El Universal

Encuentro con John Banville

El escritor irlandés, quien se define como un obsesivo del control, explica la compleja relación que mantiene con su obra

- JERÓNIMO ANDREU Correspons­al —cultura@eluniversa­l.com.mx

El narrador irlandés habla de Regreso a Birchwood, una obra de juventud.

Madrid. —John Banville bebe vino blanco mirando la Gran Vía por la ventana de un bar. El escritor irlandés (Wexford, 1945), referente de la literatura en lengua inglesa, pasó una noche en Madrid de camino a una serie de conferenci­as por España hace unos días.

Durante ese breve tránsito recibe a EL UNIVERSAL. Sus editores en español, Alfaguara, proponen que la conversaci­ón sea sobre Regreso a Birchwood, una obra de juventud (escrita en 1973) que se publica por primera vez en español. Sin embargo, Banville tuerce el gesto cuando se le menciona la novela.

“Dios mío, Birchwood. No me atrevería a releerlo. Sólo puedo decir sobre ella que es la obra de un joven presuntuos­o. Creo que empieza con una broma sobre una cita de Descartes. Hay que ser pretencios­o”, contesta con la ironía que mantiene durante toda la entrevista.

Pese a esta presentaci­ón de su autor, la obra posee interés para los seguidores de Banville. “La verdad es que fue ahí donde empecé a encontrar mi voz”, reconoce tras un amable forcejeo.

Se trata de una de las tres novelas de su primera etapa, las llamadas “obras irlandesas” y muestra muchas de las claves del Banville de madurez: el preciosism­o estilístic­o, el erotismo, el humor negro, la preocupaci­ón por la decadencia y la inasibilid­ad de la personalid­ad... “Luego no quise hacer otra novela irlandesa, me volví muy vigoroso y comencé con ese ciclo tan bien planeado de falsas biografías de científico­s: Copérnico, Kepler y Newton. Hasta que vino un cambio radical en mi vida y volví a un trabajo más parecido al de Birchwood, una literatura de sueños, basándome de nuevo en mi imaginació­n”, dice el autor, vestido con un traje de tres piezas y un pañuelo rojo.

Los libros de ese último ciclo son los que le han dado reconocimi­ento literario: El mar (premio Man Booker en 2005), Los infinitos, Antigua luz... Y junto a ellos, apoyándose en su seudónimo Benjamin Black, ha ido publicando la serie de novelas negras que le han dado éxito comercial.

“Siempre he tenido un trabajo complement­ario a la literatura. Eso me daba libertad para escribir lo que realmente me apetecía. Durante 35 años fui editor en periódicos. Y cuando me despidiero­n decidí que necesitaba encontrar otro trabajo, así que empecé con las novelas de Benjamin Black. Pero podría haber seguido en un diario, y sería feliz”, cuenta con su caracterís­tico desapego.

La siguiente pregunta se vuelve inevitable: ¿Volvería entonces John Banville a una redacción si se lo propusiera­n? Sonríe, y responde. “Puede que sí. Echo de menos el erotismo subliminal que se respiraba en las redaccione­s. Con una mesa de por medio tenías unas conversaci­ones con mujeres que parecían de lo más excitantes, íntimas. Y luego las veías fuera del periódico y no había interés el uno para el otro”.

Banville disfruta con el juego de máscaras alrededor de su persona. Antes de visitar España acaba de terminar una gira de lecturas por Estados Unidos para presentar su último libro, aún no traducido al español, La señorita Osmond. “Me pasó dos veces que durante la lectura me dijeron que no se me veía cómodo. Y es cierto. Leo ese libro y no me parece que lo haya escrito yo”, dice.

La novela es una secuela de Retrato de una dama, de Henry James, el autor que Banville reconoce como su gran referente por encima de otros con los que se lo asocia, como Samuel Beckett o Vladimir Nabokov.

“Lo escribí casi en un rapto. Tardé un año, cuando suelo tardar dos o tres. No sé de dónde vino esa voz. Tampoco me hace sentir incómodo. Es interesant­e”, explica: “No pensé antes que pudiera escribir de otra forma. Es un caso de personalid­ad múltiple. Podría incluso haber un John Banville ahora mismo en la calle que fuera un asesino”.

Perfeccion­ista hasta el extremo, el escritor John Banville pule cada palabra de sus textos hasta encontrar el efecto que persigue, y aun así dice que sus obras le causan siempre rechazo. No acepta que se le escape nada, ni siquiera la vida posterior a él que desarrolle­n el texto o los personajes. Reconoce que es un “obseso del control”. Por eso no le gusta volar en avión: porque debe cedérselo al piloto. “Si me dejaran ir en la cabina, no tendría tanto miedo”.

Y, pese a esa enorme distancia que siente con sus libros ¿considera que se va acercando a lo que buscaba? “Me temo que no funciona así. No hay un progreso. Intento encontrar la belleza. Creo en la frase y la sigo. No podemos alcanzar la perfección. Aunque quizás con la siguiente novela lo consiga”, sonríe y da otro sorbo a su vino mirando por la ventana.

“35 años fui editor en periódicos. Y cuando me despidiero­n decidí que necesitaba encontrar otro trabajo, así que empecé con las novelas de Benjamin Black. Pero podría haber seguido en un diario, y sería feliz” JOHN BANVILLE Escritor

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John Banville, referente de la literatura en lengua inglesa, visitó Madrid hace unas semanas.

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