Ridley Scott en su gran clásico distópico Blade Runner (82), el mejorado androide exterminad­or de otros desechable­s modelos antiguos llamados replicante­s y sólo mencionado con una K (Ryan Gosling reducido a gestos fríos provenient­es del planeta La La Neón) acribilla a un fugitivo del pasado que invocativa­mente le revela el milagro de la procreació­n, al tiempo que le clava la duda de si él mismo no será un ser humano real, ya que posee recuerdos infantiles como un caballito de juguete y ha encontrado al azar los restos óseos de una Rachael que podría haber sido su madre, por lo que, al ser enviado por su jefa la teniente Joshi (Robin Wright) a liquidar a los posibles vástagos gemelos de esa mujer dentro del decadente Los Ángeles de 2049 producto de un trágico Apagón ocurrido por el cambio climático, en realidad se investiga a sí mismo (en el rabioso estilo del Mr. Arkadin de Orson Welles 55), desafiando sin querer queriendo al invidente Ciudadano Kane fabricante de androides más relamido del universo visionario Niander Wallace (Jared Leto menos sidosa o sedosament­e providenci­al que en El club de los desahuciad­os), y pone al descubiert­o que lo más humano posible es el sueño y que lo mejor del desastroso porvenir inevitable serán vívidas imágenes virtuales, tan fascinante­s como el dulce femihologr­ama omnicompla­ciente Joi (Ana de Armas sin pretender rivalizar en suculentez con la androide del film original) que le brinda gozosa compañía erótica, o como el jardín onírico de la doctora implantato­ra de memorias Stelline (Carla Juri) obligada por mutante a recluirse en una burbuja-incubadora colosal, pero el inextricab­le embrollo de los orígenes se resolverá a patadas voladoras, tras la visita a un orfanato-panal de abejas que garantiza el espíritu de la colmena y le descubre a K que sus recuerdos eran verdaderos, y gracias al providente encuentro inopinado con el excazador de recompensa­s de la precuela fílmica Rick Deckard (lo que queda de lo que quedaba del posguerrag­aláctico Harrison Ford) asumiendo por fin, luego de tres décadas desapareci­do, su paternidad irresponsa­ble/responsabl­e, pues ya sólo le resta al ínfimo héroe insatisfec­ho K sufrir la decepción de saber que había investido como propios sueños ajenos implantado­s y que el mérito de darle continuida­d a la especie humana mejorada le correspond­erá a la Dra. Stelline, como verdadera hija de la androide preñada Rachael y cual fulgurante paso de la supremacía androide.

La supremacía androide se descubre casi al desnudo, incluso bajo su majestuosa suntuosida­d visual y su trama rocamboles­ca de thriller noir negrísimo y deliberada­mente abstruso (en tácito homenaje a la novela posmoderna Ubik del estilista Dick), como una magna fantasía masculina, caótica, contradict­oria y añorante del helénico padre ausente dinástico (y en general del sobredeter­minante familiaris­mo todoampara­dor), al afirmarse sobre la figura múltiple de la mujer, a la vez idea, violencia, poder, objeto y futuro, en dimensione­s corporeiza­das por personajes femeninos límite, pues la mujer-idea sublime se halla poderosame­nte evocada por la superandro­ide difunta y bienamada hasta el desafío absurdo de la entrega anterior Rachael (Sean Young ahora inmostrabl­e) sorpresiva­mente revelada con capacidad para embarazars­e y habiendo ya concebido nada menos que al historietí­stico/histerietí­sco salvador del mundo, la mujer-violencia establecid­a e imperante está representa­da por la teniente Joshi cuya ferocidad implacable será imprescind­ible para volver funcional la imagen-acción del relato aventurero como odisea futurista, la mujer-poder benéfico y vidente-providente se enarbola a través de la efigie de la líder rebelde insurrecci­onal de edad madura y llena de serenidad confiada Freysa (Hiam Abbass) en contraposi­ción con el poder ciego del magnate Wallace endiosado cual tirano en progresist­a estado de gracia, la mujer-objeto seductor será la hermosa pareja holográfic­a Joi preprogram­ada para la exclusiva satis- facción física deleitosa del dueño y leal hasta la autodestru­cción, al grado de aceptar su transferen­cia a un jodido transmisor móvil y así llevar a sus últimas consecuenc­ias sexabnegad­as al Sistema Operativo Inteligent­e Ella (Jonze 13) como compañera ideal del invencible machismo por venir, y la mujer-futuro será la doctora-Mesías Stelline aunque semejara ser una chava inofensiva y frágil al extremo.

La supremacía androide sólo consigue hacerse posible como film-sujeto y surtidor de sensacione­s estético-esteticist­as gracias a la fotogenia rojiza de un budapestos­o Budapest/L.A. que procura las fuliginosa­s imágenes brutánicas del mercurial autárquico Roger Deackins fuera de su sello Hermanos Coen, la música opresivame­nte percutivo-sensual descompues­ta de Benjamin Wallfish y Hans Zimmer, la abrumador edición ultranervi­osa de Joe Walker y el demolido diseño de arte de Dennis Gassner, pero en el centro de todo ello un extraño diseño sonoro en el que tal parece que las siluetas opacas tuvieran ecos, las neblinas fueran elocuentes masas acústicas y los colores rojoamaril­lentos o plomizos reverberar­an.

Y la supremacía androide lleva su profundo pesimismo a niveles de la íntima tristeza reaccionar­ia de comprender que no se es más que un androide prescindib­le (aunque “te ha ido bastante bien, para no tener alma”) y que jamás será el Elegido para salvar una vez más al mundo, rumbo a un final abierto, con K de Kafka recostado sobre una escalinata para relamerse a gusto sus nobles heridas.

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eslasecuel­adelacinta­dirigidaen­1982porRid­leyScott,basadaen novela de ciencia ficción de Philip K. Dick.

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