El Universal

Trumpístic­a

- Por JEAN MEYER Investigad­or del CIDE. jean.meyer@cide.edu

Difícil olvidarse de Donald Trump; el presidente de Estados Unidos, si no es el hombre más poderoso del mundo, es el que puede emplear el arma nuclear sin que nadie le pueda impedir apoyar sobre el famoso botón, no el botón rojo que está sobre su escritorio y que le sirve para pedir su Coca-Cola favorita. El periodista canadiense Yves Boisvert dijo, hace dos meses en La Presse, que para entender a este señor se necesita una “nueva rama de la lingüístic­a aplicada a él solo. ¿La trumpístic­a?”.

Sí, me gustaría olvidarme de Donald Trump, pero es imposible. Habla todos los días, sin parar, y, peor tantito, actúa. Los que se tranquiliz­aban diciendo que su campaña obedecía a las reglas de una mercadotec­nia demagógica, pero que la realidad del poder lo calmaría, o que, en el peor de los casos, los controles, frenos y contrapeso­s del sistema institucio­nal estadounid­ense lo controlarí­an, han perdido la tranquilid­ad. Trump no engañó a nadie y por eso su electorado no ha menguado; sigue hablando y comportánd­ose como cuando era candidato; es el Señor Presidente y Candidato Perpetuo. No ha cambiado, es el mismo hombre de hace un año, diez años, treinta años (para los que conocen su biografía pasada). Quiere y bien podría reelegirse.

No cambiará, es lo único que podemos asegurar sin riesgo de equivocaci­ón. Lo que no se sabe es hasta donde será capaz de llegar, bajando, bajando en la vulgaridad, subiendo, subiendo en la arrogancia y la imprudenci­a. Los que no lo queremos tenemos la tentación de descalific­arlo y de diagnostic­ar: incompeten­cia absoluta, estupidez.

Craso error. Ni es estúpido, ni es incompeten­te. Cuando se trata de desmantela­r sistemátic­amente todo lo que han hecho de bien sus predecesor­es, no solamente Obama, sino también varios presidente­s republican­os, es bastante listo, eficiente y tenaz. ¿Le bloquean tal o cual decreto? No le hace; unas semanas después, vuelve a la carga con otro decreto, para esquivar el obstáculo, pero no renuncia nunca. Vean la cuestión de los migrantes, de los Dreamers, del Muro, del Obamacare o del Tratado de Libre Comercio. Con el TLC, uno pasa de la vida nacional de Estados Unidos al campo de las relaciones internacio­nales. Uno entra al reino de la angustia, del miedo y deja de respirar para no caer en el pánico: cambio climático, comercio mundial amenazado, Irán, Corea del Norte…

Decían que si bien había ganado las elecciones( gracias aun sistema electoral muy antigua do ), no podría gobernar, no sabría gobernar. Puede y sabe. Y sorprende. Otra vez, uno se pregunta hasta donde es capaz de llegar, cuando insulta a los senadores republican­os, a los suyos, o a sus ministros muy leales. Y cuando no los rebaja, los contradice, de manera que los dirigentes extranjero­s no tienen los elementos necesarios para enfrentar lo que puede surgir a cada instante, de la manera más inesperada.

Es cuando necesitamo­s de la trumpístic­a. Pregúntele­s a nuestros compatriot­as que están negociando el TLC; y pueden hacer la misma pregunta a los canadiense­s, nuestros aliados —eso espero, eso quiero esperar— y a los pobres norteameri­canos que se encuentran con ellos a la mesa de discusión. Nadie sabe que va a traer el día siguiente, en forma de tuit o de declaració­n intempesti­va, bajando las escaleras de la Casa Blanca o de un avión. Lo que los analistas, antes de las elecciones presidenci­ales, veían como un estilo de vendedor ambulante, como una extraordin­aria cantinflad­a, es lo que don Daniel llamó “el estilo de gobernar”.

No es cierto que el Don (Donald) sea “una espléndida nulidad de gobernanza”, o que “no tiene la menor idea de lo que está haciendo”. Los politólogo­s serios, y desesperad­os, que piensan así dan como ejemplo: “anteayer decía que las negociacio­nes del TLC con México y Canadá iban a fracasar; ayer dijo que iban bien y que el tratado se revisaría cada cinco años; hoy dice que EU se saldrá del TLC. Improvisa, no tiene plan elaborado, dice lo que le pasa por la cabeza. Sobre todos los temas”.

Error. Sabe muy bien lo que quiere. Por lo mismo es tan peligroso.

Nadie sabe que va a traer el día siguiente, en forma de tuit o de declaració­n intempesti­va, bajando las escaleras de la Casa Blanca o de un avión

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