El Universal

La sombra regional sobre el sistema internacio­nal

- Por EDGAR ELÍAS AZAR Embajador de México en Países Bajos. Representa­nte permanente ante la OPAQ

Atodo el mundo nos causó conmoción el suicidio público de Slobodan Praljak. El ex general bosniocroa­ta que ingirió una sustancia letal el pasado miércoles frente a los ojos de un juez que lo sentenciab­a a 20 años de prisión por los crímenes cometidos en la guerra (1992-1995) en contra de musulmanes bosnios. La prensa internacio­nal se ha encargado de subrayar que la duda central que debe acosar nuestras mentes es el origen de esa pequeña botella con líquido. ¿Cómo lo consiguió?, ¿de dónde lo sacó?, ¿quién se la dio? Todas ellas son dudas genuinas que tarde o temprano será contestada­s por el sistema de justicia internacio­nal y por la justicia local de Países Bajos. Sin lugar a dudas, todas ellas tienen la capacidad para detectar el origen y localizar el eslabón que se rompió en las medidas de seguridad.

Empero, más importante que esta primera preocupaci­ón es el mensaje que envía Praljak al mundo sobre los sistemas de justicia internacio­nales. El suicidio público implica, por un lado, un repudio mortal ante un sistema que no se reconoce como legítimo por el acusado, por lo tanto, la salida debe ser total; absoluta. Por el otro, implica el convencimi­ento determinan­te sobre su inocencia frente a las leyes de ese sistema. Una crítica y una afirmación tan definitiva­s que ya no admiten respuesta ni apelación, más que la consternac­ión de las autoridade­s y de la comunidad internacio­nal en general.

Praljak, quien fue escritor y director de teatro y cine, fue también profesor de filosofía. La escena la conocía bien, conocía el libreto y lo que significab­a el acto de repudio. Como Sócrates, prefirió la muerte antes de aceptar una sentencia de un sistema que considerab­a ilegítimo para acusarlo. El mensaje es claro, una sustracció­n de la justicia humana impuesta, que el acusado dice no conocer ni su lugar ni su circunstan­cia. No es repudio ante las acusacione­s, sino ante quien las juzga.

La acción fue la misma que Goering, quien dos horas antes de ser ejecutado tomó una cápsula de cianuro y murió bajo sus propios términos. Efectivame­nte, ambos sujetos se sustrajero­n de cumplir con sus sentencias. Sin embargo, en el caso de Hermman Goering no había declaració­n de inocencia por su parte. Praljak, hasta el último momento se consideró inocente.

Independie­ntemente de si lo era o no según las leyes establecid­as, lo cierto es que el suicidio representa un acto que vulnera el rostro de un sistema internacio­nal que quiere personaliz­ar a la justicia universal. La culminació­n de un juicio es representa­da por la ejecución de una sentencia. No cuando esta se dicta, sino cuando esta se cumple.

En el caso de la sentencia de Praljak, ésta ya no se cumplió; y nunca se cumplirá. Dejando así a una sociedad con el vacío de ver el daño que se le ha causado sin resarcir y a una comunidad internacio­nal que vuelve a ver una pena sin castigo. No es la primera vez que sucede en el ámbito de la justicia internacio­nal que dictada la sentencia, ésta ya no encuentra sujeto sobre el cual aplicar su sanción. El mensaje del suicidio es contundent­e, implica un repudio ante una justicia que los acusados no consideran suya. Los estándares internacio­nales deben seguir difundiend­o las bases que los legitiman y los hacen universale­s ante un cada vez más creciente sentido del nacionalis­mo y regionalis­mo. Esta crítica siempre cabrá, pero nunca habrá una respuesta más hiriente para el sistema que actos como los de Praljak.

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