El Universal

VILLA EN LA SILLA PRESIDENCI­AL

El 6 de diciembre de 1914 dos sucesos marcaron la capital: los ejércitos del Sur y del Norte desfilaron juntos por vez primera y un revolucion­ario ocupó el asiento presidenci­al

- XOCHIKETZA­LLI ROSAS Lee el texto completo en la web. www.eluniversa­l.com.mx

Mochilazo en el tiempo te lleva al día en que Villa y Zapata se encontraro­n en la Ciudad de México.

Fue un domingo. Ese 6 de diciembre de 1914 todos los balcones y edificios públicos de la Ciudad de México se vistieron con banderas nacionales y en la avenida Juárez se colocaron hileras de sillas, que ocuparían los mirones que presenciar­ían el desfile de 50 mil hombres armados: los ejércitos de la División del Norte y del Sur por vez primera por las calles de la capital.

Ese día ocurrió el instante que el fotógrafo Agustín Víctor Casasola inmortaliz­ó: Francisco Villa sentado en la silla presidenci­al en Palacio Nacional, rodeado de otros revolucion­arios, incluido Emiliano Zapata a su izquierda (quien nunca soltó su puro). Pancho Villa ocupó el asiento símbolo del poder de Porfirio Díaz.

Minutos antes del retrato, los dos revolucion­arios habían insistido en que fuera el otro quien tomara asiento en tan simbólica butaca. Fue la perseveran­cia de Zapata la que consiguió que fuera Villa el ganón.

Esa silla era tan importante que, de acuerdo con las crónicas de la época, el hermano de Zapata, Eufemio, anduvo buscandola para quemarla por considerar­la un objeto mágico cuyo maleficio cesaría en cuanto fuese destruida. Como no la encontró, la silla no sufrió daños.

Ese día, Francisco Villa ostentaba su uniforme de general. Emiliano Zapata lucía un traje de charro, con una chaquetita de gamuza color beige, con bordados de oro mate y una águila sobre la espalda; el pantalón era negro y ceñido, con botonadura de plata y un amplio sombrero en la cabeza.

De acuerdo con la crónica del diario The Mexican Herald, los generales entraron a Palacio Nacional por la puerta central a las 12:20 y se dirigieron a la habitación donde el presidente provisiona­l Eulalio Gutiérrez los esperaba. Después los tres apareciero­n en uno de los balcones para la revisión de las tropas.

Hacia las cuatro de la tarde, todos pasaron al comedor de Palacio, donde degustaron un lunch. El mismo Agustín Casasola relató que los fotógrafos no tenían reposo entre las impresione­s de sus placas, que en un momento Villa se dirigió a él y le dijo: “Conque han trabajo mucho, ¿no?... Pues a ver sino cai una nubecita de fotógrafos”. De inmediato todos se retiraron del comedor de Palacio.

Su primer encuentro. A finales de noviembre de 1914, las fuerzas zapatistas entraron a la capital y se instalaron en Oztotepec y Milpa Alta; Zapata se hospedó en un hotel por la estación del ferrocarri­l de San Lázaro, mientras que las tropas de Villa llegaron en ferrocarri­l a Tacuba.

Villa y Zapata se miraron las caras por vez primera en Xochimilco el 4 de diciembre. Los dos generales tuvieron un almuerzo típico: mole con guajolote, tamales y frijoles con epazote. La primera charla en vivo quedó redactada en taquigrafí­a.

“Pues, hombre, hasta que me vine a encontra r con los verdaderos hombres del pueblo”, le dijo Villa a Zapata. “Celebro que me haya encontrado con un hombre que de veras sabe luchar”le respondió. Dos días después, encabezarí­an el desfile militar más grande de la historia de la ciudad.

Ese 6 de diciembre, la División del Norte salió desde Tacuba rumbo a la Calzada de la Verónica (hoy Circuito Interior). El Ejército del Sur partió de San Ángel, Tlalpan y San Lázaro. La columna de armados se conformó de la caballería del Sur, seguidos por los llamados Dorados de Villa (su guardia personal) y el resto de sus ejércitos.

A las 10 de la mañana, los dos ejércitos iniciaron su entrada triunfal a la Ciudad de México por la avenida Tlacopan (hoy México-Tacuba y Puente de Alvarado). Para las 11:30 la ansiedad de la gente en las calles era tal que se apretujaba­n a lo largo de las avenidas Juárez y San Francisco (hoy Madero); “los cuerpos se agrupaban unos sobre otros, los ojos se dirigian anhelantes hacia donde enfilaba la vanguardia de la poderosa columna de hombres armados al frente de sus aguerridos jefes, los generales Francisco Villa y Emiliano Zapata”, refirió la crónica del Correo Español.

Al paso del ejército, la muchedumbr­e se deshizo en vítores y palmas. En los balcones y azoteas las damas les regalaban su sonrisa. Sonaron clarines militares. El desfile a través de la capital duró cinco horas y todas las fuerzas se dirigieron a la Plaza de Armas. Los hombres provenient­es del norte y el del sur marcharon juntos. Los zapatistas con calzones y los típicos sombreros largos; los villistas en caqui y con sombreros de paja. El presidente provisiona­l, Eulalio Gutiérrez, desde el balcón principal de Palacio presenció la llegada de las tropas. Se dijo que había más de 15 mil personas. Cayó la noche y todavía había gran aglomeraci­ón de gente. Nadie esperaría que al año siguiente los dos revolucion­arios se hallarían fugitivos, forzados a volver a la lucha.

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Francisco Villa y Emiliano Zapata al frente de los ejércitos del norte y del sur desfilando por el Paseo de la Reforma.
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Francisco Villa sentado en la silla presidenci­al, a su lado Emiliano Zapata.

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