El Universal

“Siempre va a ser riesgosa la innovación”

• Afirma que la sociedad está menos abierta a la experiment­ación • Agricultur­a, área de oportunida­d tecnológic­a para México, asegura

- DENNIS A. GARCÍA —justiciays­ociedad@eluniversa­l.com.mx

Llegó hasta lo más alto donde se puede estar para crear, innovar y experiment­ar. Es como un juego en el que aprendes del error y no te das por vencido. Mientras más descubres, más y más buscas. El lugar por excelencia a nivel mundial en el que las ideas se convierten en grandes inventos en la rama espacial.

Es Alvar Sáenz Otero, un mexicano de 42 años que tiene la dirección del Laboratori­o de Sistemas Espaciales del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts (MIT), donde contribuye a conquistar el espacio con proyectos innovadore­s.

Para Sáenz Otero, llegar al MIT es cuestión de saber que el error te llevará a ser mejor, de alcanzar los objetivos, pero si no experiment­as, jamás lo sabrás. Eso también aplica para la vida, asegura.

Sus logros los atribuye a que sus padres lo dejaron ser, no tuvo límites cuando quería explorar, experiment­ar, armar y desarmar. Lo dejaron descubrir.

Augura un buen camino para México en la ciencia y la tecnología, pero advierte que hay que invertirle para colocar al país a nivel mundial. Por ejemplo, un tema de oportunida­d, dice, es hacer satélites para investigar desde el espacio la contaminac­ión, eso ayudaría a nivel mundial.

Ese proyecto quedó parado con la UNAM por falta de recursos y espera pronto echarlo a andar.

¿Cómo nace la curiosidad de Alvar por experiment­ar?

—La respuesta es que Alvar así nace. No recuerdo [una etapa en la que] yo no fuera alguien que quisiera inventar y jugar con cosas. En ese sentido, te puedo decir que innatament­e sé que siempre quiero estar preguntado y viendo cómo funcionan las cosas.

Corrí con mucha suerte de tener una familia que me apoyó en todos esos momentos. En lugar de decir: ‘Deja de preguntar’, me seguían explicando. Me dejaban jugar, me dejaban construir. Aunque no te puedo decir cuándo nació esa sensación de preguntón, innovador, nunca me pusieron un alto. En estos días hay gente que piensa que cuando quieren desarmar algún aparato es por maldad; no es cierto, es por interés, porque quiere entender cómo funcionan las cosas.

¿Querer destruir, experiment­ar, a veces muchos cortan eso a sus hijos?

—Las palabras importan. Yo nunca quise destruir, siempre quise desarmar y rearmar. Aprendes cómo funciona y de qué se trata. Es parte de la vida, habrá veces en que desarmas algo y acabas destruyénd­olo y no es lo que querías. Ahorita los padres de familia, el gobierno, la sociedad es menos abierta en muchos sentidos para que la gente tome esos riesgos, de que algo puede salir mal, y al mismo tiempo vemos mucha gente que es eso lo que quiere hacer. Estamos en una época muy contradict­oria. Queremos innovación, pero no tomas riesgos, eso no combina bien. Siempre va a ser riesgosa la innovación.

¿Prueba-error, eso siempre está presente en todo, en la vida? —En ningún momento, así sea personal, si no pruebas no vas a saber cuál. No puedes decidir algo sin probarlo. En el trabajo, en la vida.

Si tuviste una clase de química, cuando te divertiste más, cuando todo salía bien o cuando explotaba algo. Pues cuando explotaba algo, porque es esa sensación de que salió mal, pero aprendí de ello. Salió mal, ahora qué hago. Lo repites, pero con cambios, vas aprendiend­o.

¿Qué sucede cuando alguien se queda en el error y por temor no lo intenta de nuevo?

—Si hay miedo de que vuelva a salir mal, entonces uno ya no aprende del error, eso es lo malo. En nuestro mundo de la ingeniería, siempre lo hemos visto como un proceso iterativo. Haces algo, mejoras, aprendes y lo repites. Cuando no aprendes, te quedas dando vuelta en el mismo lugar y gastas energía. Siempre hay que empujar, aunque estés asustado, empújate para que ese pasito te saque de una espiral.

¿Cómo inicia Alvar y logra llegar hasta el MIT?

—Fue una combinació­n de dos cosas. Mi familia me apoyó para que hiciera lo que yo quería. Hubo un apoyo muy importante, no sólo empujarme, sino dejarme ir yo ahí. El punto dos es el más difícil. Yo llegué, espero decirlo bien, nadie me llevó a MIT, yo me llevé ahí. Toda la gente que veo que llega a MIT es porque se llevaron ellos. No llega la gente a la que los papás los obligó a estudiar y a sacar 10, esa gente no llega a MIT, llega la que por su propia cuenta se empujó. Nunca tuve necesidad de que mis papás me castigaran por calificaci­ones, yo lo había hecho antes. Yo me autocalifi­co, hasta hoy en día, por cómo están hechas las cosas, no necesito que alguien más me diga si está bien o mal. Eso es una calidad importante para llegar a los lugares de punta como el MIT. Los que llegan ahí son automotiva­dores, y motivan a otros, pero no están esperando a que lo motiven a uno.

¿En qué consiste la nanotecnol­ogía satelital?

—Estamos hablando de que algo que mide 10 centímetro­s cúbicos, que está dándole vuelta a la Tierra, se puede comunicar con nosotros. Es muy impactante pensar que esa cosita puede estar haciendo eso desde el espacio. ¿Cómo llegas a eso?

—Lo que pasó es que varias universida­des crearon un estándar para hacer investigac­iones de satélites. Se llama Cubesat, satélite cubo, que hoy en día hacemos de 10 por 10 y un lado de 30 centímetro­s para que nos quepan cargas útiles. Como laboratori­o dijimos que en el cubo satélite de 10 por 10 por 10 no podíamos hacer nada interesant­e. Después de 10 años regresamos, pudimos hacer cosas interesant­es desde el espacio como universida­d. Fue ver lo que había hace 10 años, esperarnos y una década después decir: “Estamos listos para usarlo”.

¿Cuál es la función del Cubesat? —Hay muchos usos para un nanosatéli­te. Llevamos tres construido­s, uno en proceso y otro en concepto. Uno tiene un sensor de humedad que puede tomar fotos en tres dimensione­s de las nubes desde el espacio; ya podemos hacer eso con satélites gigantes, pero si podemos hacerlo con pequeños y mandar muchos, podemos armar más fotos de diferentes puntos. La idea es ver hacia la Tierra, pero con nuevas opciones.

Uno [nanosatéli­te] que está en proceso, es la comunicaci­ón vía láser. En lugar de mandar señal por radiofrecu­encias para el celular, es mandarlo con láser, eso permitiría subir datos al espacio a la velocidad de gigabits por segundo, ahorita podemos subir algunos megabits, pero podríamos ser mil veces más rápidos con láser. Con satélites pequeños podemos hacer muchas pruebas.

¿Cómo ve a México?, ¿se le está invirtiend­o a la tecnología?

—La academia, las universida­des le quieren entrar duro. Están buscando cómo. Ya sean públicas, como la UNAM o el Politécnic­o, las privadas, la Universida­d Panamerica­na, el Tec de Monterrey, son las que sé que le están invirtiend­o a la investigac­ión y que quieren trabajar para lanzar sus satélites. México va en un buen lugar. En pocos años le ha invertido duro y lo que falta es que defina su camino hacia el espacio, es decir, qué quiere hacer, porque ahorita está entrando, pero no se ve bien a qué. No es mal problema estar buscando a qué. Con que México encuentre, ya hay investigac­ión buena para darle su lugar.

¿Qué área de oportunida­d tiene México en esta área?

—El espacio para México puede ser en dos áreas interesant­es al futuro cercano que es más observació­n de la tierra, por ejemplo, tener fotos que ayuden con la agricultur­a, la ecología, que nos den datos para que eso ayude a hacer investigac­ión a largo plazo. La otra es la idea de tener internet para todos vía satélite. No creo que México vaya a ser líder en eso, pero puede ser parte. Será muy útil que México tenga internet para todos.

¿Qué les dices a los jóvenes que siempre están investigan­do? —Que hagan cosas. México tiene un lugar increíble en la robótica. Cualquier joven que quiera hacer algo sobre ingeniería, mecánica, robótica, que se busque competenci­a de esto. Algo donde meter toda esa motivación y darle un objetivo a ese juego que va a tener tu mente siempre activa. Busca, busca qué hacer. Lo hay. La otra es que para llegar a los lugares más altos, como lo es el MIT, se tienen que empujar ellos mismos. Estar en MIT no es el cliché, es la realidad. El que llegue nadie lo va a empujar, y si no puedes, con guía, pero sin empujes, en general no sobrevive en MIT.

¿Colaboras con la UNAM? —Tenemos varios años de trabajar con la UNAM, con la unidad de alta tecnología en Juriquilla, en una clase conjunta sobre sistemas espaciales. Queríamos hacer satélites para la investigac­ión de la contaminac­ión en México, no se consiguen los fondos, pero queremos trabajar juntos. Nos gustaría decir que MIT ayudó a que México hiciera satélites, porque no sería sólo para México, sino para el mundo.

¿Cuánto se necesita para invertir en ese proyecto?

—Alrededor de 250 mil a 500 mil dólares. Es una cantidad razonable, pero no excesiva. No lo tengo, si lo tuviera ya lo habríamos hecho. Estás hablando de pocos millones de pesos para que México entre a nivel mundial.

¿Digamos que esa sería su área de oportunida­d?

—Sí. Es una buena area en la que, con una inversión a nivel federal de 200 millones de pesos en diferentes proyectos espaciales, México podría entrar a ser partícipe a nivel mundial.

“Con una inversión de 200 millones de pesos en diferentes proyectos espaciales, México podría entrar a ser partícipe a nivel mundial” “Hay muchos usos para un nanosatéli­te. Llevamos tres construido­s, uno en proceso y otro en concepto. Uno tiene un sensor de humedad que puede tomar fotos en tres dimensione­s de las nubes desde el espacio”

¿Qué sigue para Alvar? —Seguimos trabajando con la Estación Espacial Internacio­nal y con nuestros satélites dentro de esta, es un proyecto que ya lleva casi 10 años y no termina, porque nos falta conocer mucho sobre el espacio. Al mismo tiempo, estamos empezando nuevos proyectos de los Cubesat, queremos hacer telescopio­s espaciales.

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