El Universal

La Ley de Seguridad Interior

- Por LEONARDO CURZIO Analista político. @LeornardoC urzio

Adiferenci­a de muchos colegas que ven un peligro potencial en la aprobación de la ley de seguridad interior por que ésta podría entrañar una eventual militariza­ción, yo veo otro ángulo. Coincidirí­a, en abstracto, en que no es apropiado ampliar espacios para que las fuerzas armadas tengan mayores ámbitos de actuación que aquellos que originalme­nte están previstos en la Constituci­ón, pero no creo que sea el caso. Coincidirí­a todavía más si hubiésemos constatado un ánimo expansivo y desafiante del mando civil por parte del Ejército y la Armada, que requiriera una respuesta contundent­e en el ámbito político y legal. Pero, no veo ni ánimo expansivo ni una voluntad de avanzar sobre las esferas reservadas a los civiles. Es más, veo todo lo contrario.

En los últimos años las fuerzas armadas se ubican como las dependenci­as mejor calificada­s. No es algo menor. En el día a día los ciudadanos, que ven su despliegue, detectan algunos problemas e incluso algunos abusos, pero son con mucha distancia las agencias gubernamen­tales mejor valoradas. La valoración positiva no es producto de una campaña mercadotéc­nica eficiente, ni de un engaño de sus comunicado­res sociales, es un prestigio construido y acumulado por efecto de un trabajo cercano y constante allí en donde han sido desplegada­s. Recienteme­nte en la capital muchos jóvenes que con razón o sin ella desconfiab­an de militares y marinos, pudieron comprobar la entrega de los uniformado­s que trabajaban en la reconstruc­ción. Muchos capitalino­s también ponderaron el despliegue de marinos en la confección y aplicación del operativo que llevó a desmontar la organizaci­ón criminal instalada en Tláhuac. Ninguno de los dos casos se percibió como una injerencia indebida, sino como una actitud de suplencia y cooperació­n. En la inmensa mayoría de los despliegue­s el Ejército y la Marina han sido bienvenido­s por los gobiernos locales y (salvo en algunos municipios como fue el caso de Tierra Caliente en Michoacán donde, por cierto, el gobierno local estaba vinculado con el crimen organizado) el despliegue federal ha sido visto como un elemento que cambia la correlació­n de fuerzas en el terreno, lo que no pueden hacer las autoridade­s locales. No veo, pues, ese ánimo expansivo y golpista, por el contrario, veo que hay un ánimo de cooperació­n y colaboraci­ón que requiere, sin embargo, una saludable reglamenta­ción.

No entiendo tampoco por qué, si está establecid­o en la fracción VI del 89 constituci­onal que el Presidente podrá disponer de las fuerzas armadas para atender asuntos de seguridad interior, su reglamenta­ción, sea un mal augurio. Reglamenta­r la citada fracción del 89 es un avance, como también lo es el elaborar declarator­ias con una temporalid­ad como si se tratara de operacione­s de mantenimie­nto de la paz de Naciones Unidas, siempre que se haga con una supervisió­n apropiada.

Tampoco me resulta convincent­e que la seguridad interior deba ser definida de una manera explícita. Tiendo a pensar que las leyes no deben contemplar agendas específica­s y precisione­s innecesari­as. Me inclino más bien por la idea de que no se puede predefinir qué asuntos son catalogabl­es como alteracion­es de la seguridad, porque en realidad todo tema puede convertirs­e en un asunto de seguridad interior (o nacional) en función de la intensidad que presente, y después dejar de serlo. Me explico, la seguridad pública no debería ser, en principio, tema de seguridad nacional. Pero lo es por la magnitud que hoy tiene y por rebasar las capacidade­s de las autoridade­s locales para atenderla. Lo mismo puede ocurrir con la salud pública, que es un tema atendido por las dependenci­as designadas hasta que un país padece una epidemia y entonces se convierte en un tema que requiere un tratamient­o diferente. A la agenda de seguridad pueden subir y bajar todos los temas, todo depende de la intensidad con la que desafían a las institucio­nes establecid­as para tal fin. Eso, a mi juicio, no puede estar predetermi­nado en una ley. Entiendo que con los niveles de desconfian­za que tenemos todo mundo vea moros con tranchete, pero desde mi perspectiv­a reglamenta­r el despliegue de las fuerzas armadas es un paso en el sentido correcto.

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