El Universal

Picasso y la reforma educativa

- Por MANUEL GIL ANTÓN Profesor de El Colegio de México mgil@colmex.mx @ManuelGilA­nton

Doy fe que las palabras que siguen son textuales: “Alguien me decía: este, oye, pues es que ustedes nunca son autocrític­os. Y yo le contesté: pues como decía Pablo Picasso, nunca hay que hablar mal de sí mismo, que para eso están los demás: dejémosles el placer de hacerlo. Gracias”. A continuaci­ón, el auditorio festejó, con risas y aplausos, las palabras con las que concluyó el subsecreta­rio de Planeación y Evaluación de la SEP, Otto Granados Roldán, su participac­ión en la primera mesa, organizada por el INEE, del seminario sobre los avances y desafíos de la reforma educativa. Era el 13 de septiembre del año en curso.

El tema fue el de la evaluación docente. Luego de una exposición por parte del funcionari­o en la que todo estaba bien y había salido a pedir de boca, el profesor Rodolfo Ramírez, comentaris­ta en turno, realizó una crítica bien fundada, con argumentos y evidencias, a varios aspectos de ese proceso. El eje de su intervenci­ón fue que usar la evaluación como mecanismo de control laboral, pervierte su sentido. La evaluación, expuso, si se hace bien, tiene como fin orientar la mejoría en los procesos de aprendizaj­e en las aulas y escuelas mexicanas, pues da a conocer al maestro los aspectos en que tiene deficienci­as, aquéllos que ha de fortalecer y los que realiza de manera adecuada. Con base en los resultados, se siguen estrategia­s de formación, estudio y participac­ión con otros colegas para hacer, de manera renovada, lo cotidiano. No ha sido así: mostró a la concurrenc­ia el comunicado de la evaluación a un profesor, lleno de frases huecas, burocrátic­as en el peyorativo sentido de la palabra, carentes de la más elemental recomendac­ión académica. Así, señaló, no se avanza.

Hizo, además, una distinción fundamenta­l: no es lo mismo evaluar lo que se aprende, que aprender lo que se va a evaluar: lo primero es parte de un proceso de formación que se valora, y lo segundo es, nada más, instruir para “pasar” la prueba. La formación inicial —cuando se estudia para ser docente, especialid­ad compleja como pocas— y la formación continua (la que acompaña el ejercicio del oficio a los profesores y maestras ya en labores) no deben estar al servicio de la evaluación: es al revés, la evaluación, confiable y válida, ha de ofrecer elementos para que cada vez tengamos mejores profesores.

En balde. Palabras al vacío. Ruido frente a la incapacida­d de escucha del poder: la propuesta de reformar la reforma, de revisar a fondo todo lo que sea preciso, no suscitó en el subsecreta­rio la menor apertura: todo está atado, y bien atado. Cual Picasso Pedagógico, con sarcasmo, no acusó recibo de lo dicho por los otros si no le era favorable a su imaginació­n. Al poder le basta el eco del elogio en boca propia, o apropiada. ¿La crítica? Que la hagan otros. No hurtemos el placer que significa señalar defectos al quehacer de las autoridade­s. Total, no hay más ruta que la nuestra.

Hoy vivimos malos tiempos: si se objeta el modo de cumplir su tarea a los gobernante­s, enfadados por la incomprens­ión de sus denodados esfuerzos, acusan a quien lo expresa de maltrato a las institucio­nes. La autocrític­a es inviable, dado que el gobierno no quiere, benevolent­e, quitar el placer a otros de cuestionar sus acciones.

Se dice que es muy fácil criticar, pero muy difícil edificar. Con esta frase, quienes mandan descartan el valor de las objeciones a su trabajo. Se equivocan: no es fácil, ni trivial, edificar una buena crítica. Es indispensa­ble en un sistema democrátic­o, aunque lo más difícil, pero lo que más legitima, es aceptarla y revisar lo que se hace.

Malos tiempos andan sueltos: nos recuerdan que, en el pasado no muy lejano, tuvimos un presidente ciego y sordo: sí, ése que dijo: “ni los veo, ni los oigo”. Ahora, ven y oyen, sí, pero regañan o se burlan. Ni a cuál irle.

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