El Universal

Dickinson según Bravo

La escritura de Emily Dickinson tiene peculiarid­ades que en una época los editores no respetaron

- David Huerta

La poeta y jardinera inglesa Sarah Maguire, fallecida hace unos días para desconsuel­o de sus amigos en todo el mundo y en decenas de lenguas, decía que la traducción era “lo contrario de la guerra”. Es una idea preciosa; vale la pena como punto de partida para una reflexión en los tristes días que corren.

Los Estados Unidos no nos han declarado la guerra, pero la agresión de Washington a los mexicanos es constante, brutal, cargada de algo semejante al odio puro nacido del irracional­ismo y de la estupidez. Nada mejor que responder a esa beligeranc­ia con altura intelectua­l; es lo que hacen los traductore­s, que siguen, acaso sin saberlo, la huella admirable de Sarah Maguire. Entre nosotros casi nadie lo hace con la constancia y la brillantez del poeta Hernán Bravo Varela, cuyo dominio de la lengua inglesa es verdaderam­ente excepciona­l.

La obra más reciente de sus tareas como traductor es un puñado de poemas, 25, de Emily Dickinson (18301886). El tomo, delgado e incandesce­nte, se titula Carta al mundo y ha sido editado muy bien, con algo más que decoro, por Bonobos, en coedición con la Secretaría de Cultura.

La poesía de los Estados Unidos en el siglo XIX, leemos en el prólogo de Bravo Varela, tiene dos nombres centrales: Walt Whitman y Emily Dickinson. A primera vista no puede haber poetas más diferentes; explorar esas diferencia­s puede resultar apasionant­e, pero no menos que discernir los puntos de convergenc­ia. La voz potente de Whitman no es, desde luego, la voz casi murmurante de Dickinson, pero en ésta la poesía alcanza planos de intensidad absolutame­nte asombrosos; de extrañeza, también: una extrañeza continua, que las relecturas no mitigan, para nuestra fortuna.

Es una delicia leer las versiones dickinsoni­anas de Hernán Bravo Varela en este libro único, con los poemas originales reproducid­os en color violeta al pie de la página; así, la experienci­a de la lectura se transforma en una especie de concierto de cámara o de doble teclado que el lector interpreta gozosament­e, dirigiendo la mirada a uno u otro sitio de la página: visita el poema completo en español; lee primero en inglés y luego el traslado de Bravo Varela; o bien algo que puede ser un poco mareante pero muy satisfacto­rio: lee un verso en español y luego el original, o viceversa; es decir: haciendo una lectura doble, a la vez convergent­e y divergente, en la cual las interlínea­s parecen espejear entre el inglés y el castellano.

La escritura de Emily Dickinson tiene peculiarid­ades que en una época los editores no respetaron; han sido restituida­s en las ediciones en inglés más solventes y Carta al mundo las respeta, como debe ser.

Esta entrega de los editores de Bonobos y el poeta Hernán Bravo Varela nos acerca con gran tino y belleza, en buena hora, el mundo increíblem­ente rico de Emily Dickinson. Una magnífica lectura para el fin de año y para los años que sigan.

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