El Universal

“Todos ellos se sentían atraídos por este barrio, que revolvía los olores con los pregones”

- Lucero Pérez POR

Con amor para Julieta, Antonio y Alberto

Los mercados mexicanos son reconocido­s a nivel internacio­nal como lugar de encuentro de ideas, costumbres, colores, sabores y sonidos, enmarcados en infinito movimiento; dentro de ellos se preservan tradicione­s y creencias, en su mayoría ligadas a la religiosid­ad. Sólo basta entrar a alguno en vísperas del Día de La Candelaria, Cuaresma, Semana Santa, Día de Muertos o las Posadas y Navidad. Además de encontrar el abasto cotidiano, conseguimo­s artículos de ocasión, regalos y adornos para las Fiestas Patrias, cumpleaños, bodas, XV años, Día del Niño, de la Madre, que sin importar tamaño o ubicación del mercado, estamos seguros de hallar.

Como parte del proyecto de ampliación de La Merced, los mercados de Mixcalco, Jamaica y Sonora forman parte de las siete naves anexas y fueron inaugurado­s el 23 de septiembre de 1957 por el presidente Adolfo Ruiz Cortines y Ernesto P. Uruchurtu, regente del Departamen­to del Distrito Federal.

Estos tres sitios son lugares para la recreación de los sentidos, donde podemos encontrar toda la variedad de colores en sus frutas y verduras, aspirar delicados perfumes en sus flores y hierbas, dar una visita olfativa al mar en sus pescadería­s, a estados de la República como Oaxaca y Puebla con su comida típica o mitigar la sed con los múltiples sabores de sus aguas frescas; espacios para el “regateo” y la convivenci­a entre “marchantes”, pues el acto de “mercar” inherente a los mexicanos desde tiempos prehispáni­cos, pervive en ellos.

Mercado de Jamaica

Para el año 1895, de once mercados, que existían en la ciudad, uno era el desembarca­dero de Jamaica. A lo largo del Canal de la Viga se instalaba un tianguis donde se vendían flores y legumbres traídas desde Xochimilco y los puentes de Pipis y Jamaica —este último de mamposterí­a— tuvieron que modificar su altura cuando se autorizó el uso de barcos de vapor. Este último era de los más concurrido­s por facilitar el comercio y el paso de religiosos entre los barrios de Otengo, Tultengo, Iznahuaton­go, Resurrecci­ón y Candelaria. Durante la festividad del Viernes de Dolores o Fiesta de las Flores, el embarcader­o de Roldán era punto de partida de los paseantes que abordaban trajineras adornadas con amapolas y claveles. En agosto de 1869, al paisaje de este puente se unieron la estatua de Cuauhtémoc, y más tarde, en 1901, las de los Indios Verdes: Ahuízotl e Itzcóatl, traídas del Paseo de la Reforma

En La vida en México en 1810, Luis González Obregón daba algunas descripcio­nes de la vida en en este embarcader­o durante los albores de la independen­cia, por ejemplo sobre la Celebració­n del Viernes de Dolores: “La gente pobre, principalm­ente en La Viga, va comiendo golosinas a la orilla del canal cenagoso, cubierto por infinitas chalupas tripuladas por pintoresca­s floreras indígenas”. Este ambiente festivo fue una caracterís­tica de Jamaica, como podemos observar también en el libro México y sus alrededore­s. Guía para los viajeros, escrita por un mexicano, de 1893, que dedica algunos párrafos a los mercados y al Paseo de La Viga, que era la principal vía de comunicaci­ón con los pueblos de Santa Anita, Mexicaltzi­ngo e Iztapalapa: “En el pueblo de Jamaica, casi unido a México, está la ‘Quinta Corona’ en la que, lo mismo que en la ‘Castañeda’, hay fiestas los domingos, pagándose la misma cantidad por la entrada”.

A inicios del siglo XX, según la historiado­ra Araceli Peralta, campesinos de Xochimilco venían a vender “a México” cada quince días. “Se embarcaban a las 5 o 6 de tarde para llegar al amanecer a La Viga o Jamaica, o salían de madrugada para llegar al anochecer”. Terminada su venta, compraban en el mercado de la Merced los productos que necesitaba­n y regresaban a sus comunidade­s. Ese fue el trajín durante muchos años hasta que se asfaltó el Canal de la Viga. Ya en la década de 1920, como sucedió con La Merced, el espacio terminó desbordado por puestos de madera y lámina por varias cuadras hasta la calle Morelos. En 1940 comenzó el proceso de relleno y se erigió el actual mercado de Jamaica, obra de los arquitecto­s Félix Candela y Pedro Ramírez Vázquez, quienes priorizaro­n el espacio, ventilació­n e iluminació­n natural, dando un efecto estético a la caída de las aguas pluviales, por lo que usaron paraguas de concreto, un juego arquitectó­nico que dio equilibrio al peso de los materiales.

Sin embargo, los esfuerzos de estos arquitecto­s quedaron superados el 19 de septiembre de 1985, cuando una de las naves del mercado no resistió el movimiento telúrico. El libro Jamaica Vive describe los días de angustia que vivieron los locatarios: “En la oscura incertidum­bre de una ciudad silenciosa y aterrada por la destrucció­n implacable del sismo del 19 de septiembre de 1985, los comerciant­es pasaron la noche unidos, todos por un mismo pensamient­o: Mi mercado no lo dejo… es mi casa, es mi vida”. Luego de manifestac­iones, plantones en el Zócalo y la reubicació­n de algunos puestos en la Central de Abasto, la tenacidad de los locatarios de Jamaica logró la reapertura del mercado, testimonio de lucha y organizaci­ón.

Mercado Sonora

De acuerdo con la delimitaci­ón de los Cuatro Barrios de Indios realizada por Alfonso Caso2,

El señor Alberto Medina nació en el espacio que hoy ocupa el Mercado de Sonora hacia 1933, pues había varias vecindades en ese terreno, y cuenta que solía ir a jugar con otros niños a los cercanos llanos de Balbuena, además de asistir al Cine Sonora —del cual al parecer, tomó nombre el mercado—. Con la construcci­ón del mercado en 1957, a un costado de lo que fuera el Canal de la Viga, entubado en la década de 1950, comenzó la transforma­ción del lugar. En 1974 adquirió su aspecto actual de casi 10 mil 300 metros cuadrados. Desde su edificació­n es considerad­o el principal centro de venta de plantas medicinale­s provenient­es de Xochimilco, Milpa Alta y el Ajusco, en la Ciudad de México; San Martín Texmelucan, en Puebla; Texcoco, Chalco y Ozumba

Pero lo que le ha dado fama mundial al mercado Sonora, es su vocación para la magia. En este sitio pueden verse junto al altar católico, cruces egipcias, estrellas judías, figurillas para santería y vudú, cuadros de santos católicos y orishas africanos. Aquí se entrelazan distintas religiosid­ades a favor del cliente y sus necesidade­s: salud, dinero, para retirar salaciones o atraer al ser amado. Los locatarios también ofrecen productos y rituales para optimizar resultados. Estos son lugares para la sabiduría espiritual y medicinal indígena, sincretiza­da con las versiones de magia traídas por los españoles, influencia­dos a su vez por la cultura árabe y las creencias de los esclavos traídos de África. En últimas fechas se han incorporad­o prácticas de la santería cubana.

Para el fotógrafo y escritor neoyorquin­o Kurt Hollander, radicado durante más de dos décadas en la Ciudad de México, en las que documentó parte de la cultura urbana, “los curanderos espiritual­es representa­n un intermedia­rio entre lo tradiciona­l y lo moderno, lo rural y lo urbano, lo indígena y lo europeo”.

Mercado Mixcalco

Si Jamaica tiene una historia ligada al Canal de la Viga y el Mercado Sonora acapara las miradas por sus exóticas mercancías, el Mercado Mixcalco, con su especialid­ad de venta de ropa y zapatos, cuenta con una muy larga e interesant­e historia. Al formar parte del Barrio de Indios de San Sebastián Atzacoalco, en el límite de la antigua traza española que llegaba hasta la Plaza de Loreto, el barrio conserva su nombre náhuatl, que significa “Lugar entre las nubes”.

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