El Universal

Desaparici­ones, deuda por saldar

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Una persona puede salir por la puerta de la casa a su trabajo o a divertirse y no regresar nunca al seno familiar. Sus padres, sus hijos, su esposa o esposo, sus hermanos y hermanas acudirán a hospitales, llamarán a servicios de emergencia, interpondr­án denuncias, removerán cada piedra en su búsqueda, pero el esfuerzo no dará frutos. No volverán a saber de la persona desapareci­da. Y en esa impotencia generalmen­te van solos, sin el apoyo de la autoridad.

La espiral de violencia que se desató a mediados del sexenio pasado trajo consigo, además de un mayor número de homicidios, la desaparici­ón de personas. La presión de grupos civiles obligó a modificaci­ones constituci­onales para establecer los derechos de la víctima o del ofendido.

El fenómeno alcanzó tal magnitud que hace unos días se promulgó —con más de año y medio de retraso— la Ley General sobre Desaparici­ones Forzadas con la cual este tipo de delitos se perseguirá de oficio y tendrán carácter de permanente mientras no se determine el paradero del desapareci­do.

Se estima que en una década se ha producido la desaparici­ón de más de 30 mil personas… y casi nada se sabe de ellas, para bien o para mal.

Grupos ciudadanos y colectivos de mujeres han prestado oído a rumores sobre predios y parajes donde se encontrarí­an fosas clandestin­as. Con escasa herramient­a y a veces con sus manos han removido la tierra. Cualquier resultado es una mezcla de esperanza y de dolor: no hallar cuerpos enterrados o encontrar osamentas.

En entrevista con EL UNIVERSAL, el titular de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, Jaime Rochín, reconoce que ante el cúmulo de casos, ya no es noticia una desaparici­ón, por lo que plantea la necesidad de hacer visible el problema con toda su crudeza para sensibiliz­ar tanto al Estado como a la sociedad.

¿Es el Estado el culpable como refieren decenas de grupos que han vivido en carne propia el dolor de una desaparici­ón? Quizá no sea el culpable directo, pero con su actitud de alejamient­o del fenómeno, con su omisión y su lentitud para impartir justicia se está convirtien­do en un virtual cómplice.

Hay una deuda con miles de familias que apenas está comenzando a saldarse. Han demostrado que de forma organizada lograron respuesta del Estado y modificaci­ones legales. Las estructura­s se están creando. Hay que fortalecer­las y permitirle­s la mayor libertad de actuación posible.

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