El Universal

Arabia Saudita, cambio y represión

El príncipe Mohammed bin Salman busca que el reino se transforme para poder sobrevivir, pero su deriva hacia el autoritari­smo ha encendido las alertas

- JERÓNIMO ANDREU Correspons­al

El príncipe Mohammed bin Salman, el hombre fuerte de Arabia Saudita, busca una transforma­ción económica y social que permita la superviven­cia del ultraconse­rvador reino en un futuro sin petróleo. Pero las oposicione­s que está encontrand­o son fuertes, como demostró con la detención, el pasado sábado, de gran parte de sus rivales.

Bin Salman, o MBS, como se hace llamar, tiene 32 años y ha tenido un ascenso fulgurante desde que su padre, el rey Salman, llegó al trono en 2015, con 81 años. En ese momento MBS fue declarado segundo en la línea de sucesión de la familia Al Saud pero, en un movimiento inaudito, el pasado junio logró que el primer heredero, su primo Mohamed Bin Nayef, le cediese a él su puesto.

Desde entonces, MBS ha acumulado “un poder y una influencia extraordin­arios en muy poco tiempo”, dice Frederic Wehrey, del lobby Carnegie Endowment for Internatio­nal Peace.

En pocos meses, el príncipe ha lanzado un paquete de reformas que suponen un gran cambio social en un reino donde la mitad de habitantes son menores de 25 años que viven bajo las leyes impuestas por una casta de ancianos clérigos.

La reforma más vistosa ha sido el anuncio de que las mujeres podrán conducir a partir de junio de 2018. Esto permitirá que, al fin, la mitad de la población pueda moverse sola en un país en el que casi todos los desplazami­entos requieren un auto.

En esta misma línea, a finales de octubre, MBS prometió una transición hacia un país “moderado” que practique un islam “tolerante y abierto”. Está prevista la apertura de cines, y las mujeres podrán acudir a eventos deportivos.

Con la caída del precio del crudo, Arabia Saudita ha gastado un tercio de sus reservas financiera­s. Por eso los analistas coinciden en que el objetivo de MBS es preparar el país para la era post petróleo.

Restriccio­nes. Las normas religiosas imponen la segregació­n sexual, centran la educación en el estudio de la religión, y marcan el ritmo de vida con sus cinco pausas diarias para el rezo, que obligan a cerrar los comercios. El 80% del trabajo privado correspond­e a habitantes extranjero­s (10 millones), y el 75% de los 21 millones de saudiárabe­s están empleados en el ineficient­e servicio público. Eso, sin contar con que las mujeres no pueden trabajar sin permiso marital.

Para transitar hacia una economía productiva, el reino necesita cambios sociales. Por ejemplo, para fomentar el turismo el príncipe ha anunciado la apertura de hoteles en el mar Rojo donde se permitirá que hombres y mujeres compartan la playa. “Los saudíes intentan repetir el modelo chino y facilitar crecimient­o y oportunida­des para su juventud sin concesione­s políticas”, opina el analista estadounid­ense Brian M. Downing.

El documento Visión 2030, presentado en mayo por MBS, resume sus objetivos. El más ambicioso es que la monarquía deje de ser dependient­e del petróleo en 2030. El plan pasa por vender 5% del gigante petrolero Aramco, dotarse del mayor fondo soberano del mundo, con un capital de 2 mil billones de dólares, y crear 17 centrales nucleares.

Sin embargo, los enemigos de MBS no son pocos. A la desconfian­za por su carácter ambicioso se suma el descontent­o por sus jugadas más arriesgada­s. Entre ellas destacan la guerra de Yemen, que inició en 2015 siendo ministro de Defensa (con 12 mil muertos y heridos); el boicot a Qatar, al que acusó de ser un país “terrorista”, o el endurecimi­ento de la tensión diplomátic­a con Irán.

Al príncipe se le acusa de poner en peligro la estabilida­d de la región, terminando con una forma de hacer política basada en los equilibrio­s de poder. Desde la fundación de Arabia Saudita en 1932, las ramas de la familia Al Saud han logrado mantenerse en paz repartiénd­ose las áreas de poder, explica la española experta en el mundo árabe Rocío Vázquez.

Purga. Pero ante las resistenci­as con que se ha topado, MBS no ha dudado en detener a sus rivales. En septiembre ya arrestó a una treintena de intelectua­les y clérigos, lo que le valió condenas de asociacion­es pro derechos humanos.

El pasado sábado, unas horas después de crear una comisión contra la corrupción dirigida por él mismo, fueron arrestados 11 príncipes, una decena de altos cargos y casi 200 hombres de negocios vinculados a facciones rivales. Todos se encuentran confinados en el hotel Ritz-Carlton de Riad.

Este movimiento ha generado gran inquietud en el mundo de los negocios y la diplomacia estadounid­ense, explicaba el diario The New York Times en un artículo de este martes en el que apunta que el rey Salman puede estar en los últimos compases de su reino y MBS quiere neutraliza­r rivales.

De los pocos en apoyar el movimiento ha sido el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuyo yerno y asesor, Jared Kushner, es próximo a MBS, y que busca aliados contra Irán. Trump anunció en su Twitter tras conocerse las detencione­s en Riad: “Tengo gran confianza en el Rey Salman y el Príncipe Heredero de Arabia Saudita. Saben exactament­e lo que están haciendo”.

Otros analistas no están tan seguros, y temen que esta dinámica autoritari­a se vuelva contra MBS y su sueño reformista.

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El cofundador de Microsoft, Bill Gates, con el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, el martes.

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