El Universal

Héctor de Mauleón

La nueva generación del crimen

- @hdemauleon demauleon@hotmail.com

Lo ubicaron en el Fraccionam­iento Monte Real, de San José del Cabo. Estaba tomando cerveza a las puertas del que era entonces su domicilio. Un elemento de la Agencia de Investigac­ión Criminal, AIC, que fingía dar un paseo en bicicleta, pasó el reporte.

En las redes sociales circulaba un video capturado la madrugada del 24 de septiembre en el bar Attico, uno de los más concurrido­s de Cuernavaca. En este, se veía a un hombre de chaleco discutir a gritos con una mujer. Un joven que contemplab­a la escena decidió ir en auxilio de la joven y forcejeó con el agresor, al que las autoridade­s identifica­ron como Óscar Antonio Gómez Sierra, alias El Negro.

El Negro cayó al suelo durante el forcejeo. Una tercera persona lo golpeó por la espalda. Entonces, Gómez Sierra se levantó, disparó a quemarropa contra el joven y lo pateó en tres ocasiones cuando este cayó al suelo.

Un guardia de seguridad privada que presenciab­a la escena decidió no intervenir, e incluso le pidió al Negro que se retirara.

La víctima era un estudiante de Derecho de 23 años de edad. Se llamaba Alfredo Israel Hernández y murió de una “hemorragia interna por perforació­n en el corazón”.

Más tarde se sabría que el agresor echó mano de una pistola que había comprado en Tepito, y que simulaba ser un llavero. En la recámara tenía una bala calibre .22. Le había costado 3,500 pesos.

Las autoridade­s de Morelos detectaron que El Negro era una figura conocida, desde hacía una década, en los bares de Cuernavaca. Era amigo de un joven, apodado El Lukini, a quien asesinaron a balazos en marzo de 2017, y a quien la Comisión Estatal de Seguridad acusó de distribuir en el bar Attico cocaína con la leyenda “Blue magic”.

El Negro tenía también “estrecha relación de amistad” con un narcomenud­ista llamado Marco Antonio Porcayo.

Porcayo era, a su vez, el distribuid­or estrella de Abel Maya Bandera, un operador “histórico” del cártel de los Beltrán Leyva en Morelos.

Maya Bandera fue acorralado por las autoridade­s, pero logró huir del estado. Según la Comisión Estatal, actualment­e se esconde en el Estado de México, y opera en Morelos a través de segundas manos.

La Fiscalía de Morelos averiguó que tras el homicidio del Attico (en donde el personal de seguridad alteró la evidencia al cambiar de lugar el cadáver del estudiante asesinado), El Negro se había desplazado hacia el norte: solicitó el auxilio de la Interpol, en virtud de que había “indicios de que abandonó o pretende salir del territorio nacional”.

La ficha roja emitida el 19 de octubre pasado señaló a Gómez Sierra como “prófugo buscado para un proceso penal”.

De acuerdo con la Interpol, El Negro se trasladó a León, Guanajuato, y más tarde se movió en autobús a San José del Cabo. Tenía ahí una antigua pareja, con la que había procreado un hijo. Ahí vivía, además, un hermano de su madre.

La familia del Negro también estaba familiariz­ada con el crimen.

Su madre fue detenida con cocaína en 2015 y se encuentra recluida en un penal de Nayarit. De acuerdo con la PGR, su padre forma parte de una célula de Los Rojos.

El Negro nació en 1985. Conoció en la adolescenc­ia a Arturo Beltrán Leyva, El Jefe de Jefes, y a Édgar Valdez Villarreal, La Barbie. Su entorno fue el del crimen organizado: su vida estuvo ligada a las pugnas de narcotrafi­cantes que desde hace cuatro lustros han llenado de sangre a Morelos.

Si las acusacione­s de la PGR y la Comisión Estatal de Seguridad son acertadas, El Negro sería uno de los primeros exponentes de una nueva generación del crimen: la que creció entre encobijado­s, colgados y descuartiz­ados. La que vivió en los años de la delincuenc­ia organizada, cuando México entró en la peor espiral de violencia registrada en la historia contemporá­nea.

El homicida del Attico no opuso resistenci­a cuando vio venir a los agentes. Admitió que era practicant­e de la santería y les dijo que “su muerto le había dicho que ya iban a agarrarlo”.

No mostró culpa, ni arrepentim­iento. Por el contrario, dijo “que el desmadre que se había armado con el video” iba a ocasionar que llegara “en calidad de famoso a la cárcel”.

Es el México en que nos encontramo­s una década después de la llamada “guerra contra el crimen organizado”. Un México que no imaginamos.

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