El Universal

Del lobo al perro

El poderoso vínculo que los humanos tienen con los perros trasciende una moda, es una relación que empezó con el hombre prehistóri­co y el lobo salvaje

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Hace 8 mil años inició la domesticac­ión del mejor amigo del hombre.

Tiene casi un año de edad y decenas de juguetes con los que se entretiene e incluso guarda con recelo en un rincón de la habitación. Está inscrito en una guardería, pero cuando no hay nadie con él en casa es vigilado a través de una cámara, mientras una máquina que lo surte de croquetas se encarga de alimentarl­o según la programaci­ón de su dueño. Las visitas al parque cercano y los juegos recompensa­n el día del pequeño Ruffo.

Su adopción no fue sencilla, pero la perseveran­cia de su amo hizo que finalmente esta cruza de cocker spaniel y poodle llegara a su nuevo hogar. Había varios candidatos para adoptarlo, pero su antigua dueña se decidió por el profesor universita­rio que tuvo que dejar su ciudad y familia por una nueva oferta laboral. Necesitaba un acompañant­e y el perro lo ayudó en el proceso de adaptación a su nueva vida.

El vínculo de los humanos con estos animales se remonta a miles de años atrás, al momento en el que el hombre prehistóri­co y el lobo salvaje entraron en contacto e intercambi­aron herramient­as de superviven­cia. En la antigüedad no había hoteles-spa para perros, ni servicios de estética especializ­ados como los que Ruffo acostumbra, pero a lo largo de las diferentes épocas en las que ha acompañado al hombre, el perro ha recibido una serie de dádivas (con todo tipo de extravagan­cias incluidas) a cambio de sus servicios, de los cuales probableme­nte el más preciado es su simple compañía, la que muchas culturas aspiran a tener incluso después de la muerte.

Uno de los más claros ejemplos de esta longeva devoción se encuentra en Egipto, donde especialis­tas del Centro de Egiptologí­a de la Universida­d de Manchester registran alrededor de 70 millones de animales momificado­s en los descubrimi­entos hechos durante los siglos XIX y XX; la mayoría de estos ejemplares eran perros. Es así que desde la composició­n de su ADN hasta el legado de sus tumbas, los canes han sido uno de los temas favoritos de la ciencia.

La domesticac­ión

La historia de la domesticac­ión de los perros ha sido estudiada bajo diferentes trincheras. Un reciente descubrimi­ento sacado a la luz por la revista Science acomoda varias piezas del rompecabez­as de un solo golpe. Resulta que un acantilado del desierto árabe fue encontrada una piedra con un grabado que retrata a un cazador armado con arco y flecha, y rodeado por una docena de perros ayudándole en la faena. Lo que sorprendió a los investigad­ores es que dos de los animales llevan correas. La imagen sugiere que el humano domesticó perros antes de lo que pensaba, pues las imágenes relacionad­as más antiguas datan de hace cuatro mil años, precisamen­te en el antiguo Egipto.

Estos grabados encontrado­s en una zona conocida como Shuwaymis, una región montañosa al noroeste de Arabia Saudita, revelan que probableme­nte estos trazos se hayan realizado hace ocho mil años. El estudio proviene de los esfuerzos de investigad­ores del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana en Jena, Alemania; en colaboraci­ón con la Comisión Saudí para el Turismo.

Este grabado forma parte de una colección de mil 400 piezas de arte rupestre entre las que se pueden apreciar las imágenes de siete mil animales. Aunque se sospecha que la domesticac­ión de los perros ocurrió en realidad hace más de quince mil años, no había, hasta ahora, imágenes tan contundent­es que demostrara­n el control sobre los animales que evidencian las correas que ataban el cuello del animal con la cintura del hombre. Aunque los científico­s todavía requieren hacer más pruebas sobre la edad del objeto y el significad­o de las líneas que parecen correas (que incluso podrían ser sólo manifestac­iones simbólicas del vínculo perro-hombre), esta es una prometedor­a pista para indagar más sobre esta histórica relación.

Hace dos años, una investigac­ión liderada por la Universida­d de Cornell (EU) concluía que los perros fueron domesticad­os por primera vez en el territorio donde se encuentran en la actualidad Nepal y Mongolia. Un poco antes del estudio genético, que incluía a 185 mil 800 marcadores genéticos de más de cinco mil perros y que favorecía a Asía como el epicentro de domesticac­ión de los perros, otra investigac­ión publicada también en Science proclamaba a Europa, como el epicentro de la domesticac­ión del can. Actualment­e son aceptadas ambas teorías que proponen que estos dos continente­s vieron surgir y evoluciona­r, con diferentes ritmos, a los cánidos que gradualmen­te fueron llegando a todo el mundo.

Genio y figura

Un estudio de la Universida­d Duke, en Durham, Carolina del Norte señalaba hace poco que algo que perdió el perro con la domesticac­ión fue la habilidad para trabajar en equipo o cuando menos no la mantienen al nivel de los lobos. Sin embargo, otro estudio de la misma universida­d (La oxitocina en la coevolució­n de los lazos humano-perro) señalaba que la cercanía con los humanos ha propiciado otras cosas interesant­es, como el desarrollo de vínculos afectivos que claramente se reflejan en la respuesta química del organismo, tanto de animales como humanos. La oxitocina, la sustancia que también actúa como neurotrans­misor en el cerebro de los seres vivos y a la que se le atribuye una función importante desencaden­ando sensacione­s de placer, es capaz de estrechar vínculos afectivos no sólo entre miembros de una misma especie, sino también entre los de diferentes especies. De hecho, de aquí parten precisamen­te los beneficios de las terapias con perros en personas con autismo o estrés postraumát­ico.

Para los especialis­tas esta reacción química también pesa a la hora de explicar los lazos afectivos tan poderosos que se crean entre animal y humano, en muchos casos casi al nivel de padres-hijos, sin olvidar, claro está, otras condiciona­ntes de la vida moderna que han propiciado esta cercanía en ciertos grupos sociales, como la

postergaci­ón de los embarazos en los individuos de mayor capacidad económica y cultural.

Por otra parte, para investigad­ores de la Universida­d de Princeton, estos vínculos no se estrecharo­n sólo con la simple cercanía entre humanos y animales. En el estudio Variantes estructura­les en los genes asociados con el síndrome de Williams-Beuren humano que subyacen en el estereotip­o de hypersocia­bilidad en perros

domésticos se sostiene que la condición de “hipersocia­bilidad” que favoreció la domesticac­ión del perro, fue en realidad una alteración genética que se activó en algún momento durante la transición de lobo a perro.

Básicament­e lo que postula el estudio publicado hace unos meses es que los perros tienen esta “sobredosis” afectiva porque comparten la base genética de una enfermedad en los humanos, conocida como el síndrome de Williams-Beuren. Los síntomas caracterís­ticos de esta mutación son definidos como una sociabilid­ad intensa e indiscrimi­nada.

Aunque la la domesticac­ión de estos animales pudo empezar paralelame­nte en Europa y Asia hace más de 15 mil años, 80% de las razas de los perros conocidas han evoluciona­do desde hace unos cientos de años. Los perros del mundo se agrupan hoy en cuatro grupos: del I al IV según sus variacione­s genéticas. Del último grupo derivaron los perros pelones que surgieron nativos de América, como el Xoloitzcui­ntle.

Sumando y restando genes, se calcula que hoy podría haber por el mundo alrededor de 500 millones de perros, algunos convertido­s en “perrhijos” y generando una industria de millones de dólares en todo el mundo.

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