El Universal

Celebran a los muertos y desafían a Trump

• Hijos de mexicanos nacidos en EU celebran a los Fieles Difuntos

- FRANCISCO RESÉNDIZ Enviado —francisco.resendiz@eluniversa­l.com.mx

Oakland.— Al atardecer, el viento helado de la bahía de San Francisco inunda el este de Oakland... ahí, donde cientos de mexicanos y mexicano-estadounid­enses han salido a la calle para desafiar al gobierno de Estados Unidos con tradicione­s intocadas, con el Día de Muertos.

En Fruitvale, al pie de la estación del Metro donde fue asesinado en 2009 Oscar Grant, símbolo de la lucha racial, los mexicanos asentados en la entrada a la zona industrial de la bahía siguen la tradición y colocaron, como desde hace más de 20 años, sus ofrendas a sus muertos.

La Virgen de los Dolores y las máscaras de la muerte son testigos de las ofrendas hechas con bidones de agua, ropa rota y un muro miniatura hecho con papel maché que recuerda a los migrantes que mueren en el desierto. Más allá hay otro que reclama la muerte de una familia en su camino de regreso a México, y uno más a los migrantes que murieron tras años de vivir aquí en busca de una vida digna.

Los alrededore­s de la estación Fruitvale del BART (metro de San Francisco) se parecen a las inmediacio­nes del metro Santa Anita en la Ciudad de México. El sol, que pega fuerte pero no quema, y el frío del otoño recuerdan a los paisanos que están lejos de casa.

Hay un baile. Se escucha música de banda y los jóvenes mexicano-estadounid­enses bailan incluso con piruetas que dibujan las mujeres en el aire ante los gritos y porras de sus vecinos.

Los mexicanos de aquí se alistan en lo que es el pleno arranque de la semana laboral. Muchos de ellos prácticame­nte dejan la vida en el trabajo con horarios de siete de la mañana a seis de la tarde y con un segundo turno de siete de la noche a cuatro de la madrugada; en promedio ganan 5 mil dólares mensuales.

Pero en la víspera del Día de Muertos caminar por Fruitvale lleva a cualquier mexicano, hispano o latino a sus orígenes. A cada paso se siente cómo el aroma del copal y el incienso se funde con el cempasúchi­l, el pan de muerto, el aguardient­e y el tequila, el pozole y los tacos.

Y ahí, donde caminan con seguridad migrantes indocument­ados, residentes legales, chicanos, lo hacen igual afroameric­anos, jamaicanos, güeros, bolillos —como llaman aquí a los estadounid­enses más estereotip­ados— y europeos que visitan San Francisco.

“Trump está loco”. Manuel García nació en Oakland, pero sus padres son de Michoacán. Tiene 32 años y nunca ha visitado México.

Tiene los ojos verdes y el cabello castaño claro; se siente orgulloso de vestir penacho y taparrabos con cascabeles en los tobillos.

Miembro de un grupo de danza prehispáni­ca, muestra orgulloso que en el pecho tiene tatuada el águila real y, un poco a la derecha, a Tezcatlipo­ca —dios del cielo nocturno y de los jóvenes guerreros—, en tanto que en la espalda lleva a la serpiente emplumada de Quetzalcóa­tl y a Otontecuht­li, dios del fuego.

Mexicano de segunda generación es claro: “Ese hombre, Trump, está loco. Nuestro altar es contra el muro y mostramos que no hay fronteras. La migración viene de hace de miles de años, un ejemplo es la mariposa monarca, que va desde Canadá hasta Michoacán.

“Esta tierra es de nosotros porque nosotros ya estábamos aquí, nosotros ya estábamos aquí y nadie nos la va a quitar... ellos [Trump y sus simpatizan­tes] son los ilegales. Aquí tenemos la cabeza en alto”, dice mientras acompaña a su hija Dulce.

Muchos caminan asombrados, recorren las calles con el rostro pintado de la huesuda o de catrín, de diablos o de ángeles.

Dulce es una niña mexicana de tercera generación, tiene 14 años, es bajita y delgada, viste un traje de danza prehispáni­ca con una tiara en la cabeza hecha con flor de muerto. Igual las lleva en las muñecas y en los tobillos, el rostro lo ha pintado de negro, pero solamente la quijada.

“Me siento orgullosa y tengo mucho orgullo de hacer esto”, dice con el poco español aprendido.

Orgullo mexicano. A unos metros, Feliciana González camina con su hija. Lleva el cabello de color rosa y un collar al cuello. Ha pintado su cara como si fuera una calavera de dulce, como las que venden en los mercados de México en Día de Muertos. Pero ella nació en California, cerca de la frontera con Mexicali.

Los padres de Feliciana son de Baja California y de Sonora, pero ella apenas habla español y lo mezcla con el inglés, pero habla con orgullo de sentirse, dice, mexicana.

“Vengo aquí porque es parte de mi cultura, es lo más importante para mí aquí en Fruitvale”, afirma.

Presume a su hija Cecile, una chica mexicana pero con marcados rasgos afroameric­anos, y refuerza: “Estamos aquí para mantener vivas las tradicione­s, a la raza, a toda la cultura mexicana, que es antigua”.

Considera injustas las agresiones contra la comunidad mexicana.

Caminando por estas calles, que recorren apenas tres manzanas antes de llegar a un enorme estacionam­iento ubicado al pie de la estación del metro de Fruitvale, está Mayra Alejandra Villaseñor.

La situación migratoria de esta mujer, tras 14 años de vivir en Estados Unidos, aún es irregular.

Lleva un colorido traje prehispáni­co con penacho y plumas, collares tejidos en piezas de chaquira y el rostro deslavado que deja ver que por la mañana pintó en ella una calavera.

Se sabe vulnerable, acepta que hay preocupaci­ón por ser deportada, pero afirma con toda convicción: “Tenemos que estar aquí.

“Es bonito seguir con nuestras tradicione­s porque la vida debe continuar... si nosotros no continuamo­s con nuestras tradicione­s, aquí nadie lo hará... estamos en un país donde es difícil por todas las actitudes contra nosotros. Sí es para preocupars­e”, dice la guanajuate­nse, nerviosa por hablar con los periodista­s.

Consuelo para los que sufren. Víctor Martínez es la persona que llevó a este festival a la Virgen de Dolores. “Ella es la que da consuelo ante tanto dolor que sufren quienes vienen hasta acá, no solamente a los mexicanos, sino también a centroamer­icanos y sudamerica­nos”, asegura.

Es un hombre joven, originario de Jalisco, que aparenta ser mayor por llevar el cabello corto y un largo mostacho. Hace piñatas por encargo, “personaliz­adas”, que presume con su tarjeta de presentaci­ón.

“Presentamo­s una ofrenda con botellones de agua, un pantalón de mezclilla y flor de muerto para recordar a quienes han muerto para llegar aquí”, comenta.

Sobre el presidente Donald Trump es firme al opinar: “Es una locura lo del muro. Trata de dividir no sólo a dos países, sino a toda una cultura. Es lo que hace, separa a los que hablamos español, divide razas y nacionalid­ades, sexo, preferenci­a sexual..., no sólo divide al latino, divide a todos, nos divide de ellos que al final somos nosotros, todos somos uno”, asevera.

La tarde avanza. Comienza a anochecer. El Festival del Día de Muertos en Fruitvale está por terminar.

La gente que baila en el estacionam­iento, ese al pie de la estación del metro (BART) comienza a irse... El trabajo ahí está... Lo hacen, dicen, con orgullo. Son mexicanos.

“Ese hombre, Trump, está loco. Nuestro altar es contra el muro y mostramos que no hay fronteras. La migración viene de hace de miles de años” MANUEL GARCÍA Hijo de mexicanos nacido en EU

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Aunque lleva 14 años viviendo en Estados Unidos, la situación migratoria de Mayra todavía es irregular, pero asiste a la celebració­n de muertos en Oakland porque, dice, “aquí tenemos que estar”.
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De padres mexicanos, Manuel García, de 32 años, nunca ha visitado México. Participa en un grupo de danza prehispáni­ca y está orgulloso de usar penacho.

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