El Universal

En CDMX discrimina­n a indígenas laboralmen­te

• Comercio y trabajo en casas, sus principale­s opciones • Racismo en la capital impide inclusión social, dicen expertos

- DIANA HIGAREDA —metropoli@eluniversa­l.com.mx

En la Ciudad de México habitan 960 mil 59 personas con raíces indígenas, principalm­ente en Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco y Tlalpan, de acuerdo con datos de la Encuesta Intercensa­l 2015, y la mayoría es víctima de discrimina­ción laboral.

Al menos 397 mil 148 consiguier­on empleo en la CDMX: 50% en el comercio formal, tareas domésticas, ambulantaj­e y como conductore­s de transporte.

El resto desempeña labores diversas en oficinas de gobierno, en el sector artesanal, la rama de la ingeniería y la construcci­ón.

Pero la inclusión social y laboral de esta población en la capital sigue permeada por la discrimina­ción y el racismo. La mezcla del color de piel, el bajo nivel académico, su situación económica y cultura los coloca como uno de los sectores más vulnerable­s en la Ciudad de México, afirman especialis­tas. Juan Martínez, quien llegó a la capital en 1978, comenta que sólo pudo aspirar a trabajos domésticos y de obrero.

Juan Martínez salió de Santa María Alotepec, municipio del distrito Mixe, Oaxaca, en 1978. Con 19 años y sin entender español, el hombre abandonó la vida en el campo y emprendió un viaje hacia la capital del país. La ciudad en la que creía que su situación mejoraría. Pero al llegar, Juan se enfrentó con una dura realidad.

“Indio”, “oaxaco” o “del cerro” fueron las expresione­s que escuchó todo el tiempo. En la calle y en su empleo, el trato era el mismo.

“El racismo hacia los pueblos indígenas es un problema complejo. Hay una creencia de que si los indígenas no dejan su diferencia cultural e indigeneid­ad a un lado, no son iguales y se les niega el ejercicio pleno de sus derechos. Esta cuestión se intensific­a con los migrantes, porque la gente del lugar al que llegan los ve como si no pertenecie­ran”, explica Olivia Gall, coordinado­ra de la Red Integra e investigad­ora del Centro de Investigac­iones Interdisci­plinarias en Ciencias y Humanidade­s.

El rechazo que Juan vivió en la capital permeó todos los aspectos de su vida. El ámbito laboral fue el más duro. Sus primeros años sólo pudo aspirar a actividade­s domésticas y de obrero. En todos sus primeros empleos, su origen y color de piel lo convirtier­on en el objetivo de maltrato. “Cuando trabajé de obrero, tenía un patrón muy déspota. Él era de Michoacán y tenía ojos azules, sólo por eso se sentía superior a todos. Me dejaban el trabajo pesado, porque venía de un pueblito indígena y sabía cargar”, relata.

La mezcla del color de piel, el bajo nivel académico y su situación económica son caracterís­ticas por las que esta población es altamente discrimina­da. “Desafortun­adamente, por una deuda histórica que tenemos en México, resulta que estos tres elementos se encuentran juntos en las personas indígenas”, explica Jacqueline L’Hoist Tapia, presidenta del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discrimina­ción de la CDMX (Copred).

En la Ciudad de México hay 960 mil 59 habitantes que se consideran indígenas, de acuerdo con la Encuesta Intercensa­l 2015 del Inegi. Esto representa apenas 9% de la población capitalina. De los más de 950 mil, un total de 397 mil 148 lograron tener un empleo en la ciudad; 53% se concentra en cinco sectores: comercio, labores domésticas, ambulantaj­e, almacenist­as y conductore­s de transporte.

La otra mitad trabaja en más de 15 ramos; desde la construcci­ón, artesanías y técnicos hasta ingeniería o como autoridade­s gubernamen­tales. Para ellos, reconocers­e como indígenas no sólo les trae discrimina­ción en la vida diaria. Sus rangos salariales tampoco son iguales. En Milpa Alta, la delegación con la mayor tasa de estas personas, esta diferencia es clara. El sueldo más alto para un ingeniero civil con raíces indígenas es de 12 mil pesos. Mientras que alguien que no se autodenomi­na así reporta un salario de 28 mil pesos, de acuerdo con datos de la Encuesta Intercensa­l 2015.

Lo mismo ocurre en puestos como contadores o especialis­tas en finanzas y economía. La paga más alta que recibe una persona indígena es de 16 mil pesos. Del otro lado, hay quienes reciben hasta 30 mil pesos por ese mismo puesto.

“Cuando te vas metiendo más en la sociedad, te das cuenta que hay diferencia­s entre nosotros y un mestizo. A ellos siempre les dan prioridad. Se nota el mejor trato y que ganan más, mientras que a uno lo rechazan”, cuenta Juan.

El reto de la gran ciudad

El primer lugar al que Juan llegó fue a una zona residencia­l del sur de la ciudad: El Pedregal. Sus grandes casas, los automóvile­s y todas las avenidas pavimentad­as asombraron a este joven. Ese año cambió el trabajo de campo por las labores domésticas.

Sus primeros 12 meses en la capital no fueron fáciles. De una casa pasaba a otra. Los sueldos eran precarios. Las jornadas eran de más de 10 horas. El trato que recibía era malo. Nunca dejó de sentirse ajeno a su entorno. Para una persona indígena no es fácil tener mejores oportunida­des laborales en la ciudad. “La gente piensa: ‘¿cómo un indígena va a ocupar otro puesto, si no habla bien español o si no tiene el mismo nivel de educación que alguien urbanizado?’”, explica Olivia Gall.

Además, este racismo que existe en México ha logrado marcar una línea entre quién es superior o inferior. “Hay una creencia intrínseca de que los indígenas son inferiores y no sólo por una cuestión de piel, porque en el país los morenos no son sólo ellos. Esto va más allá de la fisionomía, de la cultura o la posición económica”, explica la coordinado­ra de la Red Integra.

Después de pasar un tiempo realizando labores domésticas, Juan pasó a la jardinería. Su siguiente escaño fue ser obrero en una fábrica embotellad­ora. El trato no mejoró. Los trabajos pesados, las largas jornadas y el bajo sueldo eran una constante. “Ahí fue un poco de lo mismo. Sólo me daban los trabajos de cargar, de ir de allá para acá. No me daban oportunida­d de hacer nada más. Me mandaban por los bultos de azúcar que llegaban en el tren y me pagaban centavos”, cuenta.

El problema de la discrimina­ción laboral indígena también tiene que ver con una cuestión de clases. “La capital es una zona muy clasista, importa mucho cómo te ves, tu vestimenta, cómo hablas y si no encajas eres excluido desde un inicio”, explica la presidenta del Consejo contra la Discrimina­ción de la CDMX.

Un aspecto tan natural como su lengua natal se puede convertir en objeto de burla y exclusión. “Siempre notas la diferencia que hay con los pueblos indígenas y más con los que hablan alguna lengua. No nos dan la oportunida­d de ser como los que están arriba”, relata Juan.

A eso se le tiene que sumar que en los trabajos no se reconocen las lenguas indígenas como un idioma más. “Se les pide que hablen francés o inglés, pero al otomí, náhuatl y otras lenguas no se les da el reconocimi­ento de idiomas. Esto es sólo una muestra de discrimina­ción”, asegura L’Hoist Tapia.

Juan pasó de un trabajo a otro . Su esperanza de vivir mejor cada vez estaba más lejos. Sin estudios y con raíces indígenas, sentía que la calidad de vida que aspiraba tener era casi imposible de obtener. La solución que encontró fue estudiar mecánica y así pelear por mejores puestos. “Veía a los que trabajaban conmigo y pensaba: ‘¿Por qué ellos sí y yo no?’. Yo también tengo pies, manos y pensamient­o, ¿por qué no puedo tener lo mismo que ellos sólo por venir de un pueblo?”.

De los 397 mil indígenas que laboran en la ciudad, 122 mil cuentan con alguna licenciatu­ra, especialid­ad, maestría o doctorado. Ellos han logrado obtener puestos como contadores, secretaria­s, capturista­s de datos, médicos generales o docentes. Pero el lado opuesto de la estadístic­a muestra a 563 indígenas, que aun con carrera profesiona­l, no reciben ninguna paga por su trabajo y 12 mil que ganan menos de 5 mil pesos mensuales. Los sueldos altos, de 50 mil a 250 mil pesos mensuales, sólo lo han logrado 2% de esta población. “En México falta reconocer a los ingenieros, poetas y arquitecto­s, y comprender que muchas veces no manifiesta­n que son indígenas por miedo a que los hagan menos”, dice Jacqueline L’Hoist.

El nuevo perfil académico de Juan no le trajo mejores tratos. Para sus patrones, él seguiría haciendo lo mismo: barrer o lavar y cargar bultos. En la fábrica no les interesaba que aprendiera más sobre la operación y mantenimie­nto de la maquinaria. “Yo terminaba rápido y me paraba atrás de mi supervisor para ir viendo lo que hacía, porque no quería enseñarme nada”, dice Juan.

La discrimina­ción laboral que sufre este sector es más notoria, porque se cree que “los indígenas hagan lo que hagan nunca van a dar el ancho. Se piensa que en el fondo son primitivos, salvajes o atrasados y por esta cuestión de poco entendimie­nto es que muchas personas sufren”, recalca Olivia Gall.

Después de ocho años de largas jornadas y trabajos pesados, Juan logró subir de puesto. Pasó de obrero a encargado de 14 personas en la planta donde trabajaba. De los más de 300 mil indígenas que en 2015 reportaron tener un trabajo, sólo 3% tenía un puesto directivo.

En su ascenso conoció una nueva faceta de la discrimina­ción laboral. Malas jornadas sin pago y trabajos pesados era lo que se esperaban que hiciera con las personas a su cargo, era como si Juan pudiera verse en un espejo en donde ahora el que discrimina­ba era él. “Yo sentí feo de hacerle esto a mi propia gente. Cómo quieres exigir respeto para tu comunidad, si tú no sabes respetar”.

Independiz­arse para sobrevivir

Con su nuevo puesto, Juan pudo echar raíces con su familia en la zona sur de Valle de Chalco, Estado de México. Duro dos años con ese trabajo. Al salir, pensó que sus estudios y experienci­a jugarían a su favor, pero el panorama era el mismo: largas jornadas laborales por tan sólo 500 pesos a la semana. “Nunca te preguntan qué grado de estudios tienes, solamente de dónde vienes y qué sabes hacer”, explica este hombre de ahora 58 años.

Su nueva salida fue montar su propio negocio. Las artesanías, una tradición que para él se ha perdido, fue la industria que lo llevó a emprender. Junto a su familia y otros indígenas de su comunidad, fundó el colectivo Foro Multicultu­ral Xico. En este espacio, que coordina su hijo Carlos, se producen cervezas artesanale­s, zapatos, blusas bordadas y otros trabajos que mediante su comerciali­zación le permite tener un ingreso fijo para su familia.

En 2015, 98 mil indígenas optaron por la vía laboral independie­nte, mientras que 4 mil 400 vieron en el sector artesanal una buena opción de negocio, de acuerdo con los datos de Inegi. Para Carlos, hijo de Juan, esta vía es una forma de reivindica­r las tradicione­s de sus padres y abuelos en los lugares urbanos como la ciudad, en donde cada vez se pone más de moda ciertos aspectos de la cultura indígena.

Pero en México existe un estigma y prejuicio de que los indígenas sólo son buenos para el trabajo artesanal. “La discrimina­ción es enorme cuando pensamos que los indígenas están hechos para ciertas cosas, porque vienen de la tierra y entonces tienen que quedarse en actividade­s que se han decretado para ellos”, dice la coordinado­ra de la Red Integra. “Lo que falta es revaloriza­r el trabajo. Entender que ser indígena no es condición de inferiorid­ad. Podemos laborar en un abanico de posibilida­des y sería más fácil si la sociedad no rechazara esta parte”, comenta Carlos, quien además tiene una licenciatu­ra en economía.

El panorama es crudo, pero realista. En el ámbito indígena existe una dualidad. Mientras por un lado se habla del aprecio por las tradicione­s y costumbres indígenas, se enaltecen productos como el mezcal y los bordados artesanale­s, en la otra cara de la moneda está la discrimina­ción, en la que la condición social, el color de piel, la lengua, el nivel académico o el simple hecho de ser indígena marcan la pauta del desempeño laboral y el trato que reciben los indígenas que llegan a la ciudad en busca de mejores oportunida­des.

“Cuando te vas metiendo en la sociedad, te das cuenta de que hay diferencia­s. A los mestizos les dan prioridad. Ganan más y hay mejor trato, mientras que a uno lo rechazan” JUAN MARTÍNEZ Indígena

“En México falta reconocer a los ingenieros, poetas y arquitecto­s que muchas veces no manifiesta­n, que son indígenas por miedo a que los hagan menos” JACQUELINE L’HOIST TAPIA Presidenta de Copred

 ??  ??
 ??  ?? Juan migró de Oaxaca a la Ciudad de México en busca de una mejor calidad de vida, pero la discrimina­ción hacia el sector indígena permeó desde un inicio su trato y aceptación en el mercado laboral.
Juan migró de Oaxaca a la Ciudad de México en busca de una mejor calidad de vida, pero la discrimina­ción hacia el sector indígena permeó desde un inicio su trato y aceptación en el mercado laboral.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico