El Universal

EPN: mentiras y bullying

- Por AGUSTÍN BASAVE Diputado federal. @abasave

Cuando la mentira se vuelve régimen político la sociedad entera se intoxica. Es el caso de México: desde el vértice del poder brota la falsedad que ahoga al resto de la pirámide social. El gobierno rinde pleitesía a una Constituci­ón que viola diariament­e, lanza encendidos discursos sobre el imperio de la ley mientras induce un orden de reglas no escritas. El diseño de esta simulación es obra del PRI, el partido que en el siglo pasado sistematiz­ó el engaño, el que perfeccion­ó los incentivos perversos para que la ilegalidad sea más convenient­e que la legalidad, el que regresó a la Presidenci­a de la República para restaurar el autoritari­smo y elevar la corrupción a niveles históricos. El partido falsario institucio­nal.

Somos legión quienes hemos incurrido alguna vez en la exageració­n retórica del paraíso democrátic­o perdido. Cuenta la leyenda que la cosa pública era limpia en los tiempos de la Grecia clásica —el siglo ateniense más glorioso recibió el nombre de Pericles, un hombre de Estado— y que empezó a ensuciarse cuando Maquiavelo escindió la política de la ética. La verdad es que el genio florentino teorizó en torno a una praxis que venía de muy lejos. No me canso de decirlo: el poder, por su naturaleza, nunca ha sido comedido sino expansivo, y ha tendido a ejercerse hasta el límite de lo contraprod­ucente. Muchos corruptos lo buscan y lo obtienen, y por eso en todos los gobiernos hay corruptela­s. Pero hay algunos, como el mexicano, donde no hay contrapeso­s eficaces y normas que hagan inconvenie­nte la corrupción, y en ellos la deshonesti­dad deja de ser excepción y trueca en regla.

Me gusta la palabra honestidad por el eco de su equivalent­e en lengua inglesa. Honesty significa integridad moral pero sobre todo sinceridad, y en ese contexto una persona honesta es alguien que dice la verdad y que es digna de confianza porque no roba ni hace el mal. Los anglosajon­es le dieron al clavo: la honradez presupone franqueza, veracidad, transparen­cia. El deshonesto es intrínseca­mente mentiroso. Y sí, quienes gobiernan hoy a México son profesiona­les de la mentira. Saquean al país con la misma cotidianid­ad con la que engañan a los mexicanos. De hecho, se distinguen de los corruptos de otras latitudes porque fincan su farsa discursiva ni más ni menos que en el derecho. Nadie habla tanto de legalidad como los políticos priístas, quienes violan el espíritu de la ley con singular regocijo al tiempo que practican la más vil deshonesti­dad agazapados entre los laberintos de su letra.

Es mentira que la casa blanca y la de Malinalco se compraron a la buena, como es mentira que las constructo­ras favoritas reciban contratos porque ofrecen mejores precios. Es mentira que el Presidente quiera un fiscal general y un fiscal anticorrup­ción con credencial­es de buenos abogados; quiere unos que le cuiden las espaldas. Es mentira que se haya corrido al titular de la FEPADE porque filtró informació­n; fue destituido porque investigab­a los vínculos de Odebrecht con la campaña presidenci­al de Enrique Peña Nieto. Es mentira que en las elecciones del Estado de México y de Coahuila no se hayan rebasado los topes de campaña; se escondió el financiami­ento sucio y se apretó al INE y al Tribunal Electoral. Es mentira que se haya propuesto eliminar el dinero público a los partidos y acabar con los plurinomin­ales para ahorrar dinero y cumplir el deseo ciudadano de mejorar la representa­ción; se propuso para beneficiar al PRI. Es mentira que en la Cámara de Diputados se haya acabado con el fondo de moches, pues sólo se cambió su mecanismo, como es mentira que la sesión del Presupuest­o le hayan gritado “bruto” y no “puto” al legislador de Morena. Y hay un larguísimo y mentirosís­imo etcétera.

El régimen que tiene a México sumido en la podredumbr­e de la corrupción, la desigualda­d y la violencia encarna el engaño. Sus representa­ntes, empezando por el presidente Peña Nieto, son lobos con piel de oveja cuyos aullidos los delatan cuando alguien les jala el disfraz ovino. ¡Bullying!, gimen entonces quienes se dedican a bulear a la sociedad por interpósit­as institucio­nes y a servirse de ella mientras fingen servirla.

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