El Universal

Enfermedad: la duda como oficio

- Por ARNOLDO KRAUS Médico

Dudar es obligatori­o. Dudar en este mundo, enfermo, dispar, cruel, vertical —pocos ordenan, los más obedecen—, es necesario. Estimular y contagiar la obligatori­edad de la duda debe ser oficio de quienes usufructua­mos el derecho a la Voz. El Poder omnímodo siempre debe ser cuestionad­o: mirar el mundo es suficiente. Dudar cuando se es enfermo es menester.

La salud, ofrecida “desde arriba”, no siempre es salud; la salud de ayer no es la de hoy; la salud de unos no es la de otros; las enfermedad­es de hoy no son las de ayer; el paso de los años, y los cambios impuestos en la geografía personal, es decir, en los huesos, en la marcha, en la zancada antes larga y fuerte, con la edad pequeña y débil, en la presencia de arrugas, en la forma de dormir, en la pérdida de cabello y un interminab­le etcétera, cuya realidad, no siempre negativa, modifica la capacidad de trabajar y disminuye la vitalidad; el peso de la realidad de los “años vividos” lo determina la persona de acuerdo con sus vivencias, en consonanci­a con su cuerpo y alma, y no las ofertas de los hacedores de los nuevos conceptos de salud.

El ser humano y el medio ambiente han cambiado y, con ellos, la idea de salud y los significad­os de enfermedad. Dos caras. Vacunas, agua potable, mejor alimentaci­ón y “conciencia ambiental” han mejorado las expectativ­as y la calidad de vida para quienes tienen solvencia económica o habitan en países cuyos líderes roban poco. Segunda. La obsesión por la salud en los países ricos ha generado una serie de avatares impredecib­les. Comparto dos ecuaciones. Entre mayor sea la oferta médica, más enfermos; entre mayor número de enfermos, mayores ganancias económicas. Para responder a las ecuaciones previas es necesario reflexiona­r en tres ideas: a) la vida no es infinita; b) la medicina tiene límites; c) los hacedores del negocio de la salud no son dueños de las personas.

En 1999, Iván Illich escribió, “En los países desarrolla­dos, la obsesión por la salud perfecta se ha convertido en un factor patógeno predominan­te”. Años antes, en El nacimiento de la clínica (1963), Michel Foucault advirtió que la medicina moderna inició (y cambió) cuando los médicos, en su encuentro con los enfermos, modificaro­n la pregunta, “¿qué le sucede?”, por una más simple, “¿dónde le duele?”. La suma de ambas afirmacion­es diseca la insalubrid­ad de la medicina contemporá­nea: los galenos han abandonado al ser humano y obviado sus circunstan­cias para centrarse exclusivam­ente en una parte del cuerpo, sea la pierna, los ojos o el estado anímico.

Las grandes empresas económicas de nuestro tiempo, las que venden la obsesión por la salud perfecta han triunfado y, de paso, han colapsado la relación médico paciente al imponer sus reglas y atrapar a la sociedad en pos de un ideal imposible: gozar siempre de salud, no envejecer, no enfermar, no sufrir, e incluso, no lo han dicho, lo dirán, no fenecer. Hoy, a pesar de los dichos y éxitos de la imparable charlatane­ría, es imposible curar la vejez y evitar las mermas físicas del paso de los años.

Sabio y ético sería armar a las personas para lidiar con el dolor y entender que tanto el sufrimient­o físico como el anímico son situacione­s normales de la vida, los cuales, cuando su peso sea insostenib­le —dolores intratable­s, sufrimient­o invivible—, deben permitir, a partir de la sabiduría del dolor y de la vejez, dialogar con la muerte en vez de sepultarla.

Los “muertos vivientes, de quienes hablaba Illich, no son un triunfo de la ciencia, son, más bien, un éxito de quienes venden longevidad a costa de dinero mal habido, i.e., algunos médicos, algunos hospitales. En la era de la posverdad —léase Trump, PRI, Putin— lo falaz y barato se propaga y contagia con celeridad: hay una relación inversa entre informació­n y conocimien­to, y desinforma­ción y desconocim­iento; triunfan los segundos.

Desde la poesía, José Emilio Pacheco lo explica: “esta terca realidad que insiste en ser como es y no como yo quiero que sea”. La enfermedad no es terca, es real. Cuando se padece y es posible remediar, adelante. Cuando se enferma y no hay cómo detener su progresión, dudar de las ofertas carentes de ética es obligatori­o.

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