El Universal

La FIL, los políticos mexicanos y los libros

- Por EMILIO LEZAMA Analista político. www.loshijosde­lamalinche.com

Existen muchas formas de aproximars­e a la literatura. A los 6 años mi mamá me regaló El León, la Bruja y el Ropero. Su gesto cambió mi vida. En la novela, Lucía, una niña de 6 años, se interna en un ropero para esconderse de sus hermanos. Su búsqueda de un refugio la lleva a encontrar el más grande de todos; del otro lado hay un mundo que la ha estado esperando. De un lado una Inglaterra en plena guerra, del otro un mundo que comienza con un faro, un fauno y mucha nieve. Lucía entra al ropero como una simple niña y sale de ahí habiendo sido reina de Narnia. Al salir, vuelve a ser una simple niña, pero ya nunca más lo será de la misma forma. Abrimos los libros como Lucía abrió aquel ropero, en la primera página buscamos un refugio de este mundo, en la última encontramo­s contenido para regresar a él.

Dice Juan Villoro que “segurament­e la vida es más importante que el arte, pero eso sólo lo sabemos gracias al arte”. Leer nos permite asomarnos a través del vidrio hacia nuevos mundos tan sólo para descubrir el mundo propio. Los mejores libros son tan ventanas que acaban siendo espejos. Cuando leemos una gran novela suplantamo­s nuestra vida por la del personaje en cuestión, por unos breves momentos somos alguien más y, de alguna extraña manera, al final eso nos vuelve más nosotros mismos. Borges se imaginó que el universo era una gran biblioteca: cada uno de nosotros es una historia que espera ser leída.

Para algunos además de arte, los libros son la posibilida­d del poder. En el siglo II antes de Cristo, Ptolomeo fundó la biblioteca más importante de su tiempo en Alejandría. Quería tener a su disposició­n todo el conocimien­to humano. Pero lo que Ptolomeo entendió como una fortaleza, para otros era una amenaza. Los libros son un peligro porque nadie puede controlar lo que incitan en la imaginació­n del individuo. Siglos después, la biblioteca sería saqueada y destruida; nada enfurece más a un déspota que algo que no puede controlar. No ha habido una gran civilizaci­ón sin gran literatura, como no ha habido tampoco una sola tiranía que no queme libros. Si quieres acabar con una civilizaci­ón, la mejor manera de hacerlo es acabar con su cultura.

Ni las biblioteca­s ni la piromanía literaria son políticame­nte rentables en nuestros días. Por ello los políticos de la actualidad han encontrado una forma peculiar de relacionar­se con el arte de la escritura. En lugar de colecciona­r conocimien­to les gusta escribir el suyo propio. A algunos nos les sale tan mal; Winston Churchill ganó el Premio Nobel de Literatura por sus memorias. Pero la mayoría no escriben sus propios libros; para ellos el libro es un trámite que los legitima ante el mundo. Algo de que su historia de vida o sus ideas estén en papel les da la excusa para creerlas. A mí el fenómeno me intriga, conozco pocos políticos que se atreverían a pedirle alguien que pintara un cuadro o compusiera una ópera para luego atribuirse su autoría, pero con el arte de escribir suelen ser más laxos. La literatura política es la única rama de la creación donde el plagio no sólo es legítimo sino que se ha convertido en una industria.

Esto se explica porque en México el libro es alabado, pero no leído. Le damos un sentido moral y no práctico a la lectura, no leemos pero sabemos que el otro debería. Esa paradoja parece estar presente en nuestra idiosincra­sia cultural. El gran éxito de la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a es extraño en un país como México. Durante varios días el país deja de girar en torno a la política del vacío y la cultura de las series de Netflix, el influencer y el youtuber, y se concentra en torno a una librería gigante pero temporal. De alguna extraña forma entrar a la FIL es como entrar a aquel ropero. De un lado, un México donde los políticos gritan “puto” y les dicen a la población que serán más feliz si no leen. Del otro, un mundo donde todos ellos leen y escriben. Lucía entró al ropero para refugiarse de un mundo en guerra y descubrió otro que le enseñó que la paz era posible. A veces ver lo que hay adentro del ropero nos permite imaginar que se puede transforma­r el mundo fuera de él.

No ha habido una gran civilizaci­ón sin gran literatura, como no ha habido tampoco una sola tiranía que no queme libros

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