La soledad del crítico
“Un crítico literario no es alguien que esté esperando que suene el teléfono”, dice Christopher Domínguez Michael en esta entrevista, a propósito de su reciente ingreso a El Colegio Nacional. Además de hablar sobre sus raíces y filiaciones, el autor de Wi
Entrar al universo de Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962) es perderse en los asuntos que tanto le apasionan: la literatura, la música, el cine. La amistad. La cultura. Y la política. Adentrarse en su pequeño estudio de Coyoacán, al sur de la capital mexicana, es entrometerse en la guarida íntima de un crítico que se la juega todos los días en el hipódromo de la literatura. “La importancia de un crítico no radica en apostarle al caballo ganador, sino en que vaya todos los días al hipódromo”, le he escuchado decir en más de una ocasión.
Mientras miro de reojo las notas, cartas, apuntes y torres de libros sobre el escritorio, coronado por una lámpara, pienso en todos los elementos que hacen posible la alquimia de la crítica literaria o, como él prefiere llamarla, “la historia de la literatura”. Visitar su estudio es también fisgonear en su cocina, donde se prepara el café cada mañana antes de sentarse a leer y a escribir.
Apenas se cruza la puerta de su estudio y la mirada se topa con libros y más libros. También con sus colecciones de discos. Encuentro notas prendidas con chinches en los marcos de las puertas, afiches, pelotas, lapiceras, pisapapeles, fotos, portarretratos, muñequitos de plástico, postales, carritos.
El escritor pertenece a la estirpe de los que son considerados a veces jueces y a veces abogados de la literatura; a la de los que escriben mucho y, por lo mismo, se equivocan.
“Un crítico literario es un escritor que escribe sobre literatura y que utiliza el mismo instrumento que los objetos de su crítica: las palabras”, afirma al tiempo que se balancea en la silla de cuero desde donde analiza y desmenuza. Tiene claro que la autoridad de un crítico se la dan los lectores, pero también su estilo y sus procedimientos creativos. Lo dijo en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, el pasado 3 de noviembre, y lo dice en entrevista a Confabulario.
¿Existe una tradición de crítica literaria en México?
Desde luego que la tenemos. Mi ingreso a El Colegio Nacional sólo es un capítulo más de esta tradición. En este Colegio estuvo un crítico literario que fue Antonio Castro Leal. Antes, desde luego, figuró Alfonso Reyes, que no fue propiamente un crítico literario dedicado a la literatura contemporánea, aunque escribió uno de los tres grandes tratados de poética que tiene la tradición mexicana: El deslinde, junto a El arco y la lira, de Octavio Paz, y Poética y profética, de Tomás Segovia. Si la crítica en México no ha estado a la altura de la crítica en el mundo anglosajón o de Francia, ello se debe a circunstancias un tanto ajenas a nosotros: fuimos parte del imperio español hasta 1821 y el siglo XVIII español es muy pobre. Ortega y Gasset decía que fue el menos español de los siglos; y en el siglo XIX batallamos muchísimo por crear lo que entonces se consideraba urgente, que era una literatura nacional. Pero luego llegan Altamirano y el modernismo. Claro que hay crítica en México.
¿Tu interés está sólo en la crítica literaria rigurosa y enérgica?
Soy un escritor, escribo libros de crítica literaria, pero no sólo eso: también he escrito historia y biografía. Y los artículos que EL UNIVERSAL generosamente me publica, después de dejarlos dormir un tiempo, los retomo, arreglo y algunos de ellos se convierten en parte de mis libros. Un crítico literario, como un poeta, como un novelista, debe escribir libros que aspiren a ser iguales o mejores que los libros sobre los que habla, sean éstos poemas, novelas o cuentos. Un crítico es un escritor que escribe sobre literatura y que utiliza el mismo instrumento que los objetos de su crítica, que son las palabras.
¿Qué tanto te interesa la reseña como género?
La reseña es la unidad básica, pero quien se queda haciendo reseñas pues se queda en lo básico. Hay desde luego, como dije en el discurso, grandes escritores que se hicieron famosos por las reseñas breves que escribieron, como fue el caso del joven Borges, que escribía reseñas literarias en una revista de cultura general, y hasta la fecha esas reseñas son obras maestras del arte de la crítica. Actualmente en las revistas literarias, sobre todo en las anglosajonas, hay novelistas, como la británica Zadie Smith, que escriben textos muy notables que no tienen otro objetivo que el de ser meras reseñas.
A la hora de escribir, ¿eres más exigente de lo que te demanda el texto que desmenuzas?
Ése es mi propósito y eso es lo que yo quisiera que el lector viera. Desde luego que no siempre lo consigo porque es un trabajo que requiere de un gran esfuerzo: al mismo tiempo que hay que estar al tanto de la literatura contemporánea, hay también que tener en cuenta la tradición literaria. Hay que leer a los clásicos para volverlos a colocar en el mercado, para, dicho vulgarmente, volverlos a poner en la vitrina. Y que los lectores sepan por qué hay que leer a Rubén Darío o a cualquier novelista ruso del siglo XIX, lo mismo que a algún escritor olvidado de principios del siglo XX. El crítico literario, y ésa es una de las partes más sabrosas del oficio, se la pasa recuperando, buscando, escarbando, redescubriendo.
¿Es la crítica un oficio o una profesión?
Para empezar es una vocación. En nuestro país y en otros de América Latina las carreras de los críticos suelen durar muy poco. Un escritor joven ejerce la crítica durante dos, tres, cuatro años, y en cuanto sale su primera novela, su primer libro de cuentos o su primer libro de poemas, abandona esa especie de antesala en la que se vio obligado a estar. Por eso son muy importantes los creadores que siguieron haciendo crítica, como Tomás Segovia, Juan García Ponce, Octavio Paz y Salvador Elizondo. ¿Por qué? Porque ellos demostraron que no les bastaba con su ficción o con el ejercicio de la poesía, sino que tenían necesidad de reflexionar concienzudamente a nivel teórico. Ante la desaparición del joven crítico que se convierte, para bien o para mal, en novelista o poeta —aunada a la obstinación de algunos personajes como yo—, siempre está la gran crítica que hacen los poetas y los novelistas.
Tal parece que Domínguez Michael es tan exigente cuando habla que cuando escribe. Abre paréntesis, pausas, que intimidan cuando conversas por primera vez con él, pero que comprendes cuando ocurre un nuevo encuentro. El autor de Octavio Paz en su siglo, Vida de fray Servando, del Diccionario
crítico de la literatura mexicana 1955-2011 y de William Pescador, su única novela hasta el momento (publicada hace 20 años), recurre a ciertos silencios para enfatizar algo, y enseguida continuar con la reflexión o rematar alguna idea.
Como si de seres vivientes se tratara, los demasiados libros que hay aquí cubren paredes y trepan a mesas y sillones. Alcanzo a