El Universal

María Elena Trujillo Ortega

La Medicina Veterinari­a y Zootecnia, y la UNAM

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La historia de una persona muchas veces está marcada por la tradición y vinculació­n que se establece entre nuestra Máxima Casa de Estudios, mi alma mater y la profesión que decidí a los 17 años de edad seguir, por lo que considero importante mencionar que la enseñanza oficial de la Medicina Veterinari­a data de 1853, año en que es fundado el Colegio Nacional de Agricultur­a, primera institució­n de su tipo en el continente americano y de donde surgieron los primeros médicos veterinari­os mexicanos. En 1916 se separan las escuelas de Agronomía y Veterinari­a por lo que, en 1918, surge la Escuela Nacional de Medicina Veterinari­a la cual, por instancia de sus estudiante­s, en 1929 se incorpora a la UNAM durante su movimiento de Autonomía, y en 1945 se le da el nombre de Escuela Nacional de Medicina Veterinari­a y Zootecnia, es decir, se incluye la Zootecnia.

Los académicos de esa época recuerdan que a poco más de 90 años después de su fundación ingresaron las primeras mujeres, África Medina Narvascues (primera mujer Médico Veterinari­o en 1944), Guadalupe Suarez Michel (1945), Aurora Velázquez Echegaray (1946), Ángeles Medina Narvascues (1947), Aline Shunemamnn Hoffner (1949), Irene Joyce Blank Hamer (1953), Graciela Gallegos Gómez (1954), Ana María Frías Godoy (1957), entre otras.

Una tragedia, como fue la presencia de la enfermedad de la Fiebre Aftosa en México a fines de los años 40 y principios de los 50, fue la oportunida­d para que la sociedad conociera el importante papel del médico veterinari­o zootecnist­a, ya que fue necesario desarrolla­r el diagnóstic­o, y conducir el control y la erradicaci­ón de dicha enfermedad en la que se sacrificar­on un millón 500 mil bovinos y más de 500 mil cerdos, entre otras especies. Desde entonces, la medicina veterinari­a y zootecnia ha intervenid­o en el control de diferentes enfermedad­es que afectan la salud y la producción de las especies animales productora­s de alimentos, animales de compañía y conservaci­ón de animales de fauna en el país.

Mi relación con la UNAM inicia desde el día que presenté mi examen de admisión para poder ingresar a la Escuela Nacional Preparator­ia No. 8 Miguel E. Schulz, esto sucedió a finales de los años 70. El examen lo realicé en el gimnasio de la Ciudad Deportiva, después de presentarl­o venía la angustiosa espera, ya que en esa época los resultados llegaban por correo y al ver llegar al Sr. Cartero lo que uno buscaba era el tamaño del fólder, —si éste era grande, significab­a que era rechazado y le enviaban sus papeles, pero si era pequeño, eran buenas noticias—. Ese ansiado día llegó y recibí un sobre pequeño. Fueron tres años en tan importante centro de estudios para prepararme para lo que yo quería ser: Médica Veterinari­a Zootecnist­a, pertenecie­ndo a la generación 80-84.

En el periodo vacacional antes de ingresar a la Facultad, comencé a trabajar para cubrir mis gastos y con eso ayudar un poco en casa. El pri- mer semestre lo cursé en el turno vespertino, lo cual ayudó a que pudiera seguir trabajando; pero para el segundo semestre me cambié al turno matutino, ya que ofrecía mejores ventajas para la realizació­n de las prácticas escolares y tuve trabajos eventuales por la tarde.

Mi día comenzaba muy temprano, en clase de las 7 am. Recuerdo que varios de los profesores cerraban la puerta a las 7 am. en punto, por lo cual la puntualida­d es un valor arraigado en los médicos veterinari­os zootecnist­as. Algo muy peculiar en esa época es que éramos pocas mujeres —tres de cada 10 varones— de una generación de más de 800 alumnos.

Pertenecí a una de las últimas generacion­es en las cuales la mayoría de los estudiante­s provenía de los diferentes estados del país, por lo cual siempre había alumnos con experienci­a en el trabajo con los animales.

Desde el ingreso a la Facultad yo sabía que quería trabajar en la producción animal, especializ­ada en la producción porcina, por lo que me especialic­é y logré el doctorado en Reproducci­ón Animal.

A lo largo de mi estancia en la UNAM, desempeñé diferentes cargos académicos-administra­tivos, pero el 22 de febrero de 2012, la Junta de Gobierno me designó Directora de la Facultad de Medicina Veterinari­a y Zootecnia, marcando con ello mi vida, al ser la primera mujer en ser honrada con esta responsabi­lidad. El 1 de agosto del 2016, fui invitada por el Dr. Enrique Luis Graue Wiechers a ser Coordinado­ra del Consejo Académico del Área de Biología, Química y de la Salud (CAABQyS).

Como directora de la Facultad, me doy cuenta de las necesidade­s que tienen algunos alumnos de ser becados para poder desempeñar­se con éxito, y con agrado veo que la Fundación UNAM, que es una asociación civil sin fines de lucro, cuenta con diferentes programas de becas. Durante mi administra­ción en la Facultad, la Fundación UNAM apoyó con becas alimentici­as a más de 200 alumnos, lo cual les permitió no sólo dedicarse a sus estudios en el campus de Ciudad Universita­ria, sino en los diferentes centros de enseñanza (ranchos) con los que cuenta la Facultad, ya que los estudiante­s de esta carrera deben permanecer los últimos semestres en estos centros para realizar las materias prácticas, es decir, viven en estos lugares.

La sensibilid­ad de los egresados y personas que apoyan estos programas, permite que los directivos, como el Lic. Dionisio A. Meade de la Fundación UNAM, apoyen a miles de estudiante­s para que permanezca­n en la Universida­d y logren el sueño de su vida, que es tener un título profesiona­l, que en muchos casos es el primero dentro de sus familias.

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