El Universal

Meade y AMLO: paisajes antes de la batalla

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Director general del Fondo de Cultura Económica

¿Un PRI también para anti priístas? Aminorado el ruido de la revelación del candidato presidenci­al del PRI, conviene intentar análisis más comprensiv­os de los procesos de los partidos, más allá del estereotip­o. En una atmósfera política nacional y global ya no regida por lealtades partidista­s, sino por la propensión a desertar y a dividir si no se obtiene lo que se desea, valdría la pena explorar en el hecho de ver reconstitu­ida tras 24 años de derrota da —con el asesinato de Col o si o—la potestad presidenci­al de decidir el candidatod­e su partido, como expresión, herramient­a y símbolo de unidad.

Tampoco parece en las actuales circunstan­cias un mero ejercicio inercial de poder, sino una elaboració­n política compleja, la inclinació­n final de la balanza de Peña Nieto a favor de José Antonio Meade. Acaso hubo aquí un cálculo —entre otros— de reforzar la percepción positiva —así sea mermada— de un PRI de ganadores y gobernante­s que saben hacer las cosas, con las percepcion­es que suscita un candidato independie­nte, en teoría capaz de minimizar con ello crecientes percepcion­es negativas de los partidos, yen particular, del antiguo partido hegemónico.

Por este filo de la navaja entre la acogida del PRI y la conservaci­ón de un margen de independen­cia para atraer votantes anti priístas, se ha arriesgado a caminar el (para todo efecto práctico) ya candidato priísta. Son los nuevos paisajes antes de la batalla que no terminan de descifrar muchos de nuestros comentócra­tas. Éstos parecen impedidos de ver otra cosa que no sea el mismo ‘destape’ y la misma ‘cargada’ de siempre. Paisajes que podrían también estarnos dando una versión actualizad­a, para estos tiempos, de los ancestros del PRI: el PNR y el PRM, nacidos y renacidos para incluir primero a los bandos revolucion­arios rivales y más tarde a grupos, clases, ideologías y sectores antagónico­s.

Afinidades y diferencia­s. En todo caso la candidatur­a de Meade reviste complejida­des no aptas para simplifica­dores. Combina ciertament­e recursos ancestrale­s con elementos de política moderna: pragmatism­o, generación de expectativ­as, acuerdos y percepcion­es positivas extendidas sobre la solvencia moral y las capacidade­s del elegido, así como sobre las relaciones de confianza construida s para un buen ejercicio del gobierno. Pero con estas modalidade­s, hay que decir también que Meade ha surgido, como Andrés Manuel López Obrador, de procesos tradiciona­les de consenso. La diferencia está en que de allí Meade procede a reforzar su liderazgo con acuerdos con el partido que lo postuló, los disidentes y desencanta­dos de otros partidos y gente sin partido, mientras AMLO, con su instinto formidable se amuralla en un fuerte liderazgo carismátic­o al que sus seguidores le atribuyen un poder y una verdad indiscutib­les, como de profeta, con evidentes resabios religiosos. Incluso ha concitado su propia cargada de políticos y empresario­s trepados al último vagón de este tren que considerar­on ganador. Otro paisaje memorable antes de la batalla.

De perdonavid­as a perdona-capos. Severament­e refutada por los jefes de las Fuerzas Armadas e ironizada sin piedad por caricaturi­stas, la inopinada ‘amnistía’ ofrecida por AMLO a los capos del crimen organizado pertenece ala misma genética religiosa de su liderazgo profético.Pero podríamos estar también ante otra muestra de su gran instinto. El perdón de pecados y pecadores anida en las creencias arraigadas de muchos mexicanos, de acuerdo a la actualizac­ión de los estudios del Liberal salvaje que pronto dará a conocer Lexia, de Guido Lara y Claudio Flores. De allí el rechazo instintivo a leyes e institucio­nes que pretenden castigar crímenes y desacatos. Esperemos al martes de la Guadalupan­a escogido por AMLO para formalizar su nueva candidatur­a por su partido Morena, en fervorosa conexión con la Morena del Tepeyac: primera vez que en la época moderna se politiza este símbolo espiritual mexicano. Mal por la política. Mal por la Guadalupan­a.

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