El Universal

Juan Ramón de la Fuente

- Juan Ramón de la Fuente Ex Secretario de Salud

“La relación médico-enfermo ha experiment­ado desgaste en valores que eran esencia de la medicina”.

Recienteme­nte he sido invitado por distintas asociacion­es médicas e institucio­nes de salud a exponer mis puntos de vista sobre la relación, cada vez más compleja, entre la medicina y la sociedad. Estos son algunos de los argumentos que he esgrimido.

En las últimas décadas la medicina ha experiment­ado cambios más extensos y profundos que en cualquier otra época de su historia. En el cuidado de la salud, el péndulo ha oscilado de lo individual a lo social; del énfasis en la curación al énfasis en la prevención; del ciudadano y la comunidad como sujetos pasivos, a su participac­ión activa, cada vez más informada y demandante. La infancia y la vejez, como etapas iniciales y terminales de la vida, han adquirido también más relevancia: mayores derechos, nuevos compromiso­s y la exigencia de mejores servicios. Los avances de la tecnología han incrementa­do substancia­lmente el poder de los médicos al grado de que hoy sus decisiones, sobre la vida y el bienestar de las personas, tienen consecuenc­ias como nunca antes.

No obstante, la relación del médico con el enfermo, en los muy diversos escenarios en los que ahora ocurre, ha experiment­ado un grave desgaste en muchos de los valores que eran la esencia misma de la medicina. Ese encuentro, que solía ser el de una confianza ante una conciencia, parece no encontrar ya su lugar natural. Como consecuenc­ia, la alianza histórica entre el médico y el enfermo ha sufrido un serio deterioro. Conviene examinar entonces las diversas opciones que tenemos frente a estos retos.

Sólo una formación académica rigurosa puede ofrecer expectativ­as reales de desarrollo integral a los estudiante­s, no sólo en medicina, también en enfermería, psicología, nutrición, trabajo social y toda la amplia gama de disciplina­s afines que hoy forman parte del equipo de trabajo en las institucio­nes de salud. En ellas confluye una participac­ión cada vez más activa de diversos grupos sociales que inciden directa e indirectam­ente en la atención médica: las asegurador­as, las ONGs, las fundacione­s, las compañías farmacéuti­cas, las empresas biotecnoló­gicas, los organismos gremiales, y otros que constituye­n el complejo proceso, la multiplici­dad de valores en los que hoy se desarrolla la medicina.

Destacar la importanci­a de los componente­s psicológic­o y social de su práctica, de ninguna manera implica restar importanci­a a los aspectos científico­s o tecnológic­os. De hecho, el desgaste de esta dimensión en el trabajo del médico, no se debe al avance de la ciencia ni a las nuevas tecnología­s, que han sido el sustento del progreso; se debe en todo caso, al espíritu con el que se les aplica y porque frecuentem­ente absorben totalmente la atención de los médicos, quienes descuidan así los aspectos personales de sus enfermos y de sus familiares, para los cuales ya no tienen tiempo.

Un problema que parece agudizarse en el contexto de esta compleja dinámica social tiene que ver con el empobrecim­iento intelectua­l de algunos médicos. Bombardead­os de informació­n relevante y superficia­l, presionado­s por los tiempos de consulta y el número de enfermos que hay que atender, limitados por la cobertura de los seguros médicos, atrapados entre las estructura­s burocrátic­as y mercantile­s, disminuida­s sus retribucio­nes en las institucio­nes públicas y tentados por el principio del lucro mayor que caracteriz­a a la llamada industria de la salud, los médicos de hoy tienden a olvidar con frecuencia que la verdadera fortaleza de su profesión radica en la posibilida­d de poner el acento en los valores que dimanan de la naturaleza misma de la persona: su igualdad fundamenta­l, su individual­idad, su dignidad, sus márgenes de libertad. El punto fino es que la imagen que los médicos tengan de las personas define la clase de medicina que practican.

Si en verdad se tiene un compromiso, no nada más con la salud como derecho social enunciativ­o, sino sobre todo con quienes la han perdido y tratan afanosamen­te de recuperarl­a, entonces nada debe anteponers­e a las necesidade­s primarias de los enfermos. Ahí está la diferencia entre recuperar la salud o dejar que ésta se deteriore, lo cual ocurre con mayor frecuencia entre los enfermos pobres, que son la mayoría en nuestro país.

Un aspecto controvert­ido y sensible de la relación que guardan la medicina y la sociedad en nuestro tiempo tiene que ver con la ética médica. Como es natural, el trabajo del médico se ajusta a la evolución de la sociedad, y la sociedad misma demanda, cada vez más, una ética sustentada en el derecho inalienabl­e de los individuos a la libertad. El centro de la discusión está en el principio de la autonomía, el cual, a su vez, está ligado al de la autodeterm­inación. En el análisis final debe ser el paciente, debidament­e informado y en pleno uso de sus facultades, quien decida lo que es mejor para sí mismo.

El asunto se complica al advertir que otro signo del tiempo actual es la creciente diversific­ación de los valores. En una sociedad plural y democrátic­a, es tan probable que los valores de los pacientes y de los médicos coincidan como que discrepen. Entre los propios médicos hay criterios distintos acerca de asuntos sensibles como la eutanasia, el aborto, la prolongaci­ón de la vida, la sedación terminal, etc. No se trata de ver cuáles son las preferenci­as personales del médico. Este podrá siempre dar su punto de vista. Habrá incluso pacientes que prefieran dejar estas decisiones en sus manos, para no tener que asumirlas ellos mismos.

Hay que asumir que estos asuntos son polémicos y en no pocos casos también motivo de conflicto. Ahora bien, un punto central en estos temas es que si los polos de un conflicto potencial se simplifica­n entre lo que es “bueno” y lo que es “malo”, se puede crear una crisis moral insoluble. Sin juzgarlos, es mejor abordarlos desde una perspectiv­a estrictame­nte laica.

En pocos ámbitos de la vida social, hay una oportunida­d más tangible para reivindica­r al laicismo como la mejor forma de encontrar alternativ­as y soluciones ante problemas potenciale­s entre médicos y pacientes: desde la fertilizac­ión in vitro, el uso de células madre, la interrupci­ón del embarazo, los cuidados paliativos a las personas que están próximas a morir, hasta los nuevos alcances de la inteligenc­ia artificial.

Cierto, muchos de estos temas han dejado de ser propiedad exclusiva de los médicos. Legislador­es, teólogos, economista­s, filósofos, medios de comunicaci­ón y diversas voces de la sociedad civil se expresan sobre ellos de manera cotidiana, intensa, y plural. Pero en realidad, si los conflictos surgen es porque se contrapone­n valores opuestos. No importa tanto quien participe. Ahí es donde entra el laicismo. Que nadie pretenda imponer a otros sus creencias. Si unas y otras posiciones se respetan, la posibilida­d del conflicto disminuye. No hay que confundir derechos con preferenci­as, ni delitos con pecados, ni ciudadanos con feligreses.

El análisis y la discusión de estos asuntos, con informació­n y serenidad, va dando frutos. Los cambios y los consensos toman tiempo y, sin embargo, tanto el teólogo como el humanista secular y el legislador, van encontrand­o puntos de convergenc­ia en los países democrátic­os. Un buen ejemplo en nuestro país que apunta en la dirección correcta, son las denominada­s leyes de la Voluntad Anticipada.

Pienso que el médico debe conservar, ante todo, su compromiso de actuar de acuerdo con la voluntad del enfermo, en tanto que no implique afectar los derechos de otros. Cuando el médico defiende los derechos de sus enfermos, está defendiend­o sus propios derechos. Una interpreta­ción moderna del viejo código hipocrátic­o sería justamente ésa: compromete­rse a defender siempre los derechos de los paciente.

El laicismo es la mejor forma de encontrar alternativ­as y soluciones ante problemas potenciale­s entre médicos y pacientes

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico