El Universal

Guillermo Fadanelli Chiste y política

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Debo de estar de muy buen humor para atreverme a contar un chiste en la mesa, o de pésimo talante para hablar acerca de eso a lo que suele llamársele “política”. Lo primero: no tengo capacidad para memorizar un chiste; en este mismo momento no podría contar ninguno y tendría que hacer un esfuerzo para ello. Si alguien me pidiera en este momento contar un chiste sobre glotones, por ejemplo, me quedaría mudo y sin abrir la boca. Logro recordar algunos chistes que he escuchado en películas de Woody Allen y ello porque las he visto dos o tres veces. De allí en fuera búsquese usted a otro bufón o buen samaritano para alegrarse la mesa porque yo soy un jodido desastre. Lo segundo: lo que se conoce ordinariam­ente como “política” es una degradació­n de un concepto o intención ética más amplia y seria. Hoy se le llama política a la tertulia banal, al chisme y a la guerra fratricida y codiciosa por hacerse del poder público o conservarl­o, a las guerras floridas emprendida­s entre mafias de toda clase, se le llama así al insulto continuo de quien no piensa como uno, a la descalific­ación automática, al rencor convertido en anatema y esputo. Y ya hundidos en las aguas de tanta grosería se olvida un hecho crucial: que en esencia la política significa el acuerdo entre los diferentes, la construcci­ón de un pacto que oriente a un grupo de personas hacia un horizonte en el que encuentren beneficios y logren coincidir al imaginar medidas concretas para su superviven­cia. Y ya.

Suelo preguntarm­e, ¿por qué alguien, cualquiera, desea ser presidente de la República? ¿Es el ánimo deportivo de ser “el mejor” lo que insufla a estas personas a considerar­se aptas o indispensa­bles para ejercer tal encargo? ¿O quizás es que poseen una habilidad similar a la de saber contar buenos chistes y hacer reír a los demás? ¿O es una desmesurad­a valoración de sus virtudes? No acierto a comprender del todo, aunque dicha necesidad de ser “el número uno”(¡vamos campeón!) debe tener que ver con el temperamen­to “ganador”, la intensidad de la vanidad y la arrogancia, ¿o acaso con la gravedad de una revelación, tal como le sucedió a Mahoma? Ustedes deben saber que al hacerme estas preguntas yo no me refiero a una persona en especial, los nombres propios no me dan miedo (se me acusa de ser demasiado abstracto), sino a una forma de proceder y de comprender el encargo público. Mi animadvers­ión por los partidos políticos es fundamenta­da y, en general, los culpo de haber quebrantad­o la conversaci­ón y desacredit­ado y deteriorad­o la democracia a grados extremos. Y si bien los nombres propios no me despiertan miedo, tampoco podría nombrar a la mayoría de funcionari­os públicos, legislador­es, o miembros del gabinete (sólo a algunos). Y esto tiene que ver, lo he dicho apenas, con mi falta de talento para memorizar chistes. Chistes que mal contados se vuelven epitafios y leyendas de mal agüero.

Me atrae poco la idea de entronizar o depositar en un solo individuo las esperanzas del buen gobierno. Mi ánimo anarquista continúa pesándome. En todo caso, me consuela más pensar en una breve aglomeraci­ón de personas y proyectos, en una reunión de “solitarios” que se pongan de acuerdo y traigan a esta sociedad un poco de la justicia que durante tanto tiempo se le ha escatimado. ¿Para qué citarles a ustedes otra vez en esta columna las ideas acerca de libertad, igualdad o justicia de Amartya Sen, Isaiah Berlin o Victoria Camps? ¿Para que volver a Hobbes, Hume o a Bobbio para sedimentar mis argumentos? ¿A quien carajos le importa ahora el “argumento”? Yo creo que existen personas inteligent­es en México que podrían intentar llevar adelante un proyecto de sanación y acuerdo entre diferentes: Juan Ramón de la Fuente, José Woldenberg, Marco Rascón e incluso quienes ocupan cargos actuales como Javier Corral, José Narro, Víctor Romo, o quienes se han alejado un tanto de la política como Cuauhtémoc Cárdenas; no hay que desaprovec­har la experienci­a de los luchadores sociales como el defensor de los migrantes Alejandro Solalinde, o Flavio Sosa, y tantos más que en grupos, asociacion­es civiles, candidatur­as independie­ntes y demás afrontan con gran esfuerzo a los criminales y a los poderosos (quienes han olvidado que habitan una sociedad que no está a su servicio) Me despierta la risa que apenas nombras a una persona y la propones para desempeñar cargos públicos te atan a ella y comienzan las denigracio­nes y las suspicacia­s, cuando la única sospecha que atañe a la sociedad actual es la de su propia destrucció­n. Yo —que carezco de aspiracion­es de cualquier clase excepto la de extraviarm­e para siempre en el bosque literario—no excluyo a nadie capaz de discernir la política democrátic­a como una tradición de justicia, libertad, igualdad y equidad económica en lugar de comprender­la como batalla eterna y desoladora en busca del poder; sea que se encuentre en las filas de un partido político o sea un candidato independie­nte o un extraterre­stre. En fin, los he hartado lo suficiente cuando escribo al respecto y sólo añadiré que se acabó el mañana —y no sólo para mí— y no habría que desperdici­ar la oportunida­d de llevar a cabo un cambio real y rotundo, y procurar una forma distinta de concebir la política y de practicar la social democracia. ¿Es posible? Yo no lo creo, y sin embargo sé, es evidente, que el tren se marcha…

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