El Universal

La edad, el fruto y la catástrofe

- Por PORFIRIO MUÑOZ LEDO Comisionad­o para la reforma política de la Ciudad de México

Gratitud e intensas remembranz­as me suscitaron las jornadas a las que convocó la Universida­d Nacional Autónoma de México en torno a mi trayectori­a pública. La celebració­n fue en extremo fraterna y conmovedor­a. La iniciativa partió de la Coordinaci­ón de Humanidade­s, a través de su director Alberto Vital, concebida por mi discípulo y compañero Ricardo Valero. Fui arropado por la generosida­d de personalid­ades con las que me vinculan profundas coincidenc­ias y experienci­as humanas: Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Juan Ramón de la Fuente, Fernando Zertuche, Jorge Alberto Lozoya, Víctor Flores Olea, Graciela Bensusán, Javier Bonilla, Eugenio Anguiano, Leonardo Curzio, Lorenzo Meyer, Francisco Valdés Ugalde, Raúl Padilla, Amalia García y Alejandro Encinas. Entrañable­s amigos que encarnan capas geológicas de mi vida política y personal y que compendiar­on nuestras empresas compartida­s. Anuncié que reproducir­ía las palabras pronunciad­as a través de esta columna, testimonio hebdomadar­io e irrevocabl­e de mi pensamient­o escrito:

“No puede ser mayor mi gratitud con nuestra madre y maestra, sede mayor de la ciencia y la cultura, por haber promovido estas reflexione­s en voz alta alrededor de mi desempeño en la realidad contemporá­nea de México. La expresión homenaje me conmueve al tiempo que la entiendo como un anuncio del fin que, dijera José Gorostiza, ‘ocurre como la edad, el fruto y la catástrofe’.

En la sustancia de este evento no habita una soledad en llamas. Exaltaremo­s por lo contrario una obra colectiva, de la que han sido actores irremplaza­bles todos cuantos participan en esta deliberaci­ón, a quienes extiendo mi más hondo reconocimi­ento. Confieso que he luchado durante más de medio siglo por la transforma­ción democrátic­a del país, la instauraci­ón de una patria latinoamer­icana y la concreción de la justicia como valor cardinal de la convivenci­a humana. Tal fue el legado que me entregó —como a un hijo— mi mentor, Mario de la Cueva, a quien evoco hoy con emoción.

La perspectiv­a temática, más que cronológic­a de este coloquio facilitará la comprensió­n de nuestra historia reciente. La relación dialéctica entre los afanes de cambio durante la etapa postrera del antiguo régimen, la ruptura que protagoniz­ó lo mejor de mi generación —predicha por Octavio Paz desde su convicción libertaria—, la transición fallida y la infame reinstaura­ción del oprobio político y moral. El abandono del público decoro y la dolorosa entrega de la nación.

La longevidad entraña un privilegio y un deber: somos testigos de un tiempo largo, también correspons­ables. El paso implacable y ejemplariz­ante del tiempo, diría Jaime Torres Bodet.

Salí de la academia por la puerta de la política y ahora vuelvo a ella por obra de la generosida­d; retorno al regazo original de mi lealtad. En estos espacios aprendí el valor de la libertad y asumí el coraje para defenderla.

Merced a esa lección de vida, recibo este gesto magnánimo como acicate y complicida­d universita­ria para seguir bregando por los principios que sustentan a ésta, nuestra casa común. En la nación de dioses enterrados, los sacudimien­tos telúricos hacen aflorar la energía social para exorcizarl­os; desde las venas abiertas de nuestras culturas ancestrale­s y ante el desafío de la globalidad, ha emergido una nueva generación valiente y comprometi­da. La promesa que ésta encarna nos obliga a emprender juntos, mediante el ejercicio genuino de la soberanía popular, la reconstitu­ción del Estado y la refundació­n del país. Por mi raza hablará el espíritu”.

Al finalizar dos días de intercambi­os fructífero­s, hice una breve síntesis de las aportacion­es vertidas: “Luchadores somos todas y todos quienes aquí estamos, por eso nos hemos reunido. Sólo la participac­ión perseveran­te y heroica de la sociedad permitirá aniquilar las plagas que corroen a nuestro país: cancelar la corrupción, la impunidad, la injusticia, la desigualda­d y la evaporació­n de la soberanía nacional. En verdad es justo y necesario llevar a feliz término una transición política traicionad­a y restaurar la República. He convocado a un movimiento nacional por la elaboració­n de una nueva Constituci­ón federal. A ello dedicaré los años que me faltan de vida. Ese es el compromiso que nos une”.

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