Mirándonos el ombligo
Estamos hoy a escasos 8 meses de que los mexicanos acudamos a las urnas para elegir al próximo Presidente. Y mientras partidos, sociedad civil, medios de comunicación, analistas, encuestadores y empresarios se enfocan lógicamente en quiénes serán los candidatos y cuáles serán sus estrategias y propuestas de campaña, el mundo podría atravesársele a los comicios mexicanos. Y es que a pesar de que muchos ingenuamente creen que lo que ocurre en el exterior poco importa o nos afecta, los asuntos internacionales suelen ser muy tercos; ocasionalmente llegan a impactar procesos políticos internos, tal y como podría ocurrir en nuestra elección presidencial. Hay dos factores convergentes que hacen de esto un escenario plausible: la ubicación de México y el actual contexto geoestratégico global; y las debilidades institucionales mexicanas en un país con un alto nivel de malestar político y social que atestiguará una elección muy reñida y con un voto atomizado.
Una de las megatendencias más determinantes de las relaciones internacionales del siglo XXI —la transformación de redes sociales y narrativas en un arma por parte de Estados y actores no Estatales en el espacio cibernético— se avizoró desde hace tiempo, y la he abordado aquí en columnas previas. A medida que han progresado investigaciones y el análisis fino sobre el papel ruso en los comicios de Estados Unidos y se han atado cabos con otras acciones similares en Francia y Alemania, es patente que la combinación de hackeo a campañas y registros estatales electorales, el uso de granjas de trolls y diseminación masiva de desinformación —a través de cuentas y spots pagados en redes sociales— pudo haber ayudado a decantar los 77 mil votos en tres estados que dieron a Trump la victoria en el Colegio Electoral. El principio operativo era sencillo: sembrar —vía millones de interacciones y miles de cuentas— discordia y dudas en un país polarizado, capitalizando a través de contenidos e información falsa temas de la guerra cultural que hoy divide a los estadounidenses. No hay que ser Sun Tzu para entender qué está en juego con esto. Hoy el poder se desplaza hacia aquellos que entienden y despliegan narrativas, ya sean Estados, corporaciones o grupos religiosos y sociales. La narrativa “armada” busca socavar al rival al generar falsedades, confusión y cismas políticos y sociales y puede usarse tácticamente como herramienta en un conflicto particular o estratégicamente, para debilitar, neutralizar o derrotar a un adversario. El objetivo táctico fue apoyar a Trump; el objetivo estratégico, debilitar a EU. Ya con Trump en el poder, las aspiraciones rusas de un descongelamiento de la relación con Washington —y sobre todo la revocación de sanciones aplicadas por EU contra empresarios y funcionarios rusos— se han desvanecido. Trump no ha podido reconducir la relación con Moscú, como prometió, y a medida que avanza la investigación sobre vínculos de su campaña con actividades rusas, el Congreso ha redoblado su presión para mantener y ampliar las sanciones.
En este contexto, arrancará la elección mexicana de 2018. Si yo fuese un estratega ruso, la siguiente gran oportunidad para generarle a EU un frente de distracción se halla del otro lado de su frontera sur. A diferencia de EU, donde hay 50 sistemas electorales, algunos de ellos digitales, en México hay un solo padrón electoral, electrónico, nacional y centralizado. En lugar de hackear 10 registros electorales, como ocurrió en EU, aquí sólo habría que penetrar uno. Si se pudo hacer en un país con estándares y protocolos de ciberseguridad elevados, imagínense lo que podría ocurrir en un país con instituciones y protocolos en pañales en esta materia. Y el contexto político mexicano se presta. Es un país polarizado con altos niveles de rechazo a partidos e instituciones gubernamentales, donde la credibilidad de INE y FEPADE se ha debilitado y la imparcialidad, transparencia y equidad son cuestionadas en todos los ámbitos de la vida nacional; donde han echado raíz los bots como mecanismos de desinformación o intimidación y empresas como Cambridge Analytica —actor en el triunfo del Brexit y de Trump— y plataformas (RT, por ejemplo) que han sido usadas en otros países como vehículos de narrativas “armadas”, ya tienen presencia; y que además, en las dos últimas elecciones, ha atestiguado acusaciones de fraude y amaño.
De darse este escenario en 2018, no estará dirigido contra México; va contra EU. Pero no por ello podemos ignorar que se cierne un peligro para nuestro proceso electoral y una real y profunda amenaza a la seguridad nacional mexicana. Es tiempo de que en México entendamos que la combinación de nuestra ubicación y nuestras divisiones internas y flaquezas institucionales pueden ser aprovechadas para sembrar desinformación, posverdad y crisis, minando de paso nuestra gobernabilidad democrática.