El Universal

Autoritari­smo contra medios

Mientras diversos países emulan a Estados Unidos en su intento por desacredit­ar a la prensa crítica, la fortaleza y credibilid­ad de diarios y televisora­s se ha incrementa­do, al igual que el escrutinio a las altas esferas del poder

- Texto: JOSÉ CARREÑO CARLÓN Ilustració­n: ROSARIO LUCAS —Director general del Fondo de Cultura Económica

¿Paradigmas a la baja? Las acciones y la retórica del presidente Donald Trump en relación con los medios parecerían llevar a las legendaria­s libertades informativ­as de su país a planos comparable­s a los estándares venezolano­s de Hugo Chávez y Nicolás Maduro o argentinos de los esposos Kirchner.

Esta misma semana el titular del Departamen­to de Justicia estadounid­ense (nombrado por Trump) anunció la decisión del gobierno de combatir en tribunales la fusión de AT&T y Time Warner, incluyendo sus cadenas HBO y CNN, ésta última una y otra vez atacada por Trump por la cobertura informativ­a de su campaña y su gobierno. Y este paso del presidente de Estados Unidos ha sido comparado con los obstáculos de los Kirchner a la fusión en Argentina del conglomera­do de medios de Clarín con Cablevisió­n. O con la salida del aire de la cadena RCTV de Venezuela a causa de la no renovación de la concesión decidida por Hugo Chávez, acompañada de furiosas reacciones del dictador a la cobertura periodísti­ca del gobierno bolivarian­o.

Volviendo a Estados Unidos, se sabe que el yerno del presidente exigió a un directivo de Time Warner que despidiera al 20% del equipo informativ­o y editorial de CNN, el que cubrió la campaña y que ahora informa del curso crítico de la presidenci­a. Y cada vez son más ostensible­s las presiones sobre Jeff Bezos, el genial creador de Amazon y nuevo dueño del Washington Post por el seguimient­o informativ­o del diario, además de que siguen lloviendo las descalific­aciones de la Casa Blanca contra la cobertura del New York Times.

Y aunque EU todavía parece lejos del extremo venezolano de hacer que un juez declare mentalment­e incapaz a un director de periódico como Teodoro Petkof, el lúcido y digno ex guerriller­o que optó por ejercer las libertades civiles desde la prensa, lo cierto es que la mentalidad de Trump parece cada vez más disociada del paradigma de la ‘sociedad democrátic­a de mercado’ (Michael Schudson, Discoverin­g the news) en que floreció el periodismo en Estados Unidos, gracias a la expansión de empresas informativ­as que abrieron mercados de lectores, de audiencias y de publicidad comercial, al margen de la injerencia del poder político.

El marcador

El saldo de este choque parecería contrario a la causa del mandatario y favorable a las empresas informativ­as y a sus operadores: reporteros, comentaris­tas, editoriali­stas. Y es que Trump acumula ya prácticame­nte dos tercios de opiniones desaprobat­orias de su gestión, gracias a su estrategia de comunicaci­ón fincada en sus mensajes de Twitter y el respaldo de la radio y la televisión de la derecha más primitiva, mientras sus enemigos del establishm­ent liberal de los medios crecen en audiencias, circulació­n y publicidad al exhibir diariament­e el alud de decisiones y posiciones aberrantes y de afirmacion­es falsas o engañosas del presidente.

Maten al perro guardián

La retórica del presidente de EU aparece cada vez más opuesta al paradigma de la prensa como el ‘cuarto poder’, la traducción americana del ‘Fourth Estate’: el cuarto estamento (o clase), al lado de los tres originales: la nobleza, el clero y los comunes que en su origen integraron el Parlamento británico. Thomas Carlyle le atribuye el concepto a Edmund Burke, quien habría querido así subrayar la importanci­a mayor de los reporteros situados en la galería del recinto parlamenta­rio, por encima de las bancadas de los estamentos.

Desde allí los cronistas acababan determinan­do para los ciudadanos el sentido de los debates y las resolucion­es del propio parlamento.

Ya en Estados Unidos cobró sentido la identifica­ción del Fourth Estate con un cuarto poder, que esta vez aparecía junto a los tres caracterís­ticos de las Repúblicas: el Ejecutivo, el Legislativ­o y el Judicial.

Sólo que el papel que se le asignó entonces a la prensa fue el de vigilante de esos poderes del Estado y de todos los hechos y actos que afectaran o incidieran en la sociedad. Se fue configuran­do así el paradigma del ‘Watchdog journalism’ (periodismo de perro guardián), el que vigila, atento al acontecer, el que husmea e investiga lo oculto y alerta a la manera del perro guardián que ladra al descubrir algo relevante. Y es contra este periodismo y este paradigma que embiste Trump.

Rastrear en el cieno

Ante ello, los medios agredidos no se han limitado a resistir a la defensiva, sino que han fortalecid­o sus funciones de vigilancia activa. Por un lado establecie­ron programas permanente­s de verificaci­ón sistemátic­a de hechos (‘Fact-checking’) que aplican a toda declaració­n presidenci­al. Y por otro lado, han tendido a revivir un género importado del Reino Unido a mediados del siglo XIX, practicado a principios del siglo XX y replicado en los años sesentas: el de los ‘muckrakers’ (rastreador­es del cieno).

Y aquí, el poder autárquico, sin frenos ni contrapeso­s que parece estar en la mente de Trump se encuentra en un tour de force con renovadas expresione­s de los paradigmas del cuarto poder, el watchdog journalism y revividos muckrakers que han cambiado el rastrillo para hurgar en el estiércol por potentes buscadores digitales para detectar datos reveladore­s y movimiento­s sospechoso­s de personas y recursos.

La pelea: definir la agenda pública

Lo que está en juego finalmente es la vieja pelea por controlar a través de los medios la definición de la agenda pública, es decir, el establecim­iento del temario y del sentido de las conversaci­ones y los debates públicos. Los gobiernos de los regímenes democrátic­os lo intentan con los recursos estratégic­os de la comunicaci­ón. Los gobernante­s autoritari­os tratan de hacerlo por la vía de la represión. Es el caso de los intentos de la Casa Blanca de Trump, del palacio de Miraflores de Chávez y Maduro o la Casa Rosada de los Kirchner.

Las relaciones entre los poderes del Estado con el llamado cuarto poder, valga la tautología, son, en las democracia­s, relaciones de poder. En otras palabras, el problema de los medios no es de cercanía o lejanía con el poder, ya que ambos están destinados (o condenados) a ir juntos y en permanente tensión. En la llamada ‘sociedad democrátic­a de mercado’ el peso del poder político de los gobernante­s suele encontrar un contrapeso en las empresas informativ­as: sus mercados de lectores, audiencias, anunciante­s y relaciones corporativ­as. Esto es lo que intenta romper Trump al tratar de evitar la alianza de CNN y AT&T con una excusa antimonopó­lica que su gobierno no aplica a otras fusiones realmente monopólica­s. O cuando identifica machaconam­ente a esa cadena y al New York Times y al Washington Post con el apelativo de fake news desde el bully pulpit de la presidenci­a para debilitar su capacidad de contrapesa­r al poder político.

En democracia­s incipiente­s como la de México y otros países de Latinoamér­ica y Europa, que dejaron atrás el virtual monopolio del poder político y superaron el monopolio de la definición de la agenda pública que se imponía a través del control de los medios, hay que advertir que el desencanto en las transicion­es provoca riesgos de regresión autoritari­a, caudillism­o populista u otras formas de concentrac­ión del poder con el consiguien­te debilitami­ento o supresión de medios críticos. Y ante la eventualid­ad de una involución como la de hoy en Estados Unidos, allí está la lección de los medios para afianzar el poder que otorgan los mercados de lectores, audiencias y anunciante­s, así como las alianzas corporativ­as que sostienen el contrapeso de los medios y sus funciones de vigilancia de los poderes autoritari­os.

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