Mónica Lavín
Que siempre no
Hace varios meses se acordó mi participación en la Feria Internacional del Libro de Acapulco, hace unas semanas supe que ahora se llamaba Festival de las Letras porque era más modesto dado las restricciones presupuestales del ayuntamiento (uno de los argumentos eran los gastos imprevistos por el sismo). La semana pasada tuve noticias del vuelo y el horario y los presentadores de mi novela. El 21 de noviembre, día en que arrancaba el Festival, cuando quise saber en qué hotel me hospedarían, si irían por mí al aeropuerto, me enteré que había sido suspendido el Festival de las Letras. Así nomás, de un día para otro, los camiones cargados de libros fueron avisados para que desviaran su ruta, los autores cancelados. Así nomás, como si se tratara de una cita a tomar el café.
Hurgo en Internet para enterarme de lo sucedido y el secretario de Cultura del Ayuntamiento dice que no se cancelaron, que tanto el Festival Internacional La Nao Acapulco 2017, como el de las Letras, se pospusieron para diciembre. Todo me huele a desorden, en una ciudad de por sí averiada por la violencia y violentada por los sismos, todo me huele a desdén por los asuntos culturales… total, qué son unos libros cuando andamos consiguiendo tabiques. Sobre todo huele a descortesía y falta de respeto por el libro y su papel. Por los mundos de palabras que acompañan a los posibles lectores, o a los lectores ya hechos, para imaginar a base de palabras, para inventar, para pensar, para encontrarse. Ah, pero que no fuera la inauguración de algún edificio, y entonces licenciado para acá, licenciado para allá… ¿Quiénes son los escritores? ¿Qué José Agustín es guerrerense? Si iban a venir esta semana, por qué no en diciembre. Lo que más alarma no es el desarreglo de la agenda personal. Viajar roba tiempo de los propios libros, la escritura, nuestra gente, implica un desgaste, pero los escritores sabemos que es bueno acompañar a los libros, andar de “palenqueros”, y que los viajes pueden gratificar. De un día para otro, que siempre no (quién sabe que desorden organizativo traigan) y total nos avisan el día anterior, como si algo de gravedad hubiera ocurrido. Ese adornito llamado cultura, llamado libro y lectura, a quién le hace mella. Los sicarios no leen ni los gobernantes. Nada más que fue Acapulco, la ciudad de los reflectores, la que vino a poner la cara colorada, y ni siquiera, vino a decir que siempre no, que al ratito, que luego luego, con desfachatez. Que vuelvan a echar los libros en las camionetas y andar camino, favor que les hacemos invitando a los autores a venir a la orilla del mar, a que alguien los escuche y compre sus libros. Más que escritores parecemos vendedores.
Así pasó, lo recordarán, con la Feria del Zócalo después del sismo del 19; se decidió que hubiera un concierto gratuito y que la feria se cambiara de fecha, cualquiera iba a entender que era por el sismo, los invitados del extranjero, las editoriales. Es que la música une, alivia, más bien es carta política visible. Sobre todo en un país cuyo presidente no es un lector. Así que otra vez con la mano en la cintura, háganse a un lado que viene lo bueno, la plataforma y los grandes reflectores. ¿No se podría haber combinado? O mejor, hacer del libro una pieza de unidad por que qué lugar es más emblemático en esta ciudad que la plancha del zócalo. En la iniciativa parecía haber un espíritu redentor y el ninguneo a los libros, a la palabra, al poder reconstruirnos desde la reflexión, desde la historia, desde la crónica, desde la poesía, desde el corro.
De estos acomodos de última hora, de este ninguneo al libro, al autor, al editor, al lector, sólo se puede deducir que difícilmente seremos un país de lectores, cuando al libro se le hace a un lado como algo superfluo, un adorno, un capricho. El verdadero capricho es de los que deciden de un día para otro, que siempre no. No reconocen que el libro salva del naufragio y de la estupidez.