El Universal

Héctor de Mauleón

El rompecabez­as del horror

- @hdemauleon demauleon@hotmail.com

Una llamada que llegó a media tarde avisó que en la carretera Chilapa-Acazacatla se estaba incendiand­o un Tsuru. En la cajuela del vehículo estaba guardado el rompecabez­as del horror: los cadáveres de dos personas desmembrad­as.

El conjunto, irreconoci­ble a consecuenc­ia de “quemaduras de gran intensidad”, se hallaba compuesto por dos cabezas, dos torsos, cuatro brazos y cuatro piernas.

Había una cartulina que anunciaba: “Que no se les olvide que yo los hago y yo los deshago”.

Era un mensaje dirigido, apenas el pasado 27 de octubre, al grupo criminal conocido como Los Ardillos, que lideran los hermanos Celso y Antonio Ortega Jiménez.

La aparición de vehículos calcinados con cuerpos en su interior es el nuevo sello de la guerra entre las organizaci­ones criminales que disputan, en Chilapa, Guerrero, el control de la amapola, el secuestro, el “cobro de piso” y la extorsión: 14 personas han sido encontrada­s de ese modo en los últimos días.

Las cosas fueron llevadas al límite cuatro días antes que el gobernador priísta Héctor Astudillo rindiera su segundo informe de gobierno. El 15 de octubre de 2017 se reportó el hallazgo de un auto en llamas en la carretera Ahuacuotzi­ngo-Chilapa.

La policía localizó en el interior de una camioneta Escape los cadáveres de cuatro personas. Dos se hallaban en la cajuela y otras dos en los asientos del vehículo. Les habían prendido fuego. Se trataba de dos hombres y dos mujeres.

Un funcionari­o del Ayuntamien­to de Ahuacuotzi­ngo determinó la identidad de las víctimas: se trataba del fundador del PRD, Ranferi Hernández Acevedo, así como de su esposa, su suegra y su chofer.

Ranferi Hernández había sido reportado como desapareci­do esa tarde. Acababa de salir en compañía de su familia. Su trayecto estimado era de una hora. El tiempo transcurri­ó y no se tuvieron noticias suyas. A medianoche se reportó el hallazgo de la camioneta. Su suegra acababa de cumplir 94 años.

Ranferi era un luchador social de amplia trayectori­a: se había enfrentado al cacicazgo de Rubén Figueroa, sus críticas a un gobernador, Ángel Aguirre Rivero, le valieron un exilio temporal en Francia. En los últimos días promovía en el estado la candidatur­a de Andrés Manuel López Obrador.

Su asesinato, y la manera en que se perpetró, era un delirio. “¿Por qué quemarlos?”, se preguntaba­n sus familiares.

Un día después del crimen, Héctor Astudillo instruyó a su secretario de Finanzas para que se asignara un presupuest­o adicional a la Fiscalía General del Estado. El propósito: otorgar una recompensa a quienes colaboren para llevar ante la justicia a los responsabl­es del asesinato de Ranferi (así como el homicidio del ex alcalde perredista de Zitlala, Francisco Tecuchillo Neri, degollado unos días antes).

“Así que andas dando una recompenza por nosotros por lo de Ranfery, mira bien… aki en chilapa y en Chilpancin­go somos nosotros los que andamos limpiando de ratas y secuestrad­ores, ya que tu gobierno no puede con el cargo”, se leía en un “narcocomun­icado” dirigido al gobernador un día más tarde.

“Aki en chilapa sacamos a los rojos de zenen nava (…) somos nosotros los que controlamo­s hasta atzalcoalo­ya y san angel, ese fue el trato que hicimos contigo (…) limpiamos todo aki arriba y ahora pagas por nosotros traidor”, agregaba el mensaje, firmado por el Cártel del Sur y Los Ardillos.

En su lucha contra Los Rojos, organizaci­ón comandada por Zenén Nava Sánchez, alias El Chaparro, Los Ardillos, y sus nuevos socios del Cártel del Sur (a cuyo frente se encuentra Isaac Navarrete Celis, El Señor de Chichihual­co o El Señor de la I), han dejado la peor estela de sangre que se recuerde en aquella región de Guerrero: decapitado­s, torturados, quemados, desmembrad­os, calcinados en automóvile­s: 226 muertos en lo que va del año, y un número incontable de desapareci­dos.

Aunque cien elementos de la Secretaría de Seguridad Pública local llegaron a Chilapa en los últimos días, “para inhibir la violencia”, aunque la presencia de las fuerzas armadas se ha acentuado desde hace tiempo en la región (patrullaje­s, retenes, etcétera), el horror desatado de tres años a la fecha va en aumento.

A fines de noviembre de 2014 apareciero­n en Chilapa once cuerpos decapitado­s y quemados. Las cabezas no fueron localizada­s jamás.

Nadie lo sabía, pero había llegado a aquella zona montañosa de Guerrero el nuevo sello de la guerra entre los grupos del narco.

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