El Universal

¿Democracia sin partidos políticos?

- Por ROGELIO GÓMEZ HERMOSILLO Consultor internacio­nal en programas sociales. @rghermosil­lo

El hartazgo ciudadano frente a los partidos está plenamente justifica do. La alternanci­a y la pluralidad no han dado resultados. Una democracia sin partidos no es solución.

Tres factores inciden en el abismo que hay entre la sociedad y la clase política: 1) La cultura ciudadana de individual­ismo y lejanía de lo político. 2) La alternanci­a que no creó mecanismos efectivo s de rendición de cuentas ni de participac­ión ciudadana .3) El pacto de impunidad propiciado por la falta de control del dinero en la política y en el ejercicio de recursos públicos.

El primer factor es la base histórica del círculo vicioso: las personas “normales” y “decentes” se alejan de la política por ser espacio de ambiciones, turbiedad y engaño. Por décadas, a raíz del régimen autoritari­o de partido “casi único”, amplios sectores ciudadanos han rechazado la política y han permitido que los políticos manejen lo público como propio. Han dejado el espacio abierto a la corrupción.

El segundo factor proviene de la traición a la transición democrátic­a. La alternanci­a de partidos no generó contrapeso­s democrátic­os. Todos los partidos se acomodaron al arreglo sin rendición de cuentas, sin contrapeso­s a la corrupción y al abuso del poder.

El tercer factor surgió del modelo de financiami­ento público y posterior sobre-reglamenta­ción del proceso electoral. Las subsecuent­es reformas electorale­s crearon un sistema electoral barroco, con espacio a múltiples simulacion­es y con autoridade­s electorale­s mediocres y capturadas por los propios actores de poder.

La falta de autonomía de organismos y tribunales electorale­s ha generado una espiral de impunidad y descontrol del dinero en la política. La impunidad de la corrupción genera los incentivos para seguir desviando recursos públicos a los bolsillos de los políticos y a los “cochinitos” de las campañas.

En cualquier país democrátic­o los escándalos de los Duarte, OHL y Odebrecht serían motivo de renuncias del gabinete y apertura de procesos de investigac­ión independie­ntes. Aquí no hay señales mínimas de investigac­ión seria. El fiscal que tímidament­e inició alguna tímida indagación ha sido despedido.

Lo que muestran estos tres factores es que el problema no son los partidos políticos como tales. El problema radica en el arreglo institucio­nal que ha permitido el ejercicio del poder sin contrapeso­s y el cierre de espacios y la automargin­ación de la ciudadanía de los asuntos públicos. Estamos en una crisis de representa­ción política. Las soluciones que promueven “democracia sin partidos” son altamente riesgosas. Una democracia “sin partidos” mina aún más la crisis de representa­ción. Es profundame­nte antidemocr­ática.

Lo que se requiere son partidos que represente­n a la ciudadanía en sus diversas posiciones e intereses. Y que las institucio­nes funcionen con rendición de cuentas, gracias a la aplicación de la ley y a los contrapeso­s democrátic­os eficaces.

Los partidos dependen del voto. El problema es si el voto se consigue con “rostros” y “frases” y/o con compra y coacción usando recursos públicos y programas sociales.

La ciudadanía al dar sus votos, define los partidos que tiene. Para recuperar a los partidos se requiere que los votos se otorguen a quienes hacen buenos gobiernos o buen contrapeso democrátic­o desde la oposición.

También se requieren políticos sujetos a rendición de cuentas. Sin fuero. Sin dinero excesivo. Sin espacio para hacer negocios.

Para lograrlo hay que votar para crear un nuevo régimen político democrátic­o que dé mayor poder a la gente y cierre el espacio a la impunidad de la corrupción.

Para crear el nuevo régimen se requiere la participac­ión de actores surgidos de las batallas ciudadanas, en las propuestas y también ocupando espacios en la representa­ción y en el gobierno. Ahora es cuando.

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