LES ENSEÑA A SER FELICES
Iris González, la maestra de Julio, el niño que recibió su primer pastel de cumpleaños, narra las precarias condiciones de esta escuela-albergue
Al inicio del ciclo escolar la profesora Iris les preguntó a sus 14 alumnos cuándo era su fecha de cumpleaños, para así poder hacer una fiesta mensual. “Les hice un calendario en forma de globo”, explica. Julio es el único estudiante que nació en octubre.
“Cuando vio el pastel se me hizo muy curioso porque no se quería quitar la mano de su pañito, con el que se tapó la cara”, recuerda.
Al preguntarle a Julio lo que ocurría, el niño contestó: “Es que nunca me habían dado un pastel”.
Entre porras y aplausos para Julio, los menores preguntaban a la maestra qué frutas eran las que contenía el pastel.
“Me preguntaron: ‘¿Qué es eso verde?’ Y les dije: ‘Es kiwi, una fruta’”. La docente cuenta que algunos estudiantes no conocían las frutas que muchos otros niños, de manera cotidiana, sí pueden identificar.
El albergue. Julio, al igual que otros 73 niños, toma clases en un salón improvisado, hecho con láminas de cartón y lonas. De lunes a viernes vive en un albergue, alejado de su familia, para no tener que caminar un trayecto de hasta cinco horas desde su comunidad a la escuela. En estas condiciones, él y sus compañeros a diario buscan continuar con sus estudios de secundaria.
La telesecundaria Juan Escutia está localizada en la comunidad de Huaynamota, en el municipio Del Nayar, en la sierra nayarita, donde habitan comunidades indígenas, en su mayoría huicholes.
La escuela tiene construidas tres aulas y dos más fueron improvisadas por cinco profesores, quienes están a cargo de los tres grados.
Las condiciones no sólo son difíciles para los niños, para llegar a la escuela los maestros atraviesan un río que, cuando llueve, se llena de palos y lodo. Por eso prefieren vivir en las instalaciones de la telesecundaria durante la semana, aunque pueden permanecer ahí hasta 15 días.
La maestra Iris García, egresada de la Normal Superior de Nayarit, se encarga de uno de los grupos de primer año. Cuenta a EL UNIVERSAL que ella y otros cinco profesores construyeron con láminas de cartón, palos, lonas y unas puertas, dos techos, donde los niños toman sus clases. La zona donde los colocaron se usaba como desayunadores, por eso tiene piso firme. “A la otra maestra y a mí nos divide una lámina de cartón”, dice.
Las aulas improvisadas están acondicionadas con un pizarrón, con el que la maestra Iris imparte todas las clases, y además, les enseña palabras en inglés, que les traduce al español y al wixárika, lengua local.
Carencias. El albergue donde Julio y sus compañeros viven es parte del Programa de Albergues Escolares Indígenas, de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), localizado a pocos minutos de la escuela.
El lugar recibe a alumnos desde primaria hasta preparatoria. En total lo habitan entre 100 y 120 niños de diferentes comunidades, aunque no tiene las condiciones necesarias para atender ni siquiera las necesidades básicas. “No cuentan con agua potable para bañarse y a veces ni para tomar”, dice la docente.
Los niños deben cumplir normas de convivencia, si no lo hacen pueden ser suspendidos.
Eso le ocurrió a Julio, quien por una semana no pudo permanecer hospedado y tuvo que trasladarse desde su casa hasta la escuela, lo que lo obligó a caminar un trayecto de dos horas atravesando montes.
La maestra Iris intervino para conseguir que fuera readmitido. “Se me hacía imposible que mi niño estuviera caminando desde las 5:00 para llegar a la escuela a las 7:00 que entramos”, recuerda. “Tuvimos una reunión. El papá [de Julio] y nosotros hablamos con la jefa del albergue para que lo recibiera de nuevo”, explica.
En la escuela se les provee una comida, y en el albergue reciben desayuno y cena, que normalmente son frijoles, tortillas, arroz y, en ocasiones, atún. “La escuela garantiza el alimento de lunes a viernes, pero no sabemos si en sus casas coman de manera adecuada [el fin de semana]”, comenta la maestra, quien expresa preocupación debido a que, al evaluar peso y talla de sus alumnos, se percató que “hay algunos en condiciones de desnutrición”.
También padecen. Para los maestros, la situación tampoco es favorable. Ellos viven en las instalaciones de la escuela de lunes a viernes, pues las lluvias impiden que se trasladen a sus casas. “Hay semanas en que nos quedamos 15 días o más”, indica.
La maestra Iris cuenta que cuando llueve, los deslaves llenan el río Huaynamota de palos y lodo, por lo que se vuelve más difícil cruzar. En ocasiones, el motor de la barca que utilizan se apaga, y deben remar para esquivar los escombros.
Los profesores que atienden la escuela provienen de comunidades de Nayarit, y para comunicarse con sus familias deben atravesar el río y llegar a otra localidad donde hay un local con acceso a internet.
Así fue como la maestra Iris pudo poner, el pasado 7 de noviembre, en su perfil de Facebook las fotos del cumpleaños de Julio. En cuestión de horas, la publicación se volvió viral en redes sociales y la nota llegó a diversos medios de comunicación.
El pastel de Julio. Pese a todo, Iris González describe como una “grata experiencia” los momentos en que los estudiantes pueden compartir actividades como la fiesta de cumpleaños de Julio. “A pesar de todo, hay que buscar que sean felices, aunque las condiciones a veces no dan para más”, dice.
La profesora hace un llamado a las autoridades a que ayuden a la comunidad de Huaynamota, y en especial a la escuela y el albergue, afirma que necesitan apoyo en la labor que ellos a diario se esfuerzan por cumplir de la mejor manera: enseñar y atender las necesidades de los niños.