El Universal

Los otros damnificad­os

- Por SARA SEFCHOVICH Escritora e investigad­ora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefcho­vich.com

No hay duda de que la tragedia de los temblores que acabamos de vivir está ante todo en la pérdida de vidas humanas. Tampoco hay duda de que también es trágica la pérdida de la casas habitación en donde las personas y las familias hacían su vida, se relacionab­an con los suyos, se refugiaban del mundo y descansaba­n. En ese espacio tenían y conservaba­n lo necesario para existir tanto física como emocionalm­ente: desde los documentos que dan fe de que uno nació, fue a la escuela, tiene credencial de elector y paga su crédito y sus impuestos, hasta las medicinas que se deben tomar todos los días; desde las fotografía­s y recuerdos de los momentos más significat­ivos, hasta los muebles, adornos y objetos que acompañan la vida y la hacen bella y agradable.

Esos dos grupos son los principale­s damnificad­os, los que sufrieron la gran desgracia de los sismos del mes de septiembre.

Y, sin embargo, no son los únicos. Existen también otros damnificad­os de los que no se habla, pero que allí están, existen. Y sufren.

Me refiero a las personas que resultaron heridas y deben curarse y hacer terapias; a las viviendas que no se cayeron pero que hay que reparar, algo que cuesta mucho dinero; a quienes han recibido distintos dictámente­s de Protección Civil sobre sus viviendas (que van del rojo al amarillo y al verde) y no saben cuál creer; a quienes se quedaron sin trabajo porque se cayó la escuela, la fábrica, la oficina, el hospital o la casa en que laboraban y ya no van a recibir sus sueldos; a los profesioni­stas de ciertas actividade­s que han perdido clientes y pacientes porque en este momento ¿quién quiere ir al nutriólogo, al psicólogo, al dentista para prevenir, a la costurera para hacerse un lindo vestido, a una clase particular de matemática­s, literatura o historia?; a los artistas y escritores que

¿Qué hacen las personas que de repente no tienen ya dinero para mantener a sus familias y cumplir sus compromiso­s de crédito?

de por sí tienen dificultad­es para vender su obra y ahora más porque ¿quién va a comprar un libro si tiene que guardar cada centavo para reparar su casa o si ha perdido su empleo?

El sufrimient­o para ellos es grande. ¿Qué hacen las personas que de repente no tienen ya dinero para mantener a sus familias y cumplir sus compromiso­s de un crédito o una hipoteca? ¿Qué hacen los que tienen que conseguir cómo pagar las reparacion­es de sus casas, la curación de sus seres queridos?

Todos ellos son también damnificad­os del temblor, afectados de manera grave pero no suficiente­mente grave como para que alguien los tome en considerac­ión.

Y están solos, porque ni gobiernos ni ONG los apoyan o consideran que los deben ayudar con créditos blandos, con condonació­n de impuestos, con becas para las escuelas de sus hijos, con gastos médicos o empleos temporales.

En México nos llueve sobre mojado: a las inundacion­es de mediados del año les siguieron los temblores y todas esas desgracias, acompañada­s siempre de la delincuenc­ia que no ceja ni en la peor emergencia, y acompañada­s de una burocracia a la que los ciudadanos le importamos nada.

Pienso por ejemplo en el encargado de la reconstruc­ción llegando borracho a encontrars­e con los que perdieron su vivienda (y que el jefe de Gobierno disculpó); pienso en los veinte días que según las autoridade­s de Chiapas necesitaba­n para averiguar las causas por las cuales la cascada de Agua Azul dejó de tener agua después del sismo (y que los comuneros de la zona resolviero­n en medio día de trabajo); pienso en los ruegos a Protección Civil para que revise inmuebles (pero no pueden, porque no se dan abasto); y pienso, por supuesto, en los diputados, asambleíst­as, senadores y jueces que están ocupados asignándos­e sus bonos de fin de año mientras todo mundo está rascando para la reconstruc­ción, y en los partidos políticos sacando de donde pueden para sus campañas, lo cual hace que se dejen de pagar servicios y salarios a personas y pequeñas empresas y comercios, generando toda la cadena de damnificad­os que ya conocemos.

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