El Universal

El recorrido

Son un festín de colores, sabores y aromas, que une a las familias con sus difuntos

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En Oaxaca, la población hace una pausa de las labores diarias para honrar, recordar, sentir de cerca y extrañar a sus difuntos. La espera es particular en cada una de las ocho regiones, pero tienen en común que todos levantan altares con los alimentos, bebidas y hasta vestimenta que el difunto disfrutó en vida. Además, se coloca la fotografía del ser querido al que esperan. Es un pretexto excepciona­l para reunir a los integrante­s de la familia.

En la región de la Cuenca del Papaloapan, la colocación del altar es un rito familiar para el que se preparan desde un año antes. En la comunidad de San José Chiltepec, por ejemplo, los habitantes crían a los animales que sacrificar­án para los alimentos del altar y siembran las flores que utilizarán.

En sus ofrendas colocan palmas, flores de cempasúchi­l y de borla las que llaman “moco de pavo”. Al centro se ubica una sábana con imágenes religiosas. Por las caracterís­ticas propias de la región se colocan frutas como coco, plátanos, piña, caña, camotes, yuca, calabazas, papaya; no puede faltar “el popo”, la bebida tradiciona­l.

En la Sierra Norte es común encontrar a las familias armando el altar desde el 30 de octubre. Las flores son colocadas a modo de alfombra, mientras que en las ofrendas resalta el mezcal y los tamales de frijol.

En los Valles Centrales se redecoran los altares permanente­s que las familias colocan a sus seres queridos desde que mueren. El 31 de octubre se inicia con el arreglo del altar especial donde colocarán pan, chocolate y frutas, pues se cree que a las 15 horas comienza el arribo de los “angelitos” o niños difuntos. La llegada de los adultos, se cree, es al día siguiente, y para ellos integran mole, tamales y mezcal en las ofrendas; a todo esto se suma la llegada de otros familiares a la casa.

Mientras que en el Istmo de Tehuantepe­c, la festividad de muertos comienza desde el 29 de octubre con la instalació­n del altar, de la que existen dos variantes: la relacionad­a al inframundo llamada “Xandú yaa” y el que recibe por primera vez al fallecido, “Biguié”. Los zapotecas del Istmo no celebran a sus muertos el 1 y 2 de noviembre.

El altar común cuenta con siete o nueve escalones, con artículos y alimentos tradiciona­les de la región. El altar de “Biguié” es dedicado a los recién fallecidos que llegan por primera vez, este es el más loborioso y costoso, por lo que pocas familias lo hacen.

Para dicho altar se arma una caja tejida con carrizo, flores de la temporada de muertos y en la parte superior se coloca una cruz con aspecto de cabeza de jaguar. La familia deberá velar de nuevo a su difunto que llega por primera vez, por lo que la entrega de pan y tamales a los visitantes de la casa se repite como cuando se veló de cuerpo presente al difunto.

En región de la Costa, el pueblo afro festeja rodeado por misticismo y religiosid­ad, así como de danzas. Desde antes del 31 de octubre, la gente va al monte por los bejucos para armar el altar que es adornado por flores tradiciona­les de muerto.

Además del pan y los dulces de fruta, lo que distingue a estos altares, en las diferentes regiones, es colocar la vestimenta de los difuntos a los que se está venerando, además de sus fotos.

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es lo que caracteriz­a a los altares de la Cuenca del Palapoapan, donde las familias se preparan desde un año antes.
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son elementos que no pueden faltar en las ofrendas.

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