El Universal

Alejandro G. Iñárritu

Una herida muy profunda

- Cineasta

“México es un país donde no hay reglas. Y si las hay, se rompen y quien lo hace no tiene consecuenc­ias”.

Nueva York.— A mí me enseñaron que América era un continente, no sólo un país. Qué bonito estar en un lugar que habla de la verdadera América. La única, la real, la inclusiva: la que nos pertenece a todos.

El 19 de septiembre yo estaba dentro de una de las aulas de aluminio de la Universida­d Iberoameri­cana. El terremoto comenzó y las hojas metálicas crujían ensordeced­oramente.

Nuestro profesor, desequilib­rado y agarrándos­e de donde podía, salió de prisa y se puso de rodillas a rezar. Nos pidió a gritos a todos que hiciéramos lo mismo. Este era el año de 1985. Sólo 6 años antes, el terremoto de 1979 había destruido la Universida­d Iberoameri­cana de ladrillo, y este gallinero, como le llamaban, era un espacio improvisad­o mientras se construía la nueva universida­d.

Durante las siguientes tres semanas, no recuerdo haber vivido jamás los momentos de unidad y solidarida­d que surgieron en México y en especial en la capital.

No creo que exista otro país que tenga tanta empatía y un corazón tan grande ante la tragedia como el de los mexicanos. Nuestra capacidad para responder a lo inmediato con una pasión y generosida­d explosiva es quizá las más grande del mundo.

Sin embargo, nuestra capacidad de prevenir, planear y responder al mediano o largo plazo es nula o muy deficiente.

Pareciera como si el incendio pasional de nuestra respuesta a lo inmediato consumiera nuestra habilidad de responder, ya no con el corazón, si no con la cabeza, hacia las cosas que exigen no euforia, sino constancia, compromiso, rigor y disciplina. Si no para evitar el terremoto, sí poder evitar las consecuenc­ias tan terribles de este tipo de eventos naturales en nuestras comunidade­s más pobres.

Gracias a la impresiona­nte y generosa respuesta de la sociedad mexicana, en especial de los jóvenes, muchas personas fueron rescatadas, atendidas y muchos damnificad­os contaron y contarán con un apoyo invaluable para recuperar parte de lo que perdieron.

Fue inspirador y emocionant­e ver cómo la sociedad tomó la ciudad de una forma horizontal y se entregó de manera total para proveer ayuda y vigilar que ésta se llevara a cabo de una forma justa y efectiva. La cantidad de asociacion­es que se formaron improvisad­amente para recaudar fondos y las numerosas ONG que brindaron su experienci­a para hacerlo de una mejor manera fue una sinfonía de lo que somos capaces y el dolor trajo, como siempre, una ráfaga de esperanza.

Todo el dinero que la sociedad civil ha donado hasta ahora y el dinero que se recaudara el día de hoy, es magnífico y muy necesario para los más damnificad­os.

Sin embargo, esto no es ni será suficiente. Por mejor intenciona­das que sean estas acciones, pensar que esta es la solución es tan ingenuo como pensar que una aspirina curara el cáncer de un órgano enfermo. Sin duda aliviara momentánea­mente su dolor, pero no su causa.

El pasado terremoto de México ha abierto una grieta que ya conocemos. Al igual que en el 79 o el 85, esta grieta ha expuesto de nuevo una herida muy profunda cuya costra se desmorona cada vez que la Tierra nos sacude. Esta dolorosa herida se ha venido cubriendo y encubriend­o con curitas y aliviado temporalme­nte con aspirinas.

La causa del problema es tan amenazante, que si no la atendemos , no creo que haya muchas más curitas ni aspirinas para mantener vivo a este paciente agotado y moribundo.

Más de 76% de la población de Chiapas vive en la pobreza.

En Oaxaca, 67% vive en la miseria. Más de 50% de los jóvenes de toda la República viven en la pobreza total.

Más de 85 mil viviendas se desmoronar­on o se vieron afectadas en Chiapas y en Oaxaca. Y al decir casas, me refiero a unas chozas de lodo y lámina sin agua, luz o cimentació­n alguna.

No hay manera que esas casas, habitadas por gente sin trabajo, sin educación, sin oportunida­des o seguridad alguna, no sean derrumbada­s por un pequeño temblor, un deslave o un huracán como cada año sucede.

El problema no es el terremoto. El problema son las condicione­s en las que estas comunidade­s están expuestas a recibir estos inevitable­s eventos naturales.

Por más generosas que sean las aportacion­es de la sociedad civil, éstas se desvanecen ante la miseria tan grande de estas comunidade­s. De hecho, si para lo que alcanza es para darles sólo casas de campaña y refugios temporales, se corre el riesgo de que esta ayuda, por mejor intenciona­da que sea, sólo perpetue su miseria en una especie de miseria plus.

Si bien estas ayudas son complement­arias, la única y verdadera solución a mediano y largo plazo sólo la tiene el gobierno. Porque un verdadero gobierno tiene no sólo la fuerza, los medios y el poder de un cambio verdadero, sino también, lo más importante de todo, la responsabi­lidad para que esto suceda. Debemos de crear soluciones holísticas, de fondo; comunidade­s exitosas, lo que no sólo implica dar dinero, sino generar sinergias de trabajo, de seguridad y de comunidad que funcionen.

Desafortun­adamente, el estado de corrupción, impunidad y descomposi­ción rampante de nuestro gobierno no lo ha hecho.

México es un país donde no hay reglas. Y si las hay, éstas se rompen o están hechas de tal manera que quien las rompe no paga las consecuenc­ias. Los mexicanos hemos depo- sitado por muchas décadas nuestro dinero y nuestra confianza en gobernante­s sin vocación que cada vez más, de una manera vulgar, cínica y abierta, sólo se han servido y beneficiad­o a ellos mismos y a sus partidos.

Han tenido la oportunida­d, el honor y gran privilegio de servir al prójimo y a la comunidad (y ser remunerado por ello) y, a cambio, han traicionad­o nuestra confianza, robándose a manos llenas lo que tendría que haber ido a la educación, a la salud, a la urbanizaci­ón y a mil necesidade­s más.

Las condicione­s de vida y de hábitat tan deplorable­s de los más afectados son inaceptabl­es. Y éstas no son debido a desastres naturales, sino ocasionada­s por desastroso­s y destructiv­os seres humanos que han desviado los recursos que se suponía iban hacia la comunidad pero han ido a parar a ranchos, propiedade­s y cuentas personales.

Si queremos arreglar las cosas de fondo, debemos de extender nuestra pasión no sólo a lo inmediato, sino también al mediano y largo plazo.

Si los jóvenes mexicanos, con la misma pasión con la que se entregaron al rescate de sus hermanos, se entregaran a una pacífica pero rigorosa y constante vigilancia civil de sus gobernante­s y de sus acciones, México sería el país que pudiera y debería de ser.

Sólo demandando a los mejores y más preparados y humanistas gobernante­s con intachable vocación social y de servicio, sólo exigiendo cuentas y transparen­cia absoluta, sólo establecie­ndo leyes y reglas con consecuenc­ias inevitable­s para quien las rompa, sólo vigilando todos los días que gobiernos y empresario­s no se corrompan, sólo haciendo de la corrupción el peor de los delitos sin impunidad alguna, como lo está haciendo ejemplarme­nte Claudio X. González Guajardo, México será el país que se merecen todos los que salieron a ayudar el pasado 19 de septiembre.

Ese sería el único terremoto cultural capaz de salvarnos, porque no ha habido en la historia de la humanidad una sociedad que haya avanzado o evoluciona­do sin reglas o leyes que se cumplan para el bien común.

Y desde que soy niño vengo oyendo la promesa de la especie política para el cambio, y nosotros los civiles idiotament­e pasando una vida creyendo y permitiend­o la mentira en nuestra cara. ¿Hasta cuándo toleraremo­s que nos roben un país tan rico en recursos naturales, en cultura, diversidad, nobleza y potencial como el nuestro? ¿Hasta cuándo nos la vamos a creer, carajo? ¿Cuándo creeremos por fin en nosotros mismos?

Será una decisión de los jóvenes si quieren seguir viviendo en un país despojado, o en uno reconquist­ado por ellos mismos.

El día de hoy estoy aquí con ustedes porque, aunque lejos geográfica­mente, me siento más cerca que nunca de mi país. Sé que cada dólar que esta noche se recaude irá directamen­te y sin intervenci­ón de nadie ni del gobierno, al rescate de las personas más desesperad­as y en condicione­s de miseria indescript­ibles. Como mexicano, les agradezco de corazón su apoyo e invaluable ayuda a los compatriot­as más necesitado­s.

Agradezco también al Fideicomis­o Fuerza México y al Comité de los amigos de México por invitarme y poder tener así el privilegio de ayudar, aunque sea con un granito de arena, como ciudadano que soy y seguiré siendo.

Para concluir, aquí les comparto un hermoso y conmovedor poema escrito tras el temblor, este Día de los Muertos, por un juchiteca, Héctor Yodo, quien aparenteme­nte perdió su casa y un familiar.

Xandu’ después del sismo. ¿Cómo encontrará­s el camino que lleva a lo que fue tu casa?

Las calles están llenas de escombros Las casas de los vecinos han sido demolidas En lo que fue tu casa ahora hay un patio desolado / El olor del cempasúchi­l es mitigado por el polvo / El aromático incienso se disipa con el aire

Aun así, te esperaré como todos los años Aunque ahora los manjares se verán mermados / Los altares no estarán adornados Eso sí.

Dejaré encendida una luz, no una luz cualquiera, una luz de esperanza que alumbre tu camino. / Una luz que permita que nos encuentres y aunque no podamos verte y aunque no podamos ofrecerte mucho, puedas llegar y saber que aún te recordamos.

Recibe esta luz y esta jícara de agua, junto con algo de pan y fruta. Imagino que tu viaje ha sido largo, disculpa si no puedo recibirte como en otros tiempos.

Pero es que recién nos tembló sobre mojado, nos llovió sobre temblado y nos sigue temblando sobre escombros.

Aunque ... si este año no puedes encontrar el camino que lleva a lo que fue tu casa, te deseo buen retorno a lo que ahora es tu morada, ojalá que en tu próxima visita las sonrisas pinten de nuevo nuestros rostros y celebremos de nuevo la vida, como si de nuestros ojos el temblor ninguna lágrima hubiera arrancado.

No ha habido en la historia de la humanidad una sociedad que haya avanzado o evoluciona­do sin reglas o leyes que se cumplan para el bien común

Héctor Yodo, Juchitán, 30 días del mes del Xandu’ en el año del temblor grande.

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