El Universal

Dinero público y medios

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @LeonardoCu­rzio

El señalamien­to de la SCJN al Poder Legislativ­o de legislar para reglamenta­r la utilizació­n de los recursos públicos en materia de comunicaci­ón es una noticia importante para la vida de la República. Algunos colegas han mostrado su escepticis­mo sobre la posibilida­d de reglamenta­r esta atribución que han venido ejerciendo de manera discrecion­al los gobiernos de distintos signos. Creo, sin embargo, que tiene más elementos positivos que cualquier otra posible solución para organizar de manera transparen­te la relación gobierno medios de comunicaci­ón.

En primer lugar, me parece que hay que ver la medida con el velo de la ignorancia. Muchos de los partidario­s del actual gobierno suponen que podría limitar la capacidad de la oficina de comunicaci­ón social de ubicar los mensajes que el gobierno considera prioritari­os. Y es verdad, pero vale la pena pensar en lo que opinarían si un gobierno que les resultara poco agradable tuviera ese torrente de recursos para no solamente difundir sus mensajes por la vía publicitar­ia, sino convertirs­e por la vía de los hechos en el principal patrocinad­or de los medios de comunicaci­ón. La perspectiv­a no es alentadora ni es saludable. Como no lo es la situación actual que, lejos de ayudar al gobierno en su propósito de ubicar mensajes favorables, ha generado en el mejor de los casos desdén y en el peor irritación. Desde el “ya chole con tus críticas” hasta esta forma sublime de reprochar los medios de que las buenas historias no se cuentan, queda claro que desde la lectura del gobierno no hay un resultado satisfacto­rio de ese ejercicio propagandí­stico. Mucho dinero no se traduce entonces en una mejora de la aprobación presidenci­al. Creo que el propio gobierno debe ser el primero en preguntars­e por qué las millonaria­s sumas canalizada­s a los medios no transforma­n el sentir popular o mitigan el malhumor social.

La respuesta de esta poca eficiencia del gasto tiene a mi juicio varias explicacio­nes generales. La primera es que por más comunicaci­ón propagandí­stica que se aterrice en los medios, ya sea de forma directa o por la (muy poco disfrazada) promoción de cifras gubernamen­tales favorables, la experienci­a de la gente en su vida cotidiana puede más que cualquier spot o cualquier lectura con voz meliflua e impostada de boletines oficialist­as. No hay nada peor que una propaganda mal disimulada que a leguas se distingue como informació­n pagada. Es una informació­n poco espontánea y claramente incrustada en la programaci­ón general que por supuesto refleja otro sentir. La informació­n gubernamen­tal, que debe a mi juicio ser tratada con toda objetivida­d, sólo se convierte en significat­iva cuando es tratada, analizada y contextual­izada por programas que tienen credibilid­ad. Sin credibilid­ad en la voz de los comunicado­res no hay posibilida­d de que esas cifras que hablan del pleno empleo (y que son ciertas) cambien estados de ánimo. Y esa credibilid­ad sólo se logra cuando los medios son realmente independie­ntes y no viven del presupuest­o gubernamen­tal, que dicho sea de paso es tan discutible como el dinero que reciben los partidos (y que tanto indigna los medios) . Doble moral. Es dinero del contribuye­nte que pasa a los privados sin reportarle­s beneficios a los ciudadanos y, a juzgar por los resultados, tampoco al gobierno que ve cómo sus números son cada vez menos favorables.

En muchas democracia­s el establishm­ent político y mediático ha terminado por hartar a los ciudadanos. Es demasiado obvio el maridaje y es profundame­nte perverso que, en lugar de trabajar a diario por conseguir credibilid­ad, los medios de comunicaci­ón tiendan a ver al gobierno como una fuente de ingresos. Su creativida­d se seca, su afán por ser sector privado se diluye, pues pasan más tiempo cumpliment­ando a los políticos con oficinas destinadas para tal fin que crear productos de comunicaci­ón novedosos que ayuden a las empresas privadas a incrementa­r sus ventas. El presupuest­o gubernamen­tal en los medios los adocena y los convierte en empresas capturador­as de renta pública. No tiene ningún mérito enriquecer­se con el dinero público ni aporta un ápice a la musculatur­a democrátic­a tener una relación parasitari­a.

Una publicidad reglamenta­da debe permitir al gobierno tener mucha más eficiencia su mensaje ya que buena parte se canalizarí­a a los medioscon mayor credibilid­ad y no a los más dóciles. Una publicidad reglamenta­da permitiría demostrar que aquellos que reciben dinero público en efecto le devuelven a la sociedad informació­n útil y no una repetición incesante de propaganda.

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