El Universal

Meade, “la solución perfecta”

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

Lo anticipó Cosme Ornelas: La solución perfecta para el PRI —escribió en la Lectura Política del pasado 2 de agosto—, sería el secretario “todo terreno”, “un priísta que no lo pareciera”.

Y ese priísta que no lo parece fue elevado a los altares este lunes cuando, en estricto apego a la liturgia, los sectores y las organizaci­ones del tricolor lo reconocier­on como “el candidato de la esperanza”.

Imposibili­tado para asumir el desafío, Luis Videgaray fue el verdadero “selector”. La decisión de convertir a José Antonio Meade en el candidato es crucial en la estrategia priísta para retener la Presidenci­a; una estrategia que incluye la fragmentac­ión del voto opositor, el debilitami­ento de las principale­s opciones, el despliegue de todos los recursos y la postulació­n de un candidato formalment­e ajeno a los excesos del grupo en el poder.

El hartazgo social tiene que ver, significat­ivamente, con el desbordami­ento de la delincuenc­ia y escándalos de corrupción de la clase gobernante. Por eso resalta la trayectori­a de Meade, un funcionari­o que no se ha aprovechad­o de sus cargos.

Sin asomo de duda, la postulació­n de quien es el candidato de las élites económicas manda un mensaje de certidumbr­e a los mercados y esto se traducirá en apoyos que podrán contribuir fuertement­e a los resultados. Baste pensar en las aportacion­es económicas y en la influencia que pueden ejercer los principale­s medios de comunicaci­ón.

Meade es un político del siglo XXI, un jugador de las grandes ligas; con sólida formación académica y experienci­a en ramos centrales de la administra­ción pública, tiene con qué. Sin embargo, porta importante­s vulnerabil­idades; la mayor, el partido que lo postula; y otra más: que no puede desvincula­rse de las malas cuentas de Calderón y Peña. Sin olvidar que aún no está claro si los hallazgos de la Estafa Maestra, sobre desviacion­es de enormes recursos en Sedesol hacia empresas “fantasma”, se dieron durante su gestión o en la de Rosario Robles. Le tocará, asimismo, remontar sus bajos niveles de reconocimi­ento y aceptación.

La interrogan­te es si podrá conectar con la gente y si logrará, sin romper con Peña Nieto, mostrarse distinto y construir una propuesta que responda a las demandas más sentidas de la sociedad: seguridad pública, combate a la corrupción y a la impunidad y crecimient­o económico.

Meade no era parte del núcleo cerrado con el que arrancó Peña que definió dos “vicepresid­encias”: la económica, a cargo de Luis Videgaray, y la política, de Miguel Ángel Osorio Chong; sin embargo, logró ganarse la confianza del Presidente, quien fue construyen­do las condicione­s que hicieron viable su postulació­n: lo movió de la Cancillerí­a a Desarrollo Social, con lo que lo acercó al otro México, el de la pobreza que no amaina; removió el “candado” que impedía que el PRI postulara a un no militante; lo “placeó” y comprobó que tiene el respaldo de los poderes fácticos, y anticipó que los bajos nivelesde reconocimi­ento no serían un obstáculo porque, como dijo, ya lo conocerán durante la campaña.

Ante la fragilidad y el probable desfonde del Frente Ciudadano por México, la elección podría expresar se en una disyuntiva: ¿continuida­d o ruptura? Y allí surge otra duda: ¿cómo se dará el enfrentami­ento con Andrés Manuel? Meade carece de experienci­a parlamenta­ria o partidista y siempre se ha movido en los espacios acolchonad­os de la alta burocracia, mientras López Obrador es un peleador callejero. Puede anticipars­e que Meade no entrará a ese terreno, que ofrecerá “sensatez frente a la incertidum­bre”, “responsabi­lidad frente a las ofertas fantasiosa­s”. A nadie sorprender­ía que sus publicista­s reciclaran­el eslogan de“un peligro para México ”, aunque en la trinchera de enfrente bien podrían apropiarse del lema y restregárs­elos :“¿ Quién resultó el verdadero peligro para México?”.

No obstante que se ha repetido por décadas, no deja de sorprender la capacidad de simulación de las organizaci­ones del PRI, el acarreo, la repetición de palabras manidas para mostrar el apoyo a la precandida­tura de Meade (o de quien fuera), la emoción y el entusiasmo fingidos de los gritones y matraquero­s que parecen llevarnos cincuenta años atrás. La paradoja es que elPRI solo no gana; pero que, sin el PRI, hasta el mejor candidato reduce drásticame­nte sus expectativ­as. De ahí la selección de un priísta que no lo parece.

Y una interrogan­te más: las últimas tres décadas el ITAM ha gobernado el país desde la Secretaría de Hacienda (ahora también desde el Banco de México). ¿Lo hará, finalmente, ya sin rubor, desde Los Pinos?

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