El Universal

Farol de los candidatos, oscuridad de la casa

- Por MAURICIO MERINO Investigad­or del CIDE

No hay duda sobre la enorme importanci­a que tiene la designació­n de los candidatos a la Presidenci­a de la República. Conocer la lista definitiva de quienes podrían ocupar el Poder Ejecutivo en el siguiente sexenio es, a todas luces, interesant­e. Pero de ahí a convertirl­o en el asunto fundamenta­l de la agenda pública nacional hay un abismo que responde, en parte, a la patología presidenci­alista en la que vivimos y, en parte, a las estrategia­s de nuestra clase política.

Ahora mismo hay temas de la mayor gravedad para la vida de México, que se están dirimiendo como si fueran de menor importanci­a que las trayectori­as, los antecedent­es o las familias de los candidatos. Algunas de las decisiones que se están tomando y se tomarán en los siguientes días, podrían marcar el destino del país. Ahora mismo se está dirimiendo la versión final de la Ley de Seguridad Interior, que no sólo determinar­á la forma en que habrá de enfrentars­e al crimen (organizado y callejero) en los próximos años, sino la protección de los derechos humanos en su conjunto.

Y antes de que concluya este año, por otra parte, la Cámara de Diputados deberá designar al nuevo auditor superior de la Federación, que será nombrado por un periodo de ocho años y cuya actuación puede influir de manera decisiva en el curso que tomarán los sistemas de fiscalizac­ión, de transparen­cia y de combate a la corrupción. Y, mientras eso sucede, los senadores siguen deliberand­o sobre el futuro de la institució­n que tendrá el monopolio de la acción penal a partir del 2018 —la Fiscalía General de la República—, que no sólo está descabezad­a sino con vacantes en las dos fiscalías más influyente­s para la contienda electoral venidera. Y, de paso, los legislador­es todavía no se ponen de

Nuestras patologías sexenales son mucho más poderosas y convenient­es para distraer a la sociedad con el juego de la sucesión

acuerdo en la designació­n de los magistrado­s que resolverán, con plena autonomía, el destino de las denuncias administra­tivas por corrupción.

Sea quien sea el próximo Presidente de la República, dos de los asuntos de mayor importanci­a para la agenda pública del país —la insegurida­d y la corrupción— estarán tomando cursos de acción que rebasarán con creces los límites de este sexenio y que, en este momento, tendrían que estar en el centro de los debates públicos. Lo que sucederá en esos ámbitos hacia las navidades de 2017 acabará marcando, insisto, la agenda pública de la próxima década. Pero nuestras patologías sexenales son mucho más poderosas y más convenient­es, de paso, para distraer a la sociedad con el juego de la sucesión.

Se trata de una contradicc­ión que desafía nuestra inteligenc­ia: durante años, hemos intentado construir institucio­nes democrátic­as capaces de contrapesa­r el poder presidenci­al. El régimen de partidos que emergió de nuestra transición de finales del Siglo XX se construyó sobre la base de ese supuesto y, desde entonces, cada una de las iniciativa­s que han llevado a la creación de nuevos órganos autónomos del Estado han estado animadas por el propósito explícito de acotar los excesos cometidos por nuestros presidente­s de la República. Sin embargo, al llegar el final de cada sexenio volvemos a la locura de suponer que el nuevo ciclo producirá el milagro de corregir todos los males, siempre que el vencedor responda a nuestras expectativ­as.

Desde luego que la sucesión presidenci­al sigue siendo fundamenta­l para la vida política del país. Pero de ninguna manera tiene el mismo peso que cobró en el siglo pasado. En cambio, las decisiones que se están tomando en el Congreso pueden atar de manos al próximo Presidente de la República o, eventualme­nte, otorgarle poderes no escritos que nos devolvería­n a los peores momentos autoritari­os que creíamos ya superados. Mientras nos distraemos con las candidatur­as, las decisiones fundamenta­les pasan inadvertid­as. Mala señal para el futuro inmediato.

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