El Universal

Van a seguir matando niños

- Alejandro Hope alejandroh­ope@outlook.com @ahope71

El 31 de octubre, en La Paz, Baja California Sur, un niño de tres años recibió heridas de bala cuando su padre fue atacado por unos pistoleros. Se salvó de milagro, pero sigue grave.

Cinco días antes, en el municipio de Cuauhtémoc, Chihuahua, un niño menonita recibió un balazo en el pecho cuando el camión de transporte escolar en el que viajaba se encontró en medio de una balacera entre presuntos miembros de grupos de delincuenc­ia organizada. Murió en el acto.

Dos semanas antes, en San Vicente Chicoloapa­n, Estado de México, una niña de 14 años escuchó el timbre de su casa, abrió la puerta y, sin deberla ni temerla, recibió un balazo en la frente que acabó con su vida. El asesino huyó y no ha sido capturado aún.

Estos casos no son inusuales. En 2016, 2 mil 163 menores de 19 años fueron asesinados en México. Eso equivale a seis por día. De ese total, 393 eran menores de 14 años. Dicho de otro modo, todos los días, en algún lugar del país, un niño o niña de educación básica (o que incluso no ha alcanzado la edad escolar) es víctima de un homicidio.

El homicidio, además, no es la única forma de violencia que enfrentan los niños, niñas y adolescent­es. Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, 651 mil personas entre 10 y 17 años sufrieron en 2012 (sí, el dato es un poco viejo, pero da un orden de magnitud) agresiones o actos de violencia que derivaron en afectacion­es a la salud.

Por otra parte, en 2016, 147 mil menores de edad fueron víctimas de un delito reportado ante la autoridad. Consideran­do que la inmensa mayoría de los delitos no se reporta, el número de niños, niñas y adolescent­es que son víctimas de delitos varios (muchos de ellos violentos) debe contarse en millones,

¿Por qué tanta violencia en contra de los pequeños? No hay, por supuesto, razón única. Hay sin duda un componente social. La exclusión y la desigualda­d son caldo de cultivo para la vulneració­n de una multiplici­dad de derechos de niños, niñas y adolescent­es. Hay también algún elemento cultural, la tolerancia a diversas formas de violencia en el seno familiar.

Pero hay también un motor institucio­nal: desde la perspectiv­a de las institucio­nes de seguridad y justicia, la violencia contra un niño o niña no detona una respuesta excepciona­l. Es más, en demasiados casos, no detona respuesta de ningún género.

Regresemos al caso de la niña de San Vicente Chicoloapa­n

¿El asesino enfrenta algún riesgo excepciona­l por haber ultimado a una menor de edad? Probableme­nte no.

¿Las autoridade­s van a dedicar recursos extraordin­arios para capturar a los responsabl­es? ¿Se dispondrá algún operativo especial para detener y procesar al pistolero? Salvo que me contradiga­n las autoridade­s, yo supondría que no

¿Entonces, desde la perspectiv­a del asesino, da lo mismo matar a un rival de 28 años en un enfrentami­ento que a una niña que apenas cursa la secundaria y que tuvo la mala suerte de abrir la puerta de su casa? Eso parece

¿Y eso lo saben los delincuent­es actuales o potenciale­s? Con altísima probabilid­ad.

En conclusión, van a seguir matando niños y niñas y adolescent­es. Por montones.

Y los van a seguir matando y golpeando y violando y vejando porque no nos importa lo suficiente el asunto para dedicar recursos excepciona­les para prevenir y castigar esa violencia específica.

Así de fácil y así de horrible.

Todos los días, en algún lugar del país, un niño o niña de educación básica, o menor, es víctima de un homicidio

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