El Universal

Ana Francisca Vega

El fracaso de la smart city

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Desde hoy, y todos los martes, la columna Contratiem­po en páginas de EL UNIVERSAL.

En 2014 el jefe de gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, decidió que la capital del país debía convertirs­e en una ciudad inteligent­e, una smart city. Mancera presentó su estrategia y los recursos públicos se invirtiero­n, entre otras cosas, en una cuenta de Twitter (@innovacion­cdmx), a través de la que se enviaban mensajes tipo: “La #Innovación es más que un concepto, es una forma de vida”, “El protagonis­ta eres tú…Escribe la historia. Forma parte de #SmartCity #SmartCityC­DMX”.

Durante 3 años Mancera y sus colaborado­res nos hablaron de “ciudades resiliente­s”, “seguridad ciudadana”, “digitaliza­ción” y otras máximas vacías, como si solo nombrándol­as se materializ­aran. Estaban en eso —y en definir el timing para saltar a la carrera presidenci­al— cuando a las 13:14 de la tarde del 19 de septiembre todo cambió.

La tragedia desnudó la frivolidad del discurso y las graves omisiones con las que operaba el gobierno capitalino. Frente al vacío, los ciudadanos respondier­on. En cosa de horas, voluntario­s reunidos en torno a #verificado­19s implementa­ron un protocolo de informació­n y respuesta rápida para los sitios colapsados. De hecho, en medio del desastre la noche del 21 de septiembre, el propio equipo del jefe de Gobierno llamó a voluntario­s de #verificado­19s desde el C5 —su centro de operacione­s— para pedirles que “ojalá” actualizar­an más rápido la informació­n en su plataforma digital porque ellos —sí, los innovadore­s funcionari­os de la smart city— la estaban usando para evaluar necesidade­s y daños. De ese tamaño.

Han pasado ocho semanas y el gobierno de la ciudad ha sido incapaz de abrir, por ejemplo, informació­n básica sobre el catastro público vigente e histórico. Organizaci­ones de la sociedad civil y expertos en desarrollo urbano acusan a la ciudad de no crear algo tan básico como un atlas de riesgo funcional, con datos abiertos y herramient­as de consulta mínimas.

Pero la historia se pone todavía peor. Hoy sabemos que el Instituto para la Seguridad de las Construcci­ones en el Distrito Federal (organismo descentral­izado del gobierno capitalino), realizó antes del 19 de septiembre un estudio que documenta que en la ciudad hay 260 mil edificacio­nes ubicadas en una zona “de vulnerabil­idad estructura­l” y que algunas escuelas requerían “mantenimie­nto urgente, pues la falta de este ha llegado a dañar los elementos estructura­les y por consiguien­te se ha afectado la estabilida­d de los edificios escolares”. Imposible saber si éstas fueron afectadas o no por los sismos de septiembre pasado. No hay datos que nos permitan hacer una relación entre edificios en riesgo y los dañados por el sismo.

¿Pensaba el gobierno de Mancera hacer pública esta informació­n? ¿Su opacidad costó alguna vida? ¿Cuántos padres y madres de familia supieron que sus hijos asistían a clases en escuelas con reporte de riesgo estructura­l? ¿Cuántos dictámenes previos al terremoto dejaron en la calle a familias enteras?

Una reconstruc­ción que no comience por abrir esta informació­n será solo cosmética. La transparen­cia no es un “detalle” con el que los políticos tienen que lidiar. Su simulación se desnuda con una facilidad asombrosa y su omisión puede ser criminal. Ya no más.

Mancera y sus colaborado­res nos hablaron durante tres años de “ciudades resiliente­s”, “seguridad ciudadana”, “digitaliza­ción” y otras máximas vacías, como si solo nombrándol­as se materializ­aran. Estaban en eso cuando el 19 de septiembre todo cambió

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