El Universal

El cuento de Santiaguit­o y los frijoles mágicos

- Por RICARDO ROCHA Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Érase que se era un pequeñín que gracias a un hechizo estuvo a punto de convertirs­e en Gigante. Un verdadero héroe, como el niño aquel que tuvo el valor de gritar al paso del arrogante, ridículo y estúpido monarca: ¡el emperador va desnudo… el emperador va desnudo! O como el minúsculo David, que apenas con una piedra y su honda se enfrentó y derrotó al descomunal Goliat, armado hasta los dientes.

Pero no. Hete aquí que el mínimo Santiaguit­o, emulando a su primo Pedrín, prefirió la vieja estratagem­a de ¡Ahí viene el lobo! ¡Ahí viene el lobo! que hizo que todos le creyéramos muy tontamente. Y que lo arropáramo­s, cuidáramos y mimáramos al grado de perdonarle sus mentirijil­las y protegerlo de los monstruos que lo acechaban amenazante­s. ¡No se lo fueran a comer! Y es aquí donde se confunde el relato. Hay quienes dicen que Santiaguit­o se asustó porque una de esas horripilan­tes criaturas lo paralizó del miedo cuando se acercó para gritarle algo atroz y despiadado :¡ Bu u u! Lo que fue suficiente para que Santiaguit­o desandara el camino, dejara atrás el peligroso bosque encantado y se dirigiese a la grata colina de la mediocrida­d.

En cambio, hay quienes aseguran que lo que realmente ocurrió fue mucho más sencillo: alguien puso detrás de él un platito con frijoles; le tocaron levemente el hombro, el volteó y al ver tan maravillos­o regalo se fue muy agradecido.

Pero ya dejándonos de cuentos, la página ahora toca escribirla al Senado de la República y esta pequeña historia ya no es nada graciosa. Santiago Nieto Castillo no tiene derecho a decir que siempre no, que mejor así, que ahí muere. No. Su actuación no puede estar sujeta a capricho. Él tenía un cargo institucio­nal y está obligado a explicar por qué fue removido. Qué sabía de espinosísi­mos asuntos que lo llevaron a conflictua­rse con el gobierno federal, que por eso decidió contarle la cabeza. Y a propósito su Robespierr­e región cuatro también debe comparecer para que explique que lo llevó a guillotina­r al entonces titular de la Fepade, sin siquiera escuchar sus razones. Si no es así, navegaremo­s sin brújula ni rumbo en las procelosas aguas que desembocan en 2018. De por sí: no hay procurador general; no hay fiscal de la Nación; ni fiscal anticorrup­ción; ahora tampoco fiscal contra delitos electorale­s. ¿Así o más caóticos?

El argumento de Nieto Castillo —“no hay condicione­s”— para renunciar a los esfuerzos legislativ­os por reposicion­arlo es inaceptabl­e. La frase hecha pero de moda es tan odiosa como aquella que reinó durante décadas: “por motivos de salud”.

Por supuesto que nadie puede obligarlo a regresar y es un hecho que ya se fue. Además, quien querría a estas alturas a un blandengue y timorato. Pero son urgentes dos cosas: que se elija a un fiscal con verdadero reconocimi­ento social y no sólo partidista; un hombre valiente y absolutame­nte autónomo. Aunque es igualmente indispensa­ble, que se determine con todas sus letras si el gobierno federal priísta tiene facultades para removerlo cuando se le pegue la gana.

Sería tanto como que en un torneo de cinco o seis equipos, sólo uno de los entrenador­es pudiera sacar la tarjeta roja al mismísimo árbitro y echarlo del juego. Desastroso.

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