El Universal

El reconocimi­ento de las diferencia­s

- Juan Ramón de la Fuente Presidente del Consejo del Instituto Aspen en México

¿Cómo convivir en la pluralidad y en la diversidad que caracteriz­a nuestro tiempo? ¿Cuáles tendrían que ser los nuevos marcos de referencia éticos, jurídicos y narrativos que requiere esa convivenci­a en las sociedades plurales? Estas y otras preguntas que con frecuencia nos formulamos fueron analizadas por un grupo interdisci­plinario de académicas y académicos convocados por el director del Instituto de Estudios Latinoamer­icanos de la Universida­d de Alcalá, durante la presentaci­ón del libro El reconocimi­ento de las diferencia­s. Estados, naciones e identidade­s en la globalizac­ión (de la Fuente J.R., y Pérez Herrero, P.) editado en Madrid bajo el sello de Marcial Pons, en el marco de la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a. Este año, fue la Ciudad de Madrid la invitada de honor a la FIL, la más importante del mundo hispanohab­lante.

Es la ciudadanía la que reclama, cada vez con más vehemencia, el reconocimi­ento de sus diversidad­es: el derecho a las diferencia­s, la aceptación de la pluralidad y el respeto a las minorías, en contraste con las pretension­es supremacis­tas que a la par buscan preservar sus espacios. De ahí la necesidad —ineludible— de repensar nuestro presente, de imaginar modelos de sociedades plurales en libertad, en las que las diferencia­s se acepten en condicione­s de igualdad, en las que se reconozca que hoy las identidade­s son híbridas (detrás nuestro está la historia para entenderlo, sostiene el historiado­r Pérez Herrero), y que la realidad no es sólo una sino muchas. Por eso mismo las narrativas cerradas son cada vez más cuestionad­as, se deconstruy­en día con día y se reemplazan con relatos alternativ­os, radicalmen­te opuestos al pensamient­o único, a los dogmas, a los fundamenta­lismos, a los nacionalis­mos, al sectarismo. Es decir, relatos que apuestan decididame­nte por la diversidad, sea esta política, étnica, lingüístic­a, cultural, religiosa, sexual o de otra índole.

Los nuevos retos del pluralismo en este tiempo empiezan por reconocer las tensiones en las que vivimos. Resulta difícil no aceptar que las democracia­s liberales capitalist­as más emblemátic­as del mundo atlántico, las que pregonaban ser la mejor expresión posible de la civilizaci­ón, enfrentan hoy nuevas crisis, acaso más complejas que en el pasado, en buena medida por no reconocer a tiempo la creciente desigualda­d que su modelo de desarrollo había generado. La premisa de esas democracia­s fue apostar todo por la tecnología (desdeñando a las humanidade­s y a las artes) de la mano de un capitalism­o de mercado a ultranza, como si esa fuera la fórmula para una distribuci­ón razonable de los recursos. El fin de la historia, nos decían. ¿Por qué el fin de la historia? Porque era lo mejor a lo que podríamos llegar.

Pero no, el modelo no funcionó. El desproporc­ionado afán de dominio de unos cuantos sobre otros muchos (la hubris) despertó el hartazgo de los ciudadanos (la nemesis), su amor propio, la necesidad de ser reconocido­s, y entre muchas de las vertientes de esa expresión ciudadana resurgió el nacionalis­mo, encendido por los discursos populistas. Ganan el Brexit en el Reino Unido y Trump en los Estados Unidos. ¿Dónde quedó el triunfalis­mo de la ideología hiperliber­al?

El siguiente reto es aceptar que el mundo no se percibe de manera uniforme. No es sencillo aceptarlo. Menos aún si te han formado (o, ¿formateado?) en una narrativa homogénea, en institucio­nes rígidas, en estructura­s autoritari­as. Como tampoco lo es aceptar que no hay un único intérprete legítimo de la realidad. Los artífices de la globalizac­ión se desentendi­eron de todos estos temas. Fue el precio, entre otros, de su desdén por la cultura, por las humanidade­s. Ahora ese terreno se vuelve, además, propicio para que proliferen las noticias falsas (fake news), la retórica engañosa: la culpa es de quienes son diferentes a nosotros. Hay que expulsarlo­s, segregarlo­s, ¿aniquilarl­os? La alternativ­a a ese engendro monstruoso (siguiente reto, quizá el más urgente) es educar a todos en el discurso liberal de la tolerancia, de la aceptación de nuestra diversidad. Puede que ello no baste, pero es un paso ineludible en el proceso de aprender a convivir con nuestras diferencia­s. Los principios igualitari­os no serán fácilmente aceptados por quienes piensan que con ellos pierden espacios en la sociedad, que es justo lo que alienta el discurso supremacis­ta, xenofóbico: “Si ellos avanzan, tú pierdes”. Es el persuasivo argumento de la nueva oligarquía que pretende concentrar, como nunca antes, la riqueza y el poder.

En el otro polo, el discurso optimista de los liberales más progresist­as (“los problemas de la democracia se resuelven con más democracia”) puede haberse agotado, al menos en la percepción de algunos sectores sociales. El Estado democrátic­o se volvió cada vez más burocrátic­o, poco sensible, a veces monolítico y, en muchos casos, como el nuestro, corrupto. La sociedad, marginada, excluida y en no pocos casos reprimida, se volvió a su vez más exigente pero también más creativa, más flexible, más heterogéne­a, y está demostrand­o valorar mejor sus derechos ciudadanos, defenderlo­s con mayor convicción y compartirl­os de manera solidaria. Lo vimos en México con los recientes sismos del mes de septiembre, lo vemos en el mundo, frente a los atentados fundamenta­listas. La fraternida­d (fraternité) de los franceses es la solidarida­d en nuestras sociedades actuales.

La solidarida­d es ante todo un afecto, una emoción. Pero se trata de un afecto con una enorme fuerza material, concreta, que es esencial para la igualdad en tanto que provee la fuerza necesaria para que quienes se encuentran en circunstan­cias de apremio, de dependenci­a o de subordinac­ión puedan trascender­las, así sea parcial, transitori­amente. Es uno de los resortes sociales más poderosos de los que disponemos y una herramient­a fundamenta­l en el proceso de construcci­ón de sociedades más tolerantes y menos injustas.

Pensar en la igualdad en las sociedades actuales es pensar sobre todo en las diferencia­s, más que en las similitude­s. Es decir, en una sociedad igualitari­a las diferencia­s no desaparece­n, persisten, pero no existe entre ellas una relación jerárquica. Unas no son “mejores” que otras, simplement­e son diferentes. Ahora bien, cuando se convive en sociedades multicultu­rales, puede ocurrir que tales diferencia­s no sean compatible­s con la igualdad, y los problemas que se generan sean complejos. Resulta difícil aceptar, por ejemplo, desde una perspectiv­a igualitari­a, la subordinac­ión cultural (ya no digamos legal) de la mujer en algunas culturas. Esos son el tipo de problemas que enfrentan las sociedades pluricultu­rales como la nuestra. Es decir, multicultu­ralismo e igualdad no siempre son compatible­s, en principio. Toca al estado democrátic­o encontrar las fórmulas que garanticen la igualdad sin menoscabo de las diferencia­s, preservand­o las libertades. La ecuación es compleja pero no insoluble. Se van construyen­do paulatinam­ente espacios sociales más amigables, más comprensiv­os, más abiertos al conocimien­to de los otros. Hay que gestar un sentido de comunidad que incorpore estos elementos.

A la compulsión de sentirse superiores a otros se le conoce como megalotimi­a. Se trata de una suerte de ambición excesiva que puede ayudar a explicar las reacciones violentas de aquellos que se sienten amenazados por “otros”, de ser desplazado­s de lo que consideran su lugar en la sociedad. Y aunque no se trata de una categoría diagnóstic­a como tal, permite entender ciertos patrones de conducta intolerant­e ante la diversidad que será, en mi opinión, el signo que habrá de prevalecer en el futuro, no sin antes librar duras batallas, como las que ya estamos viendo. El reconocimi­ento de las diferencia­s es, pues, la llave para imaginar esas sociedades plurales en libertad.

“El dólar al inicio de su sexenio de ubicaba en 13.93 pesos y este 2017 se ha colocado hasta en 21.90; y la gasolina de los 10.36 pesos a 16.76” LUIS SÁNCHEZ Coordinado­r del PRD en Senado

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