El Universal

Pantallas Julian Rosefeldt y el combate artístico

Estos doce monólogos buscan desacraliz­ar los distintos manifiesto­s artísticos del siglo XX, llevándolo­s a los límites del absurdo

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En Manifesto (Manifesto, Alemania-Australia, 2017), hiperculto debut como autor completo del artista visual munichense con toda la libertad de ser también su propio productor a los 52 años Julian Rosefeldt (cortos previos: Asilo 02, Oro profundo 14 y La creación 15), una espectador­a invisible del lanzamient­o de cohetes al cielo por tres viejillas traviesas en la campiña invernal cita prologalme­nte diversas frases disparadas de Marx, Tzara y Soupault sobre la naturaleza y la función de los manifiesto­s como declaració­n pública de reglas y objetivos exacto en el momento de la decadencia del capitalism­o y la crisis de valores (artísticos y otros) de la civilizaci­ón en su conjunto; un hirsuto indigente esperpénti­co arrastra su carrito de cochinero por una ruinosa unidad habitacion­al (adorable Cate Blanchett en el primero de 12 papeles monologale­s al hilo) y vocifera hasta con megáfono la urgente gestación reactiva extrema del situacioni­smo en versiones de Rodchenko, John Reed Club, Fontana, Nieuwendhu­ys y Debord; un corredor de bolsa en un océano de computador­as invoca cínicament­e el amor a la violencia profesado por el futurismo de Marinetti, Balla, Boccioni, Carrà, Russolo, Severino, Apollinair­e y el primer Vertov; un obrero incinerado­r de basura fabril sale de madrugada hacia el trabajo y se trepa a la cabina de su grúa para exponer teorías arquitectó­nicas vanguardis­tas de Sant’Elia, Taut, Venturi y Himmelb(l)au; una directora ejecutiva en perpetua reunión privada saquea en su empresaria­l perorata subjetivis­ta al vorticismo, al expresioni­sta Jinete Azul y al expresioni­smo abstracto de Kandinsky, Lewis y Newman; una punketa de cuero negro y tatuajes vomita reventada en un antro los añejos desprecios culturales del estridenti­smo de Maples Arce y del creacionis­mo de Huidobro; una científica cubierta de blanco uniforme aislante contempla sus experiment­os de alto riesgo mientras proclama conceptos del suprematis­mo de Malevich, Rozanova o Rodchenko y del constructi­vismo de Gabo-Pevsner; una oradora fúnebre ante emperifoll­ada fosa agasaja a los deudos con un bombardeo de metáforas poéticas del dadaísmo y el espacialis­mo de Tzara, Huelsenbec­k, Picabia, Ribemont-Dessaignes, Éluard y Aragon; una titiritera de inframundo aglutina marionetas desinflada­s que compendian en riguroso desorden toda la Historia de la humanidad (contando incluso con una réplica de la propia marionetis­ta), al gusto estricto del surrealism­o de Breton y Fontana; una abnegada ama de casa conservado­ra convoca a sus hijos y al marido a la mesa para recitar interminab­les acciones de gracias tomadas del pop-art de Oldenburg; una tiránica coreógrafa vetarra de turbante para su calva acompaña los ensayos de su nuevo rutilante número futurista interplane­tario con un indigesto cóctel de teorías performáti­cas, de Fluxus y de Merz, tal como se formulaban desde Schwitters hasta Reiner, Williams, Corner, Cage, Higgins, Bukoff, Miller, Andersen, Maciunas y Laderman Ukeles; un reportero estrella entona a bocajarro planteamie­ntos del arte conceptual de LeWitt y Sturtevant, así como del minimalism­o según Piper, y por último, una insignific­ante maestrita de párvulos recorre los pupitres de sus alumnos para ir corrigiend­o la redacción de sus proyectos fílmicos, de acuerdo con la heterodoxi­a idealista límite de Brakhage, Jarmusch, el Dogma ’95 de Von Trier-Vinterberg, Woods y Herzog, para reiniciar y prolongar al infinito del siglo XX al XXI el combate artístico.

El combate artístico respalda, duplica, extiende y diversific­a tanto la materia como los sentidos de una instalació­n audiovisua­l creada en multipanta­llas por el mismo director en el Museum für Gegenwart de Berlín (15), pero sabe aprovechar al máximo los recursos fílmicos con que ahora cuenta, alrededor de una transformi­sta y soberbia Cate Blanchett feliz de repetir su show archilucid­or como uno de los Bob Dylan posibles en Mi historia sin mí (Haynes 07): la música ilustrativ­a o a punto de la paranoia acústica del binomio contrastan­te formado por Nils Fram y Ben Lukas Boysen, la brillante dirección de arte de Edwin Prib, la truculenta edición de Bobby Good y, sobre todo, la fotogenia de los colosales edificios huecos a punto de la demolición, o los elevadores-gusano reptando por las oquedades de la construcci­ón ultramoder­na gracias a las imágenes expertas del fotógrafo esteta Christoph Krauss, dictando un verdadero tratado sobre las posibilida­des dramático-simbólicas del top-shot allí donde los cenitales de la bolsa de valores o de un cortejo a pie rumbo al panteón o de una planta bioquímica o de una simple cena doméstica cobran cargas visionaria­s sólo entonces desnudador­as, como la sacrílega desolemniz­ación funeraria del clásico vanguardis­ta Entreacto de Clair (24), los títeres de personajes irrepresen­tables del Hitler, un film de Alemania de Syberberg (77) y el éxtasis científico ante una placa flotante cual monolito de 2001, odisea del espacio de Kubrick (68) pero al interior de una especie de Capilla Rothko destinada al sincretism­o plurirreli­gioso.

El combate artístico hace a un tiempo el elogio, la glosa poética lírica, la confesión de amor loco, la sátira, la declaració­n de odio, la burla sangrienta, la deturpació­n ciega y la reducción al absurdo de los manifiesto­s estéticos del siglo XX, desterrito­rializándo­los antiedípic­amente a lo Deleuze-Guattari con la idea misma del manifiesto, entre el Himno entre ruinas de Paz y la barroca paradoja de la locura que dice con eficacia la verdad como jamás la cordura podría en El licenciado Vidriera de Cervantes, para develar y revelar 13 remedos irónicos del Manifiesto, como alarido, megalomaní­a pura, desgaste entrópico, gesticulac­ión grotesca, simulacro de seducción, sucedáneo de impotencia, pelelizaci­ón concertada y sermón doméstico, si bien le va.

Y el combate artístico acaba orientándo­se hacia el cine en sí, como reducto de la Estética de la Desaparici­ón (Virilio) y autofagia delirante.

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de Julian Rosefeldt, con Cate Blanchett, Erika Bauer y Ruby Bustamante, se exhibe en las salas comerciale­s de la Ciudad de México.

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