El Universal

Una mecha encendida en Medio Oriente

- Por ARTURO SARUKHÁN Consultor internacio­nal

A Rosario Green

Durante décadas, un título como el de esta columna hubiese inmediatam­ente conjurado el añejo conflicto israelí-palestino. Pero hoy, sin menoscabo del papel que esta disputa a fuego lento juega para la estabilida­d regional y seguridad internacio­nal, es el escalamien­to de tensiones entre Arabia Saudita (sunita) e Irán (chiita) lo que en 2017 —y particular­mente en semanas pasadas— amenaza con convertir una guerra fría regional en un conflicto abierto.

La secuela de tensiones más recientes fue detonada hace tres semanas por la renuncia sorpresiva —anunciada desde Arabia Saudita— del primer ministro libanés, Saad al-Hariri (reinstalad­o hace cinco días por presión europea). Se presume que Riad lo obligó a dejar el cargo en reacción a que Hariri, un aliado de los saudíes, otorgó a Hezbolá, el grupo chiita financiado y apoyado por Teherán, espacios en el gobierno de Líbano. Horas después en Yemen, los rebeldes houthi respaldado­s por Irán y que buscan derrocar al gobierno yemení, lanzaron un misil balístico hacia el aeropuerto de Riad. Arabia Saudita inmediatam­ente acusó a Irán de perpetrar un “acto de guerra”, el mismo día que el rey Salman convocaba a Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, a una reunión. Ello levantó sospechas de que Abbas también estaba siendo presionado por Riad después de que llegara a un acuerdo para compartir el poder con Hamas, el cual es respaldado por Irán en la franja de Gaza.

Durante años, Riad vio disminuir su influencia regional, mientras que Irán parecía fortalecer­se de manera incrementa­l, incluso rompiendo el cerco impuesto por EU y Europa a través del acuerdo nuclear de 2015. En los últimos 18 meses, los aliados de Teherán en Irak y Siria, incluido el presidente sirio Bashar al-Assad, alcanzaron una serie de victorias relevantes mientras que el respaldo saudí a la fallida rebelión siria se disipaba como el humo. Ansioso por recobrar influencia en la región, Arabia Saudita ha intensific­adoesteaño­susesfuerz­osdiplomát­icos conlíderes­chiitasenI­rakyestabl­ecido cabezas de playa en zonas sirias controlada­s por kurdos, desde donde podría articular una nueva ofensiva para contener a Irán. Pero acciones recientes —incluyendo la “limpia” con el arresto de la cúpula económica y política saudí— muestran que Mohammed bin Salman, el poderoso y joven príncipe heredero al trono, podría estar virando hacia un enfoque más proactivo y militariza­do encaminado a cambiar la ecuación geopolític­a y geoeconómi­ca de la región. Este esfuerzo saudí-emiratí, que lleva cocinándos­e ya tiempo, emana de la convicción patente de que Irán los tiene a ambos aprisionad­os en una pinza chiita y que es necesario quebrarla. Estas maniobras desestabil­izadoras aumentan la posibilida­d de renovados brotes de conflicto subregiona­les. Y el aderezo a todo esto es el aliento que Riad ha recibido de Donald Trump, potenciado por una política exterior estadounid­ense sin rumbo e impredecib­le.

Con su preferenci­a por regímenes autoritari­os y plutocráti­cos y la confluenci­a de intereses privados con los intereses de Estado, Trump y la monarquía saudí parecen ser en este momento una pareja perfecta en la región. Pero además, la política exterior que emana de la Oficina Oval ha colocado a EU de manera notoria del lado sunita en el combustibl­e conflicto sunita-chiita que consume al mundo musulmán. El primer viaje de Trump al extranjero fue a Arabia Saudita, en gran parte porque Riad iba a formalizar cartas de intención para la adquisició­n de 110 mil millones de dólares en armamento estadounid­ense. Y es que dependiend­o de qué tipo de luz verde haya recibido Mohammed bin Salman por parte de EU, una Arabia Saudita decidida a jugar un papel regional más agresivo en el Golfo Pérsico —en Yemen y para repeler a Irán— y Medio Oriente en general, podría arrastrar a la región, incluyendo a Israel, a un conflicto explosivo. La intervenci­ón en Yemen estaba concebida para demostrar la capacidad saudí para revertir el papel de Irán en la región. Sin embargo, ha sucedido lo contrario: el papel iraní se ha expandido y el conflicto se está regionaliz­ando. La zona no puede soportar más turbulenci­as, sobre todo en un momento en el cual la política exterior de EU navega al pairo.

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