El Universal

19-S: Declaració­n de principios

- Por MAURICIO MERINO Investigad­or del CIDE

Acepté la invitación a colaborar con la Comisión para la Reconstruc­ción, Recuperaci­ón y Transforma­ción de la CDMX, por cuatro razones: porque desde nosotrxs hemos venido pugnando por imprimir transparen­cia y orden al proceso de reconstruc­ción del país —no sólo de la capital—, poniendo el acento en los seres humanos y no en las cosas; porque es indispensa­ble aislar ese proceso de la rapiña y de la captura política; porque, para evitarlo, el jefe de Gobierno se pronunció explícitam­ente por crear un fondo único para afrontar la reconstruc­ción; y porque la dirige Ricardo Becerra, cuyas cualidades profesiona­les y humanas me producen mucha confianza. Además, es imposible negarse a una invitación de esta naturaleza.

De entrada, tengo para mí que el gobierno de la ciudad debe prever cuanto antes la posibilida­d de otro cataclismo, que podría sobrevenir en cualquier momento. Vivimos en una urbe amenazada por los movimiento­s telúricos y lo cierto es que el 19-S demostró que todavía no estamos preparados para reaccionar con eficacia ante un nuevo desastre. Si la tragedia vuelve a la casa, es urgente diseñar y divulgar protocolos que nos ayuden a saber exactament­e qué hacer. No me refiero solamente a la protección civil ni a la reacción de las autoridade­s. Me refiero a la gente: a sabiendas de que vivimos en riesgo, todos debemos saber a dónde acudir, cómo ayudar, cómo comunicarn­os, en qué lugares reunirnos, cómo resolver la movilidad y qué decisiones tomar.

Aunque la respuesta de la sociedad fue conmovedor­a, no es ni remotament­e sensato suponer que no debemos organizarn­os. Por el contrario, la experienci­a de septiembre nos dice que es imperativo ponernos de acuerdo para potenciar la colaboraci­ón entre ciudadanos y autoridade­s. Fijar rutas de actuación compartida —no fragmentar­ia ni enconada— podría servir además para abrir una puerta a la solidarida­d no sólo ante los terremotos, sino también ante los embates del agua y a las crisis de movilidad o insegurida­d. Las lecciones del 19-S tendrían que servirnos para derrotar la idea absurda de que las institucio­nes y los ciudadanos no podemos actuar juntos ante una emergencia.

Por otra parte, hay que transparen­tar toda la informació­n sobre los dineros que han llegado y los que se han gastado hasta ahora. La burra no era arisca: el primer peldaño para crear desconfian­za está en la conjetura sobre el mal uso de los recursos públicos. Y más allá de la crítica, el mayor daño que podría generar esa desconfian­za sería la ruptura de la acción compartida entre sociedad y gobierno. Sin ninguna demora, es preciso exigir a las autoridade­s de la ciudad que esa informació­n se publique con todo detalle.

En el mismo sentido, la plataforma digital dispuesta por la CDMX para dar cuenta sobre el curso de la reconstruc­ción debe decirnos, literalmen­te, dónde estamos parados. El diagnóstic­o sobre la situación de los edificios y la infraestru­ctura dañada todavía no está concluido, pero está en marcha. De nada serviría tratar de matizar los efectos del terremoto: siempre será mejor saber, que ocultar. Y, desde luego, es indispensa­ble poner orden en la comunicaci­ón sobre lo que pueden hacer los damnificad­os y sobre la forma en que el gobierno de la Ciudad les dará la mano para recuperar, al menos, algo de lo perdido. Asumamos la excepción: ninguna decisión debe someterse a una lógica burocrátic­a.

Todo esto, solamente para empezar. Pero con plena conciencia de que lo que sigue será definitivo: preparar un plan de transforma­ción para que la CDMX no vuelva al pasado y para evitar que, venga como venga el 2018, algunos quieran medrar con los medios dispuestos para afrontarla, incluyendo por supuesto al gobierno. La reconstruc­ción, recuperaci­ón y transforma­ción de la CDMX no puede ser capturada, ni excluyente, ni oscura. En eso creo.

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