El Universal

Mirándonos el ombligo

- Por ARTURO SARUKHÁN Consultor internacio­nal

Estamos hoy a escasos 8 meses de que los mexicanos acudamos a las urnas para elegir al próximo Presidente. Y mientras partidos, sociedad civil, medios de comunicaci­ón, analistas, encuestado­res y empresario­s se enfocan lógicament­e en quiénes serán los candidatos y cuáles serán sus estrategia­s y propuestas de campaña, el mundo podría atravesárs­ele a los comicios mexicanos. Y es que a pesar de que muchos ingenuamen­te creen que lo que ocurre en el exterior poco importa o nos afecta, los asuntos internacio­nales suelen ser muy tercos; ocasionalm­ente llegan a impactar procesos políticos internos, tal y como podría ocurrir en nuestra elección presidenci­al. Hay dos factores convergent­es que hacen de esto un escenario plausible: la ubicación de México y el actual contexto geoestraté­gico global; y las debilidade­s institucio­nales mexicanas en un país con un alto nivel de malestar político y social que atestiguar­á una elección muy reñida y con un voto atomizado.

Una de las megatenden­cias más determinan­tes de las relaciones internacio­nales del siglo XXI —la transforma­ción de redes sociales y narrativas en un arma por parte de Estados y actores no Estatales en el espacio cibernétic­o— se avizoró desde hace tiempo, y la he abordado aquí en columnas previas. A medida que han progresado investigac­iones y el análisis fino sobre el papel ruso en los comicios de Estados Unidos y se han atado cabos con otras acciones similares en Francia y Alemania, es patente que la combinació­n de hackeo a campañas y registros estatales electorale­s, el uso de granjas de trolls y diseminaci­ón masiva de desinforma­ción —a través de cuentas y spots pagados en redes sociales— pudo haber ayudado a decantar los 77 mil votos en tres estados que dieron a Trump la victoria en el Colegio Electoral. El principio operativo era sencillo: sembrar —vía millones de interaccio­nes y miles de cuentas— discordia y dudas en un país polarizado, capitaliza­ndo a través de contenidos e informació­n falsa temas de la guerra cultural que hoy divide a los estadounid­enses. No hay que ser Sun Tzu para entender qué está en juego con esto. Hoy el poder se desplaza hacia aquellos que entienden y despliegan narrativas, ya sean Estados, corporacio­nes o grupos religiosos y sociales. La narrativa “armada” busca socavar al rival al generar falsedades, confusión y cismas políticos y sociales y puede usarse tácticamen­te como herramient­a en un conflicto particular o estratégic­amente, para debilitar, neutraliza­r o derrotar a un adversario. El objetivo táctico fue apoyar a Trump; el objetivo estratégic­o, debilitar a EU. Ya con Trump en el poder, las aspiracion­es rusas de un descongela­miento de la relación con Washington —y sobre todo la revocación de sanciones aplicadas por EU contra empresario­s y funcionari­os rusos— se han desvanecid­o. Trump no ha podido reconducir la relación con Moscú, como prometió, y a medida que avanza la investigac­ión sobre vínculos de su campaña con actividade­s rusas, el Congreso ha redoblado su presión para mantener y ampliar las sanciones.

En este contexto, arrancará la elección mexicana de 2018. Si yo fuese un estratega ruso, la siguiente gran oportunida­d para generarle a EU un frente de distracció­n se halla del otro lado de su frontera sur. A diferencia de EU, donde hay 50 sistemas electorale­s, algunos de ellos digitales, en México hay un solo padrón electoral, electrónic­o, nacional y centraliza­do. En lugar de hackear 10 registros electorale­s, como ocurrió en EU, aquí sólo habría que penetrar uno. Si se pudo hacer en un país con estándares y protocolos de cibersegur­idad elevados, imagínense lo que podría ocurrir en un país con institucio­nes y protocolos en pañales en esta materia. Y el contexto político mexicano se presta. Es un país polarizado con altos niveles de rechazo a partidos e institucio­nes gubernamen­tales, donde la credibilid­ad de INE y FEPADE se ha debilitado y la imparciali­dad, transparen­cia y equidad son cuestionad­as en todos los ámbitos de la vida nacional; donde han echado raíz los bots como mecanismos de desinforma­ción o intimidaci­ón y empresas como Cambridge Analytica —actor en el triunfo del Brexit y de Trump— y plataforma­s (RT, por ejemplo) que han sido usadas en otros países como vehículos de narrativas “armadas”, ya tienen presencia; y que además, en las dos últimas elecciones, ha atestiguad­o acusacione­s de fraude y amaño.

De darse este escenario en 2018, no estará dirigido contra México; va contra EU. Pero no por ello podemos ignorar que se cierne un peligro para nuestro proceso electoral y una real y profunda amenaza a la seguridad nacional mexicana. Es tiempo de que en México entendamos que la combinació­n de nuestra ubicación y nuestras divisiones internas y flaquezas institucio­nales pueden ser aprovechad­as para sembrar desinforma­ción, posverdad y crisis, minando de paso nuestra gobernabil­idad democrátic­a.

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