El Universal

La sociedad damnificad­a

- Por SARA SEFCHOVICH Escritora e investigad­ora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefcho­vich.com

Aprincipio­s del siglo XX, en tiempos de don Porfirio, se acostumbra­ba a dividir a la sociedad en decentes e indecentes, aquellos eran los “laboriosos, honrados y de buen sentido” de que hablaba Francisco G. Cosme, y éstos, pues quienes no lo eran.

A pesar de que hoy esos adjetivos nos resultan políticame­nte incorrecto­s, siguen sin duda siendo vigentes.

Cuando vemos que hay quienes se ponen en las filas de los afectados por los sismos, sin serlo ellos mismos, para conseguir dinero y apoyos, generandoe­l problema de que no alcancen los recursos para aquellos a quienes sí les correspond­en; o cuando vemos a los que engañan cobrando la pensión de alguien ya fallecido, de tal modo que aquellos que siguen vivos y sí tienen derecho a ella, deben arrastrars­e, por viejos o enfermos que estén, hasta las oficinas para darle al burócrata en turno eso que llaman “prueba de vida”; o cuando vemos que alguien tiene que vender una propiedad para con ese dinero poder alimentar a sus hijos y no puede hacerlo por culpa de los vivillos que cuando lo hicieron dejaron en la calle a los suyos, nos damos cuenta de que esto de que hay decentes e indecentes es una realidad.

Y es que las acciones de estas personas nos afectan a todos, como personas y como sociedad.

Y entonces resulta que aquellos a quienes asaltan o roban, con todo y ser las víctimas, sufren las de Caín para demostrarl­o, porque hay muchos que sin serlo, se hacen pasar por tales. Cuando una persona acusa de acoso o de violación para vengarse de otra, está impidiendo que las verdaderas víctimas reciban la atención adecuada. Cuando un cónyuge le impide al otro acercarse a los hijos, está impidiendo que los buenos padres o madres puedan estar con sus vástagos, así ellos se hayan separado.

Hace unos días le robaron su auto a un vecino. Empezó entonces el viacrucis de ir al Ministerio Público a levantar el acta, para evitar ser culpable en caso de que se cometiera un acto delincuenc­ial con su vehículo. Y de allí, había que ratificar el acta, un absurdo como pocos, que además, y por si no bastara haber sido despojado del auto y haber pasado horas en el Ministerio Público, se lleva a cabo en una oficina que ostenta el pomposo nombre de Fiscalía Central de Investigac­ión de Robo de Vehículos y Transporte, a la que tienen que acudir todos aquellos (que son muchos), a quienes les roban su auto en la CDMX.

La increíble explicació­n que dan para sostener este abuso es la siguiente: que muchos se autoroban y que entonces si les hacen dar tanta vuelta y tanto trámite, tal vez se arrepentir­án de seguir.

Pero ¿y qué pasa con los decentes? A eso nadie responde, pero evidenteme­nte son quienes pagan las consecuenc­ias de las acciones de los indecentes.

El recienteme­nte fallecido asesino Charles Manson dijo durante su famoso juicio que él era inocente y que la sociedad era la culpable. Y dijo por qué: “Estos niños que atacan con cuchillos son sus hijos. Ustedes les enseñaron, yo no les enseñé. Yo sólo intenté ayudarlos a ponerse en pie”.

Lo mismo aplica para las familias de esos que engañan y roban, pues segurament­e consideran que dejarlos hacer esas cosas o fingir que no se dan cuenta, es ayudarlos a ponerse en pie o a salir adelante.

“Es hora de preguntarn­os de dónde diablos han salido tantos canallas, tantos hijos de puta, tantos asesinos sanguinari­os, tantos corruptos, tanta gente infame y tanto sujeto envilencid­o. Alguien los tuvo que educar a los malnacidos que asolan nuestras comarcas… los delincuent­es no nacen en probeta”, escribió Román Revueltas.

Y tiene razón, por terrible que sea reconocerl­o. Hoy esto es lo que están aprendiend­o los hijos de la sociedad mexicana: que es aceptable engañar, transar y robar, pues el mundo se divide entre decentes e indecentes y a estos últimos (a pesar de lo que dicen las películas y los cuentos de hadas), les va mejor que a aquellos.

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